EN LA MUERTE DE ROR WOLF
Llevaba muchos años gravemente enfermo y había alcanzado la de por sí venerable
edad de 87 años, pero sus textos mantenían la frescura del principio. Y también
la misma ácida comicidad. Por la agudeza con la que supo diseccionar el mundo, tanto
en sus textos como en sus maravillosos collages, de Ror Wolf puede decirse lo
que en una ocasión dijo de Gregor von Rezzori el húngaro Péter Esterházy:
«nunca tuvo menos de 40 años ni más de 60».
Murió la noche del lunes, y según la información transmitida por su
editorial Schöffling & Co.—que desde hace unos años asumió la honrosa labor
de publicar toda su obra—, estaba trabajando en una autobiografía en forma de
collage.
A lo largo de veinte años, a pesar de muchas andanzas y mudanzas—incluida
una intercontinental—, porté conmigo el libro suyo que en 1997 me regaló en La
Habana la traductora alemana Susanne Lange: Mehrere Männer. Dada la
renuente negativa de un sinfín de editoriales, no tuve más remedio que ir dando a conocer a
cuentagotas algunas de sus inquietantes y, a la vez, profundamente cómicas narraciones.
Hasta que un buen día, gracias a la mediación de una querida colega, Núria
Molines, contacté a la editora de ContraEscritura, que no sólo acogió con
entusiasmo la publicación del libro íntegro, sino que, tras conocer mi cuaderno
de trabajo y de reflexiones sobre el autor, quiso publicarlo con un collage mío
en portada, a modo de homenaje del aprendiz a un absoluto maestro del género.
Hoy es un día de tristeza profunda para mí. Pero la sombra de melancolía se
borra de inmediato cuando pienso en repetir hoy uno de esos gestos ya
habituales desde que conozco la obra de Wolf: echar mano a uno de sus
libros por unas horas y reír a carcajadas con su mirada lúdica al mundo, con su
disección de los secretos de la narración literaria, con su expresión burlona para las ínfulas de tantos y tantos juntaletras e insustanciales eruditos.
Me queda además la satisfacción (rara en este oficio) de haber sido el primero (y hasta ahora el único) en dar a conocer íntegramente un libro suyo en lengua castellana.
Me queda además la satisfacción (rara en este oficio) de haber sido el primero (y hasta ahora el único) en dar a conocer íntegramente un libro suyo en lengua castellana.
Hace poco, en una estancia invernal en la Casa de Traductores de Looren,
conocí a un joven colega español traductor del ruso, un chico especializado en teoría
literaria y ávido de nuevas lecturas. Le recomendé el librito de Ror Wolf que
atesora la biblioteca de la Casa, y al cabo de los dos días se me acercó para
agradecerme lo que él llamo una «revelación» (en un sentido en absoluto místico).
Me lo manifestó con tal entusiasmo que no pude sino pensar en Ror Wolf y, para
mis adentros, decirle en una suerte de susurro mental: «Otro lector que gano
para ti, maestro».
Imaginé su alborozo, el mismo que me hizo manifestar a través de su editora
cuando, al ser publicado Hombres varios en ContraEscritura, escribió un
correo en el que me otorgaba una especie de simbólico derecho exclusivo para
promover su obra: «A ese tal señor Campos hay que darle cuerda y luz verde».
Descanse en paz, maestro Ror Wolf. Siga haciéndonos más leve y apasionante esta
estancia en la tierra, para intentar verlo todo con los ojos bien abiertos.
Muy bueno, José Aníbal. Pero qué hermosa y justa tu evocación y tu memoria.
ResponderEliminarGracias por tus palabras, querido Ernesto. Me alegra que te guste este breve homenaje. Para lectores, traductores y escritores de tu talla estás dedicada esa traducción que fui acarreando conmigo durante mucho tiempo. Un abrazo muy fuerte, de Viena a Madrid.
ResponderEliminarGracias, Anibal, por esta noticia y por la hermosura y el calor de tu escritura. Bice Rinaldi, Napoles
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