VOLKER SIELAFF
El último hombre o la distopía en el
espejo
El último hombre de Volker
Sielaff (Grossröhrsdorf 1966), al que esperamos encontrar en el poema, ya no
está, pero sigue estando. Jamás podrá ser encontrado –se nos dice— pero hay
rastros de él por todas partes: en contra de la advertencia inicial, lo
hallamos a cada paso, en el museo, en el eco de unos disparos, en las insinuadas
estadísticas médicas, en el movimiento incesante de una escalera mecánica que ya
no puede funcionar sin su combustible fósil. El hombre último de Sielaff se ha
apoderado hasta de nuestras ropas más íntimas, que le entregamos de buen grado,
junto con nuestras soledades, el día en que nuestros deseos más ocultos
quedaron también expuestos a la mirada escrutadora de la ciencia. Es un hombre
que ha sido mimado y al que los mimos mataron tanto como las descargas de fuego
salidas de los fusiles que él mismo creó con su ingenio y con su genio, con su
inventiva y su mala sangre, con su mala leche, que sigue siendo, a la vez, la antigua
«leche de la bondad humana» cuando construye en su interior, todavía, primitivas
cabañas que luego, una vez atrincherado, repleta de radio-receptores y de
planes de emergencia (porque se conoce). Ese hombre último del poema nos mata
en nuestros sueños y en sueños nos supera con su tronante afán de avance, de «progreso»,
que nos aplasta. Ese hombre postrero no está, pero sigue ahí, lo vemos al
mirarnos en un espejo (el del poema) en todo su devenir, y desde detrás del
cristal sigue usándonos para esconderse, para desaparecer, en una especie de
canibalismo a la inversa, en la que el hombre ya desparecido se empeña en
devorar los restos del hombre que aún queda y que se mira en el espejo sin
poder hacer nada. Tal vez porque allí, preso tras el cristal de una vitrina,
aunque visible, ha quedado atrapado para siempre su último mohín de inocencia.
José Aníbal Campos
Último hombre
Volker Sielaf
Al último hombre no
lo encontrarán
bajo el ramaje seco, ni
bajo el verde de una selva lluviosa;
en vano lo buscará la
cámara, él ya
se habrá ido: en el
museo, su cerbatana, su taparrabo,
su mohín de inocencia
bajo el cristal.
Helo ahí, a principios
del siglo XXI, debilitado, consumido.
¿De quién, la culpa? Marmitas
y sartenes relucientes, cuchillos al desnudo
lo atrajeron. Las tutelas
lo mataron.
En madera fue
tallado, antes que en metal. Afilaba
sus flechas con colmillos
de animales salvajes; las frutas, las robaba.
No conocía nada
propio, sólo vagar por los caminos.
Árboles taló para
alcanzar los frutos.
Con sus escopetas le
dispararon.
Las viruelas le
dieron muerte. La tuberculosis.
Un degollador podría
tejer leyendas:
Arribó un día con sus
hordas de hembras de pechos desnudos,
de hombres ataviados
para la guerra. Cogió
lo que le dimos,
nuestra ropa interior, nuestras
soledades. Cogió todo
y todo lo toleró,
saltándose así milenios
en un instante.
En su interior siguió
edificando cabañas de palmera,
y en ellas se ocultó
con nuestras radios y planes de emergencia,
sumiéndose en una más
profunda soledad.
En ninguna parte lo
hallarán. Él, en sueños,
nos mata, y en sueños
avanza, tronante, por sobre nosotros.
Nuestros receptores
universales están encendidos,
escaleras mecánicas,
terminales, tarifas planas,
¿qué puede encenderse
sin él,
al que ya nunca hallarán?
Letzter Mensch
Der letzte Mensch
wird nicht gefunden werden, / nicht unter Reisig, nicht unterm Grün des
Regenwaldes, / vergeblich wird die Kamera draufhalten, er ist schon / fort,
sein Blasrohr im Museum, sein Lendenschurz, seine / Unschuldsmiene unter Glas.
// Hier ist er, frühes einundzwanzigstes Jahrhundert, entkräftet, erschöpft. /
Wessen Schuld? Glänzende Töpfe, Pfannen, blanke Messer / lockten ihn. Fürsorge
brachte ihn um. // Er war eher aus Holz geschnitzt als aus Metall. Pfeile /
spitzte er mit Zähnen wilder Tiere, Obst stahl er. / Er kannte kein Eigentum,
nur das Unterwegssein. / Er fällte Bäume, um ans Obst zu kommen. / Mit ihren
Schrotflinten schossen sie auf ihn. / Die Windpocken brachten ihn um. Die
Tuberkulose. // Ein Halsabschneider könnte Legenden spinnen: / Eines Tages kam
er mit seiner Horde, blanke Brüste / die Frauen, Kriegsputz die Männer. Nahm, /
was wir ihm gaben, unsere Unterwäsche, unsere / Einsamkeiten. Er nahm alles,
liess alles zu, so / überspringt er Jahrtausende im Nu. // In seinem Innern
baute er weiter Palmhütten, darin / er sich mit unseren Radios, unseren
Notfallplänen versteckte. / Hinab in eine noch tiefere Einsamkeit. / Er wird
nirgendwo gefunden werden. Er erlegt uns / im Traum, im Traum schreitet er,
donnernd, über uns hinweg. / Unsere Weltempfänger glühen, / Rolltreppe,
Terminal, Flatrate, / was kann brennen ohne ihn, / der nicht gefunden werden
wird?
Tomado de: Sielaf, Volker, Selbstporträt mit Zwerg, Wiesbaden, luxbooks.lyrik (band 5) 2012,
pág. 47-48.
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