LUDMILA & NELSON: TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN AL MAR

 
 
 
 
 
 
En el otoño de 1996, dos amigos artistas, Ludmila Velasco y Nelson Ramírez de Arellano, me invitaron generosamente a participar, con unas pálidas reflexiones, en un proyecto de arte alternativo organizado en La Habana: PR-oyecto 384, del Grupo de Arte Ecológico ARTENATIVA, del cual ambos formaban parte. Hablar de "ecología" en La Habana, en aquella fecha, era un riesgo, una osadía en un "ecosistema social" que se desmoronaba de un modo algo más evidente desde hacía por lo menos una década, que no solo destrozaba, a base de voluntarismo y autoritarismo desencaminados, el ecosistema propiamente dicho, sino la "ecología mental" y el patrimonio construido de sus ciudadanos (o digamos más bien de sus súbditos). Denominar a un proyecto "arte-nativa", con esas resonancias que desata la palabra para todo el que conozca el deje de los cubanos; aludir, en fin, a otras "alternativas", era toda una proeza, si se tenían en cuenta los destinos de proyectos similares en décadas pasadas. 
Aquella exposición englobaba dos temas fundamentales: el destino del patrimonio construido, los bellos (pero deteriorados) edificios de la parte vieja de La Habana, especialmente del municipio de Centro Habana y las calles aledañas al Malecón, y el destino, asimismo penoso (pero con menos años sobre sus espaldas) de las zonas residenciales (por llamarles de algún modo) construidas tras el triunfo de las fuerzas que llegaron al poder en 1959, en especial el barrio habanero de Alamar. 
Estas son las pobres palabras aportadas por mí a aquel magnífico catálogo de PR-oyecto 384, impreso en "papel cartucho" (como decíamos en Cuba), que ahora saca de sus órbitas a tanto ojo acostumbrado al papel cuché vacío de sentido.
Sirva esta entrada para invitaros a todos a la página personal de esta pareja de magníficos e íntegros artistas (http://www.liudmilanelson.com/). De estas reflexiones, y de una de las fotos emblemáticas de aquella exposición, surgió a lo largo de los años una serie de trabajo que ahora se ha expuesto en la 55. Bienal de Venecia.
 
José Aníbal Campos (Galicia, octubre de 2013)   
       
 
 
 


(Foto originaria de la serie: "Todos los caminos conducen al mar")
 


En La Habana todos los caminos conducen al mar. El mar, para el habanero, es a la vez puerta de salida y barrera infranqueable; es freno y esperanza. Pocos habaneros han contemplado su ciudad desde el mar; ése es panorama solo reservado a forasteros, imagen comerciable en postales. Al habanero solo le es dado mirar mar afuera, hacia el horizonte.


Una composición, y de repente nos remontamos a aquella época en que La Habana era puerto de reunión de la flota antes de continuar rumbo al Viejo Mundo. Caravanas de buques que cruzaban el Atlántico con las gibas dobladas bajo el peso del oro que iría a endosar las arcas de franceses, ingleses y holandeses. Laberinto que desemboca en el mar y nos recuerda que nos está negada la visión al revés, la mirada en sentido inverso.

El mar y La Habana están tan indisolublemente ligados que siempre he imaginado La Giraldilla (escultura emblemática de La Habana) como a una sirena mutilada. El escultor jamás quiso mostrar la cola del pez, o tal vez no lo creyó necesario. La obviedad mata la imaginación. 

El mar es aquí faro y cancerbero. Descampado y cárcel. Foso y pecera. 

La Habana antigua, primigenia, se avergüenza del abandono, de la desidia, y se desploma, se sumerge, ruborizada, bajo la tierra. 

He aquí a La Habana, La Habana múltiple, inabarcable, las tantas Habanas: la que fue, la que es, la que va dejando ya de ser y aquella que pudo haber sido. Solo falta aquí La Habana que será. Eso, ya nadie se atreve a profetizarlo. 





(Barrio de Alamar, Habana del Este)
 
 

Alamar es un monumento arquitectónico a la desidia y la mal gusto. Fruto de la premura, la necesidad y las cifras de apresurados planes anuales. 
 
Fichas de un dominó arrojado con desgano sobre un enorme tapete verde. Sitio transitorio, Alamar no es entrada ni salida de este mundo (no hay allí iglesias ni cementerios). Es albergue, sitio donde pasar la noche, venta donde se reposa de un largo y arduo viaje ; allí se calma la sed, se mastica, se defeca, se procrea.
 
Arcas numeradas que jamás coinciden con el apelativo verdadero.
 
Caos de la planificación; irracionalidad planificada.
 
Allí ni siquiera se ha programado la sombra. Apenas existen veredas de árboles bajo las cuales protegerse del sol tropical. La sombra allí es fortuita, caprichosa, improvisada.
 
El mundo está repleto de Alamares:
 
"Los nuevos inquilinos se asoman a las ventanas de sus recién estrenados cuartos para disfrutar de la vista hacia otros cajones de hormigón e hileras de ventanas rectangulares; desde allí arriba contemplan los aparcamientos y las tendederas, los terrenos entre los edificios, rellenos de gravilla o cubiertos de hierba"
 
(Tomado de: En grupitos, Bjorg Vik, Noruega. Trad. de José Aníbal Campos)
 
 
"La palabra estética es aquí un extranjerismo (...) De igual modo, aquí las ventanas podrían estar pintadas en la pared, y no por eso el panorama sería peor"
 
"Los edificios aquí son semejantes a inmensas cajas contadoras en medio del paisaje, solo que el dinero ya fue recogido. Por cierto, son pocos los arquitectos que viven por estas zonas. Aquí la ciudad padece de atrofia en las encías (...). Los edificios son como colillas corrompidas elevándose en el cielo, vástagos de un caudal de dinero. Nuevas construcciones que han envejecido más pronto que la propia abuela". 
 
(Tomado de: La orla negra de la ciudad, Fritz Popp, Austria. Trad. de José Aníbal Campos)         

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