DAGMAR PLOETZ: TODA UNA CULTURA POR TRASPONER


 
 

(Una conversación con Dagmar Ploetz, traductora al alemán de Gabriel García Márquez)

 

Dagmar Ploetz vive hace años en Múnich, Alemania, pero día a día su labor profesional la sitúa en un gustoso diálogo con la cultura latinoamericana. Traductora al alemán de algunas de los más prestigiosos escritores de ese continente, sobre todo de Gabriel García Márquez, pero también de otros como Mario Vargas Llosa o Isabel Allende, es una apasionada del mundo latinoamericano y del idioma español, el cual habla a la perfección, con un melodioso acento argentino que recuerda el país de su nacimiento y de su infancia. En julio de 1996 visitó Cuba por unos días en compañía de su esposo, el escritor alemán Uwe Timm, ocasión en que pudimos invitarlos a ambos a un encuentro del Taller de Traducción Literaria que funcionó de un modo permanente en la Cátedra Humboldt de la Universidad de la Habana desde 1995 hasta 1998. Una vez concluido el encuentro, Dagmar accedió amablemente a dedicarnos unos momentos para realizar esta entrevista, hecha en colaboración con la Dra. Petra Roehler. Aunque algunas preguntas y respuestas han perdido su actualidad, hay otros aspectos de la traducción abordados en este diálogo que mantienen su plena vigencia. 

 

J.A.C. y P.R.: Todo traductor literario es, sin duda, un mediador entre su cultura de origen y lo Otro, lo desconocido. Pero, dada las notables diferencias culturales, un traductor de literatura latinoamericana para el público alemán debe ser por lo menos una suerte de iniciado en exóticos «rituales mágicos». ¿A qué se debe, en tu opinión, el éxito de la literatura latinoamericana en el ámbito germano-hablante? ¿Qué busca –y qué halla– un lector alemán en nuestra literatura?


D.P.: Bueno, creo que ya mencionaste un punto: lo exótico. El alemán en general es, a mi modo de ver, muy propenso a lo exótico. No sé por qué pero son tantos los sueños románticos alemanes que tiene que ver con eso, que creo que la literatura latinoamericana satisface, en gran medida, esta inclinación. Pero hay un segundo punto de vista, y es que cuando empezó a leerse mucha literatura latinoamericana en Alemania –y ahora me estoy refiriendo a la Alemania Occidental, a la cual pertenezco, porque en la Alemania del Este empezaron a traducir casi antes que en la Occidental a autores latinoamericanos–, en fin, cuando en Occidente empezaron a publicarlos en forma ya masiva fue una época en que hubo un gran interés político por Latinoamérica. Y ese interés político fue simultáneo con la llegada de los escritores del boom, lo cual constituyó una coincidencia muy afortunada. Los alemanes se entusiasmaron mucho entonces por la literatura latinoamericana en ese doble sentido, porque tenía algo exótico, algo romántico, y porque además estaban muy interesados en lo que ocurría en vuestro Continente. Y después hay otra cosa, y es que, desde el punto de vista literario, era una época –los años 60, finales de los 70– en que en Alemania la politización era tan radical que se decía que no era posible escribir más literatura, que sólo se podía escribir textos políticos, o, en fin, que la realidad era demasiado compleja como para poder abarcarla con una narración. Y entonces llegaban los autores latinoamericanos y demostraban que no era así, que se podía ser político, ser revolucionario y, a la vez, narrar magníficamente, incluso con elementos mágicos. Y eso fue, sin duda, una gran lección para los alemanes, sobre todo para los escritores alemanes.

Sin embargo, tu caso es bien curioso en lo referente a la cultura de origen, porque siendo argentina de nacimiento, traduces textos al alemán. ¿Cuál consideras que sea tu cultura de origen, la alemana o la latinoamericana?

Ésta es una paradoja, pues, como bien dices, desde el punto de vista de mi lugar de nacimiento, puede verse raro que pretenda traer al alemán mi cultura de origen. Pero sucede que debido a mi formación, a mis estudios, a mi propia vida –recuerda que nací en el seno de una familia de origen alemán, donde era muy estrictos en lo referente a la preservación del idioma y las tradiciones–, conozco mucho mejor la lengua y la cultura alemanas que la cultura latinoamericana, aunque esta última sea la de mi origen.

 
¿Cuándo empezaste a traducir? ¿Fue algo fortuito o lo habías pensado alguna vez?

 
Yo quería traducir. Quería ser periodista y quería traducir, las dos cosas. Y empecé con ambas durante la carrera, cuando estudiaba Letras Alemanas y Letras Españolas en Múnich. Por esa época comencé también a escribir algunos artículos sobre temas culturales y cosas por el estilo. Y tenía intenciones también de traducir, pero no sabía cómo hacerlo. Comencé entonces a traducir un libro de un autor argentino y me fui a la editorial Losada. Allí averigüé cómo podía hacer para traducir, y entonces ellos me escribieron una carta, se mostraron muy amables, y visité incluso al autor, a quien también le agradó la idea; pero no es así como se hace en Alemania, no; yo mandé una carta a Suhrkamp Verlag, y nadie me contestó. Y a partir de entonces seguí traduciendo de vez en cuando, siempre que sentía deseos de hacerlo, algún que otro poema, pero sólo para mí, por puro gusto. Y también publicaba en algunas revistas. Ya posteriormente finalicé mis estudios y trabajé de periodista, luego fui redactora en una editorial…


¿Y cuándo comenzaste a trabajar en la traducción como profesional?

 
Eso sí tuvo que ver con mi situación familiar. Nosotros nos fuimos a vivir a Roma dos años, tenía ya dos hijos pequeños y estaba esperando el tercero. Y al mismo tiempo seguía trabajando como periodista, pero era muy difícil, porque no llegaban las cosas, mis artículos no llegaban a tiempo, tampoco llegaban los libros que tenía que reseñar, etc. Y no sé, hubo muchísimos problemas con los niños también. Entonces traduje una adaptación para radio de un cuento de Juan Carlos Onetti, un Hörspiel, que es como y un teatro para radio, un radioteatro, y que nada tiene que ver con las novelas de radio, que son casi siempre cosas muy cursis, y un Hörspiel, por el contrario, es muy artístico. Entonces me entusiasmé con la traducción, porque es además un oficio en el que uno puede levantarse, dar una vuelta por la casa, y aunque a uno las ideas le sigan martilleando en la cabeza, puede cocinar para la familia… Entonces me dije, caramba, en mi situación es mucho más fácil traducir que escribir artículos. Y así fue que me decidí. Eso ocurrió en 1982.

 
Todo traductor desarrolla determinados métodos muy particulares a la hora de llevar adelante su labor; como decimos en Cuba: «Cada maestrico tiene su librito»; ¿cuáles son tus secretos a la hora de traducir?

 
Yo creo que hay pocos secretos y sí mucho trabajo artesanal. Y también mucho empeño, creo yo. Hay colegas que empiezan a preparar una traducción magníficamente, buscando todo lo que necesitan, las referencias históricas, los diccionarios, todas esas cosas, y luego se sientan y escriben una página más o menos perfecta. Yo no soy así. Yo empiezo a hacer una traducción en borrador, y en ese borrador trato de ser exacta en lo que se refiere al español que traduzco. Después dejo aparte el libro y procuro hacer de eso que tengo ahí, de eses borrador, un texto alemán. Lo hago para poder distanciarme un poco del idioma original, ya que es muy opresivo el español en ese momento para mí, porque trato de hacerlo todo tal y como está en español con la gramática española, etc. Pero, en fin, en ese segundo paso es cuando intento hacer una versión alemana, que suene bien en alemán. Y después hay un tercer paso para mí, y es cuando busco de vuelta el original, lo pongo delante y entonces tengo que ser muy severa, para ver si eso que en alemán suena muy bien, realmente coincide con el original. Ahora bien, esas tres versiones son las principales, pero luego hay páginas de las que salen siete y ocho versiones. Yo no sé cómo lo hacen ustedes, pero a mí me sirve de mucho leer otras cosas. A veces pienso, por ejemplo, este estilo me hace recordar un poco a Thomas Mann; entonces me  pongo a leerlo para entrar un poco en ritmo, para distanciarme del ritmo propio. Y como digo Thomas Mann, digo otro autor. Trato de buscar aquellas equivalencias presentes en la literatura alemana que me sirvan para enriquecer mi propia prosa. Otra cosa que hago es investigar mucho…
 

Lo sabemos. En alguna parte leímos algo acerca de ciertas dificultades que tuviste en Del amor y otros demonios con un vocablo castellano que no aparecería por ninguna parte. Algo así como puerta de torno, o de torniquete, ¿no?


Sí, la puerta de torno, que en alemán se llama Winde. Es una especie de puerta giratoria con unos compartimientos dentro de los cuales se puede depositar alguna cosa. Se usaba por ejemplo en monasterios donde las monjas nunca se mostraban en público. De esa forma uno podía hacerles llegar algo, que ellas luego recogían haciendo girar la puerta. Bueno, no se trataba de una puerta propiamente dicha, sino de un mecanismo para depositar algo en él. Allí colocaban también a los niños expósitos. Pero en fin, el vocablo no lo encontré, aunque toda persona oriunda de países románicos lo conocía. Finalmente estuve investigando, llamé por teléfono incluso a los benedictinos, y de algún modo averigüé que se llamaba Winde. Pero entonces me vi ante otro dilema: el de si podía usar o no la palabra en mi traducción. Me dije: ¿Es posible usar esto cuando no existe un alma viviente que conozca la palabra en alemán? Fue entonces que nos pusimos a indagar entre la población católica de Baviera, para confirmar si había suficientes personas a quienes la palabra les dijera algo. O más bien fue al revés: cuando les preguntábamos cuál era el nombre de ese tipo de puerta, no podían decirme cómo se llamaba. Pero cuando les pregunté qué era una Winde, entonces sí aparecieron algunos que sabían lo que era. Te ves obligado a hacer una especie de breve estadística antes de saber si puedes emplear o no el término. Y aunque bien sé que se hallaba en el diccionario de Grimm, en el antiguo, no la encontré en ningún otro diccionario moderno. Ésas son siempre las decisiones a tomar, pero puesto que se trataba también de un texto sobre algo antiguo, pues muy bien podía emplearla.

 
Muchísimo se ha hablado de los puntos en común entre el trabajo del traductor de literatura y el del actor. En su ensayo titulado «¿Qué es un gran actor?», Claude Roy expone que la simulación llevaba a cabo por un actor a la hora de elaborar su personaje consiste principalmente en despertar en sí mismo recursos que quizás desconocía. Dice Roy textualmente: «El gran actor evoca en sí mismo la existencia real de aquellos seres que él no sabía que era». De ahí se entiende que cuando un actor representa de manera convincente a un personaje malvado, por ejemplo, en realidad ha sacado de sí la dosis de malevolencia que de algún modo vive oculta en su personalidad. Desde ese punto de vista podría decirse que a los traductores nos sucede algo similar. De modo que si traducimos sobre amor y demonios, al hacerlos hemos de convocar toda nuestra capacidad de amar y también todos esos resquicios endemoniados que llevamos dentro sin saberlo…


Hum… Sí, sí, hay algo de eso, sí… Aunque creo que también hay un gran peligro en eso. El peligro, por supuesto, de convocar una visión demasiado personal del texto o una interpretación demasiado personal. Lo mismo sucede con los actores, ¿no? Y, en mi opinión, es preciso evitar en la traducción cosas demasiado personales.


Recientemente pudimos conocer algunos criterios bien interesantes del traductor alemán Berthold Zilly en torno a la relación autor-traductor. Decía Zilly que si bien el autor se precia de hablar de sus traductores, del mismo modo estos últimos tendrían legítimo derecho a hablar de sus autores. ¿Qué opinas tú en relación con esto?


Bueno, no. En principio, no lo creo… Pero, pensándolo bien, supongo que sí, que uno está tan entrañado con el autor al que está traduciendo que en este sentido es mi autor, en el momento en que lo traduzco. Pero, una vez terminada la labor, deja de ser «mío». Una vez traducido, concluye esa relación de pertenencia.


Algo más sobre este tema de las relaciones autor-traductor. En alguna parte leímos que tu relación con García Márquez se ha establecido hasta el momento a través del fax, que jamás se han encontrado en persona. Sabemos también que en cierta ocasión la respuesta del novelista colombiano a un largo cuestionario tuyo sobre las posibles variantes para un pasaje determinado fue la muy lacónica y poco prudente de «¡No transcriba ese pasaje!». Como traductores, nos preguntamos: ¿hasta qué punto puede ser provechosa o no la relación directa con el autor de una obra? Hablamos de tus experiencias en ese sentido.

 
Claro, puede ser muy provechosa en el momento en que uno tiene dudas de interpretación. Por eso es una lástima no conocer personalmente a García Márquez, para poder charlar con él. Pero yo creo que también puede tener sus ventajas el no poder recurrir siempre al autor, porque, después de todo, cuando el autor termina una obra, ése es el texto que vale y es el texto que va a los lectores, y cada lector es una interpretación diferente de la obra, y yo me incluyo entre esos lectores. Y, bueno, claro que trato de ser muy fiel, pero… No sé, el texto que vale es ése, el que tengo delante. Tú mismo acotabas hace un momento que cuando el autor entrega una obra a una editorial, el texto de algún modo deja de pertenecerle, y puede darse incluso el caso de que él haya cambiado de opinión con respecto a un pasaje, pero la obra ya está ahí.


Tú has traducido fundamentalmente los últimos libros escritos por García Márquez. ¿Cómo llegaste a él?


Yo siempre tuve dos autores que quise traducir: Cortázar y García Márquez, y fue más bien por casualidad que me enteré de que estaban buscando a un traductor para el segundo. Entonces me presenté, porque ése era mi sueño, pero allí me miraron y me dijeron: «¿Y usted qué tradujo hasta ahora?». Y yo en realidad no había traducido mucho, sólo una obra de Isabel Allende, ensayos y cosas así, por lo que no estuvieron muy entusiasmados y siguieron buscando a traductores con más renombre. Y no sé, por alguna razón no funcionaron las otras alternativas, no se concretaron, y decidieron finalmente hacer una prueba conmigo. Me dejaron traducir un capítulo a ver cómo me iba, y finalmente les gustó. Y ésa fue mi suerte.


¿Cuáles son, a tu modo de ver, las mayores dificultades a la hora de traducir a García Márquez al alemán?


Yo creo que lo más difícil de traducir son las imágenes… Las imágenes, sí. En general es muy difícil traducir imágenes, pero lo más importante y lo más difícil también es darle a la versión alemana ese sabor latinoamericano tan específico, ese sabor colombiano, caribeño, esa sazón, y buscar que las imágenes conserven también eso.


¿Y cuál de los libros de este autor ha tenido mejor acogida en Alemania?

 
Mayor acogida ha tenido, en todos estos años, Cien años de soledad, por supuesto; pero yo creo que el libro que produjo mayor impacto fue El amor en los tiempos del cólera, del cual se vendió una cifra cercana al medio millón de ejemplares.

 
Recientemente pudimos leer también acerca de tu traducción de Del amor y otros demonios una reseña crítica escrita por un colega y compatriota tuyo. Sin embargo, a pesar de que señala cosas interesantes, nos pareció que la crítica adolece de algunos defectos. Creemos que la crítica de la traducción no debe ejercerse únicamente a partir de ese rastreo de imprecisiones aisladas y detalles a veces insignificantes, sino que es preciso mirar, ante todo, el conjunto, el tono, ¿no te parece?


Yo escribí una contestación a ese colega y, aparte de dos puntos en que diría, bueno, que tiene la razón, para mí en todos los otros puntos está equivocado. Pero me parece que estás en lo cierto, que las cosas no pueden hacerse de ese modo. Porque, mira, siempre va a ser una cuestión en que tú tienes que decidir, pues, entre varias posibilidades. Y por qué elegí una variante, pues la elegí por cuestiones de ritmo, etc. Muchas de las cosas que él señala, si las pusiera en alemán tal y como él las sugiere, entonces en lo que atañe a aspecto rítmico, en lo que atañe a la imagen, sería una catástrofe. En fin, yo pongo más atención a esto último, y por eso elijo una cosa que tal vez no sea tan exacta, pero que es exacta en cuanto a atmósfera, ritmo, imagen, etc. Yo pretendo que el lector alemán de García Márquez se lleve una idea de cómo fluye eso, caramba, y no que ande tropezando porque yo soy «tan fiel». Podría mencionarles algunos ejemplos relacionados también con el tema del que les hablaba hace un rato, el de lo viejo y lo nuevo. Yo, por ejemplo, empleé la palabra Frittiertes  para «fritanga», y este colega se quejó porque yo había usado ese término en un contexto antiguo. Pero entonces pensé: ¿Y eso qué tiene que ver? ¿Acaso no existen todavía las fritangas en los mercados de Colombia? Se trataba de una palabra común y corriente que García Márquez había usado. Puede que existiera también en el siglo XVI, eso no lo sé exactamente, pero sí es algo que existe todavía. Entonces puedo emplearla y no ponerme a buscar una antiquísima. Eso es siempre algo muy interesante cuando traduces novelas con un determinado contexto histórico, donde tienes que ubicar el leguaje en un nivel ubicado históricamente. Es preciso averiguar entonces en qué período histórico se puede usar la palabra empleada en el original. ¿Se dice así mismo hoy en día? ¿Existía esto ya en aquella época? También había otra palabra relacionada con el sexo. Yo había empleado la palabra vögeln (fornicar). Surgió entonces la objeción de que eso era algo moderno, empleado aún en la actualidad. Yo consulté el diccionario de los hermanos Grimm y pude determinar  que la palabra era antiquísima, que existía ya en el 1400. De modo que venía perfectamente. En tales casos es preciso mirar con mucho detenimiento antes de tomar una decisión, no puede una dejarse llevar solamente por el oído.
 

Ahora bien, al final de esa crítica creemos ver un señalamiento que sí nos parece oportuno: la rapidez con que se traduce en Europa a un autor como García Márquez, cuyos libros se convierten de inmediato en bestsellers, puede redundar en detrimento de la calidad de la traducción. Por nuestra parte, tenemos la misma impresión de muchas traducciones de obras alemanas publicadas en España. La premura conspira siempre contra la calidad final de las cosas, máxime cuando se trata de obras de arte.

 
Ahí tiene toda la razón del mundo ese colega, pero también con eso hay una equivocación, porque en la crítica se dice que si, por ejemplo, la obra salió en España en septiembre, digamos, entonces la traductora recién la tuvo desde esa fecha y luego la novela apareció en alemán apenas unos meses más tarde. Pero ésa no es toda la verdad, porque yo tenía el manuscrito de Del amor y otros demonios desde mucho antes…


¿Cuánto demoraste en traducirla? ¿Un año?

 
No. Un año me tomó traducir El amor en los tiempos del cólera, y Del amor y otros demonios me llevó unos siete meses de trabajo. Pero fue algo que me dio un poco de rabia, ¿sabes?, porque se trata de una crítica que tira a matar. Yo no sé si aquí es igual, pero en Alemania el traductor es el eslabón más débil en la cadena del mundillo literario, y si entre nosotros mismos comenzamos a tratarnos de esa forma, no sé adónde iríamos a parar… Es cierto que ahora existe una situación mucho más difícil porque se traduce a menos autores latinoamericanos o de habla española. Sucede que con el  boom se fue creando todo una serie de traductores que ahora no tienen mucho trabajo, y cuando hay un libro para publicar, el número de candidatos para traducirlo es mayor.

 
Por cierto, sabemos que has traducido también a Mario Vargas Llosa. ¿Qué obras suyas tradujiste?

 
Lo traduje, sí, pero sólo han sido obras de teatro. Las novelas ya fueron traducidas al alemán por una colega muy buena, Elke Wehr. Yo traduje La señorita de Tacna y otra obra,  La Chunga.
 

¿Y pudiste verlas representadas?

 
Sí, las representaron. Son obras muy prácticas para llevar a escena, porque en Latinoamérica es difícil hacer teatro en grande. Las cosas son muy reducidas, ¿entiendes? Son cosas de tres o cuatro personajes… Claro, para que sea más barata la representación. Y en Alemania gusta mucho eso de los teatros pequeños, sobre todo entre gente joven que quiere hacer teatro.


Tú has incursionado también en la traducción de poesía? ¿Qué crees de la muy extendida opinión de que la poesía sólo ha de ser traducida por poetas?


Pues, ¡adelante los poetas! Siempre me parece bien si son poetas los que traducen poesía, pero tengo la impresión de que no abundan los que quieran hacerlo o aquellos que conozcan el idioma extranjero lo suficiente como para aventurarse en tal empresa.


Hablemos ahora de algo que nos preocupa a todos: la retribución del traductor. Sabido es que nuestro oficio es mal pagado en todo el mundo. Sin embargo, existe un desbalance notable entre lo que recibe un traductor europeo por una traducción y lo que recibe un colega, digamos, del llamado Tercer Mundo. ¿Qué podrías decirnos acerca de la situación del traductor de literatura en Alemania?


Nosotros, los traductores de todas las lenguas, estamos asociados en un gremio y, claro, tratamos de luchar para que se nos pague mejor. Es muy importante lo que el gremio quiere, que es llegar a que se nos paguen también las licencias, no sólo la traducción, sino que si se hace ediciones de bolsillo, si la pasan por la radio, si la adaptan para el cine, pues que eso se nos pague también. Desde el momento en que el traductor pudiera participar en toda esa forma de representación de la obra, creo que la situación mejoraría muchísimo. Algunos colegas, algunas editoriales, mejor dicho, han logrado ya eso, pero no todas. Y bueno, tendremos que seguir batallando. En Alemania tenemos el beneficio de que si una obra se vende mucho –una traducción mía, por ejemplo, o de alguno de mis colegas–, nos dan, después de unos cien mil o no sé cuántos miles de ejemplares, cierta gratificación. Pero es a modo de gratificación, ¿entiendes? No se trata de un derecho.


¿Pero no existe acaso un porciento establecido para el traductor, resultante de las ventas del libro?


No, eso no existe. Hay que insistir para alcanzarlo, hay que ver qué se puede hacer. Pero eso también es injusto, pues sucede que de poca venta es por lo general mucho más difícil de traducir que otro que se vende mucho, y no sólo cuesta mucho más trabajo, sino que al final nunca me llegan a dar la gratificación. Por eso, más importante que la gratificación es el asunto de las licencias, pues de ese modo puede haber un autor que no se venda tanto pero al que sí se le hagan ediciones de bolsillo, adaptaciones para la radio, la televisión o el cine, simplemente una reimpresión de su obra.


Actualmente, después del boom de la literatura latinoamericana, ¿cuál es la literatura traducida que se lee con mayor interés en tu país?


En este momento yo diría que hay algo así como un boom escandinavo. Está ese autor, Peter Hoeg, que es un danés. Está también una obra que no es muy literaria, titulada El mundo de Sofía, de Jostein Gaarder, un noruego. Esta última, se está vendiendo muchísimo, es una especie de filosofía escrita para niños, pero que en realidad no es para niños, porque ningún niño lo puede asimilar. Son cuestiones a las que yo no soy muy adepta, pero se vende muchísimo.
 

¿Y las literaturas del Este de Europa?


Ésas recién están comenzando ahora. Hay interés, pero como no se conoce muy bien a los autores, es algo un poco difícil. En cambio, los escandinavos, por el momento… Ya les digo, apenas surge un nuevo nombres escandinavo y en seguida compran la licencia. Pero escriben muy buenas cosas, de modo que ya era hora de que se consideran, ¿sabes?, pues hubo mucho tiempo durante el cual no fueron muy leídos. Parece haberles llegado su turno. En fin, siempre existen esas altas y bajas en que están de moda los unos y luego los otros; pero los escritores latinoamericanos ni sin estar de moda se olvidan, siguen estando ahí, aunque ya no se vendan tanto. Lo que sí es una lástima es que no se publique a los escritores más jóvenes. Eso es lo que falta por el momento. Y es que estos últimos no están de moda, ¿comprendes? Pero han publicado bastantes escritores de España, y al menos eso vino a llenar un vacío. Yo creo que los escritores latinoamericanos van a seguir siendo publicados, ya que tienen lectores muy fieles que los estiman mucho, especialmente entre los jóvenes hay un número elevado de gente que los sigue leyendo, y yo creo que eso es muy importante para que continúen siendo publicados.
 

¿Y cuáles son los libros de autores latinoamericanos que últimamente, digamos en los últimos dos, tres o cuatro años, han gozado de mayor aceptación?


Como en todo el mundo, Paula, de Isabel Allende. También hace poco se vendió muy bien este libro de Vargas Llosa, Lituma en los Andes. Se vendió muy bien, pero yo creo que también hubo críticas bastante severas, porque Vargas Llosa es un escritor muy bueno, pero que tiene una visión un poco extraña de la miseria en el Perú, en ese libro.


Bueno. Llevas muchos años casada con un escritor. Él en el Taller decía que muchas veces recurre a tu ayuda a la hora de elaborar un pasaje. ¿Sucede lo mismo a la inversa? ¿Colabora Uwe Timm de algún modo en el proceso de traducción?


Oh, sí, cómo no. Me ayuda mucho. Siempre me está dando alguna pista sobre cómo decir esto o aquello. Nosotros colaboramos mucho. Somos un team.



Por nuestra parte, hemos llegado ya al final de la entrevista. ¿Quisieras añadir algo más?


Yo quisiera decir que me parece muy bien lo que están haciendo ustedes en este Taller de Traducción Literaria. Ya lo dije anteriormente: me parece que el trabajo en colectivo es una cosa muy importante para la traducción. Hay que tener amigos traductores, autores, y hay que convivir en este trabajo, porque es toda una cultura la que se ha de transponer, y uno siempre va necesitar la ayuda de otros.

 

 

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