No hacen falta muchos preparativos para arribar a mundos paralelos. Se abre una puerta en el fondo de un armario de pared y el camino a Narnia queda despejado. Una niña cae dentro de la madriguera de un conejo y rápidamente se encuentra en el País de las Maravillas, donde la esperan un sinfín de aventuras. Hace un momento, Alicia estaba sentada en el banco, mirando el aburrido libro de su hermana, y de pronto la vemos transformada en la heroína de un libro apasionante. El escritor austriaco Clemens J. Setz, nacido en Graz en 1982, es uno de los autores más interesantes de este tipo de literatura de aventuras. En sus novelas, relatos y ensayos —por ejemplo, en la novela La hora entre mujer y guitarra (2015)—, uno se percata de que a sólo unos clics de sus archivos de texto aguardan, con su atractivo, los juegos de ordenador, los clips y vídeos de Youtube, los blogs remotos y las páginas web de la biblioteca digital universal. Si un conejo se pierde por un periodo corto o largo de tiempo en alguna de esas madrigueras, siempre tendrá algo que contar a su regreso. Nunca lleva sombrero mágico, pero no hay duda de que es un mago del lenguaje. ¿Cómo se le reconoce? Por sus obsesiones.

En su nuevo libro, Las abejas y lo invisible, Setz cuenta una anécdota de su infancia. Durante las excursiones familiares a los alrededores del Steinberg, al oeste de Graz, las altas paredes rocosas emitían un eco claro y nítido. El niño se había aficionado a ese eco. Pero no lo encontraba en casa. Tampoco servía gritar a las paredes del dormitorio, ni gritar desde el balcón. “Ni siquiera en el sótano mi voz resonaba, a pesar de que allí la densidad de fantasmas era obviamente mucho mayor. De modo que elegí un objeto específico, creo que una parte de la pantalla de una lámpara, y lo llamé el eco. Lo llevaba conmigo a todas partes. Es cierto que aquello no era capaz de emitir ecos acústicos reales, pero yo lo ignoraba con certeza mientras no lo probara activamente, de modo que la posibilidad quedaba suspendida en el espacio, digamos, como una certeza intuida. Sencillamente, no quería vivir sin eco".

Probablemente, Rainer Maria Rilke tampoco quería vivir sin eco. Se le cita a menudo. Las citas son ecos inherentes a la literatura. El 13 de noviembre de 1925, Rilke escribió a su traductor polaco Witold Hulewicz: "Somos las abejas de lo invisible". Clemens Setz da un giro especial a la frase que cita en el título de su libro: "¿No es esa la mejor definición de quienes escriben en lenguas inventadas? Sacan sus beneficios y nutrientes de una fuente que apenas nadie más puede ver. Quien habla una lengua inventada en una época relativamente reciente, se hará invisible, en cierto modo, para la historia universal. La historia del mundo detesta esas cosas. Empieza a refunfuñar, a sancionar, a señalar con el dedo. Todas las lenguas naturales se formaron y pulieron a lo largo de siglos, algunas palabras se remontan a través de un túnel hasta un pasado tan remoto, que ante sus vertiginosos cambios de significado nos vemos como ante una especie de deidad. Pero los antiguos dioses no podrán reconocerte en una lengua nueva y sin rostro. Eres libre, activo. Eres peligroso"

 

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