WILLIAM CLIFF - RAFAEL-JOSÉ DÍAZ



Cómo última entrada del año 2012, publicamos hoy una traducción de tres poemas del poeta belga de expresión francesa William Cliff (1940), realizada por el poeta, narrador, ensayista y traductor Rafael-José Díaz (1971, http://rafaeljosediaz.blogspot.com.es/), poemas que pertenecen al libro El pan cotidiano. Díaz, además de este libro, ha traducido a poetas suizos como Philippe Jaccottet, Gustave Roud o Fabio Pusterla, entre otros. Ha cotraducido (con Montserrat Armas) la poesía completa de Hermann Broch (Igitur) y El mundo como voluntad y representación, de Arthur Schopenhauer (AKAL). Díaz escribió un prólogo esencial para conocer la obra de Cliff, que también publicamos aquí.
 
 
 
WILLIAM CLIFF TRADUCIDO POR RAFAEL-JOSÉ DÍAZ

 

PRÓLOGO A LA TRADUCCIÓN DE EL PAN COTIDIANO (PRE-TEXTOS, 2010)

 

Considerado por la crítica como uno de los poetas europeos más importantes de la actualidad, el belga William Cliff (Gembloux, 1940) constituye un caso insólito en el panorama de la poesía de lengua francesa de nuestro tiempo. Ya desde el mismo seudónimo que emplea, de ambiguas interpretaciones y, según confesión del propio autor, utilizado para evitar que el apellido de su padre figurara asociado a los textos de su hijo. Así, desde el principio, André Imberechts pasará a ser conocido como William Cliff. Será ya este último quien en 1968 viaje a Barcelona, una vez terminados sus estudios de filología románica en la universidad de Lovaina, y conozca en la ciudad mediterránea a Gabriel Ferrater, cuyo Poema inacabat había traducido y comentado para su memoria de licenciatura. Para un joven poeta que traía su mente y su oído sobrecargados de la efervescencia ritual, floral y tropical de la poesía de Saint-John Perse será sin duda chocante escucharle decir al poeta catalán que el único poeta francés que le interesaba era Raymond Queneau. Poco tiempo después el autor de Ejercicios de estilo recibirá del joven poeta belga unos manuscritos que le seducirán y que recomendará publicar en Gallimard en 1973. Se trata de Homo sum, el primer libro de William Cliff. Un honor y un mérito: ya desde ese libro inicial se percibe una voz alejada de las sendas habituales por las que discurría la poesía francesa. Se trata de una voz que combina malditismo con perfección formal, crudeza con ternura, autobiografía con ensoñación, deseo con nostalgia, presente con memoria, homosexualidad con el sentimiento de pecado debido a una estricta educación cristiana. Una voz libre, en definitiva, que dice lo que quiere tal y como quiere, que no se arredra ante el escándalo sin que sea ese su objetivo, que sabe hacer trascender lo más impuro, lo más sórdido, lo más degradado en trazos de belleza casi cristalina.

            Con el paso de los años ese joven poeta embriagado de vida, que vino a descubrir en Barcelona el oscuro destello de los cuerpos prohibidos y la escritura apegada a la piel de lo real, no ha dejado en cada uno de sus libros de explorar territorios casi siempre vetados a la palabra supuestamente inmaculada del poema. Su radicalidad en este sentido no tiene parangón, al menos en el ámbito de la poesía francesa actual. El propio William Cliff ha citado como compañeros de viaje a autores como Rutebeuf, Villon, Chateaubriand, los simbolistas franceses, George Perros, Kavafis y, por supuesto, Gabriel Ferrater y Jaime Gil de Biedma, a quienes ha traducido. Si algunos de los libros iniciales, como Écrasez-le (Gallimard, 1976) y Marcher au charbon (Gallimard, 1978), incidían una y otra vez en aventuras amorosas vividas con excepcional intensidad, con la aparición de America y, posteriormente, de Immense existente,  asistiremos a una apertura de los horizontes: el poeta se convierte en un “vagabundo melancólico”, como lo ha denominado el crítico Jean-Louis Buffer, y da cuenta de una serie de viajes que lo llevan a lejanas partes del mundo con la voluntad permanente de ir siempre más allá en todos los sentidos. En los poemas de estos libros, como ha indicado el mismo crítico, se nos entregarán “las tristes alegrías y las ásperas desgracias transfiguradas por un verbo duro y suave, doblemente ligado a la intimidad y al cosmos”. Las correrías, los devaneos, las aventuras, los encuentros, las citas, tienen ahora como escenarios los más variados rincones del mundo, pero, sobre todo, una intimidad a medias desolada y a medias esperanzada, el alma de alguien que se sabe atrapado en la telaraña del tiempo pero que busca una y otra vez resquicios por los que escapar aunque luego descubra que las escapatorias no fueron sino sueños.

            Pero igual de sorprendentes que la vitalidad desinhibida que aflora en sus poemas vienen a ser los estrictos moldes métricos en los que William Cliff la fija en forma de poemas. Dizains, o sea, estrofas de diez versos (hermanas de nuestras décimas), baladas de resonancias medievales, dípticos, sonetos, estrofas todas tomadas de la tradición en las que Cliff emplea sobre todo los versos decasílabo y alejandrino pero a las que dota de una frescura y una naturalidad que desde el primer momento las vuelven casi invisibles. Quiero decir que se trata de patrones métricos en los que el lector, como en su momento el poeta, parece dejarse arrastrar sin apenas darse cuenta, de un modo no forzado, como si todo lo que allí se dice sólo pudiera decirse de ese modo, con esas sílabas fijas y esas rimas estrictas. En ocasiones Cliff nos sorprende con encabalgamientos agresivos, llegando a separar incluso una misma palabra en dos versos distintos: busca de este modo, tal vez, restarle solemnidad al verso, acercarlo a la prosa la final de cuyos renglones también se cortan las palabras, pero tengo la impresión de que al mismo tiempo ese extrañamiento del verso quiere incidir en su carácter de máscara, de simulacro, de cáscara frágil, como si nos estuviera diciendo que la vida verdadera está en otra parte, no precisamente ahí, en el verso, pálido reflejo de lo que una vez respiró y dio y recibió calor. Y es que, como ha dicho Xavier Houssin, “en William Cliff todo funciona así, bifurcándose entre lo real y el sentimiento de lo real, entre el detalle y la emoción del detalle, entre el recuerdo y el desengaño irónico del recuerdo”.

            Quien quiera conocer de primera mano la vida y la escritura de William Cliff (y pocos autores hay en los que vida y escritura estén tan íntimamente unidas) debe acudir a su Autobiographie, un excepcional conjunto de cien sonetos que, divididos en “Infancia”, “Adolescencia” y “Juventud”, además de un prólogo, un interludio, un suplicio y un epílogo, narran las diferentes estaciones por las que transcurre la vida de nuestro autor. Instantes congelados en palabras que sin embargo están vivas, cada soneto rescata del pozo de la memoria una escena, un personaje, una sensación, un deseo, una costumbre, una aventura que quedan de ese modo convertidos en los emblemas de una vida que ha sabido decirse a sí misma. La emancipación que William Cliff ha alcanzado respecto de todo tipo de convenciones y leyes morales, la lucidez con que es capaz de observar su vida en la distancia, la sinceridad con que se enfrenta a sus limitaciones y a sus oscuridades, y lo que tal vez subyace a toda esta libertad y lucidad y honestidad, que no es otra cosa que el deseo de una vida verdadera, se manifiestan del modo más poderoso en su Autobiographie.

            Sin embargo, el libro que aquí presentamos se titula El pan cotidiano. Publicado originalmente en 2006, se trata de un único “poème”, según reza su subtítulo. Este único poema está compuesto en realidad por 140 dizains, es decir, por 140 estrofas de diez versos decasílabos rimados siguiendo siempre la misma estructura. La cotidianidad presente en su título se materializa en el lugar y la fecha de escritura de casi todos los poemas, consignados al final de los mismos. En ocasiones el autor añade a estos datos de lugar y tiempo una breve explicación de la ocasión o la anécdota que generan el poema. El primero de los textos está fechado en febrero de 2002 y el último en julio de 2005, lo que cubre más de tres años de escritura. Asistimos a un viaje por la intimidad de su autor: cada poema o fragmento del único gran poema da cuenta de un instante de vida, de un pensamiento ocasional, de una impresión, de una sensación, de un recuerdo, de una imagen, de una ensoñación, de un momento vivido en el presente o en el pasado (poca diferencia hay, pues el presente se vive con la distancia del pasado y el pasado se incorpora a la presencia del presente). No parece haber un orden preconcebido en la estructura del libro, sino que la sucesión de los fragmentos se ofrece tal y como el azar de la vida nos ha ido entregando las vivencias. El libro (o el poema) será el reflejo de la vida, casi tan verdadero como la vida misma, o al menos en absoluto engañoso. Si lo real está destinado a querer decirnos algo, lo dirá por si solo. Como ha dicho Cliff en algún lugar, para justificar la escasez de metáforas en sus poemas: “Es lo real mismo lo que debe volverse metafórico”.

El tiempo es la frágil red que nos sostiene, y en esos tres años las grietas que ha sufrido, en forma de enfermedad, de desánimo, de desamor, de ruina, de entrega a la bebida, aparecen en toda su crudeza, de igual modo que todo aquello que contribuye a sostenernos sobre esa frágil red, unos pájaros que vuelan aparentemente seguros de su meta, una lluvia apacible, el recuerdo de una divinidad caída en nuestros brazos, incluso el humor con que se contempla rodar un condón que ha sido usado por no se sabe quiénes o el recuerdo de la Navidad tal y como se celebraba en nuestra infancia… William Cliff se muestra en estos poemas implacable y tierno, temeroso y valiente, disoluto y arrepentido, descreído y esperanzado. Sabe siempre lo que no busca, pero nunca sabe lo que busca.


                                                           *
 

La traducción española de Le Pain Quotidien ha sido un trabajo que me ha ocupado durante largos meses. No ha sido fácil acostumbrarse a un ritmo tan particular, a un tono que parece reproducir a veces la lengua oral y otras veces nos retrotrae al verso latino o medieval. La primera decisión que tomé fue la de suprimir la rima, no sólo porque hubiera sido dificilísimo reproducirla en español sin atentar en exceso contra el sentido de los poemas, sino porque incluso si lo hubiera logrado el resultado no hubiera tenido, creo, la misma eficacia que en el original. Tuve luego que decidir los metros castellanos en que iba a reproducir el decasílabo francés. Vi muy claro que no era posible limitarse a un único tipo de verso si se quería permanecer lo más cerca posible del sentido de cada poema. Decidí, por tanto, recurrir a varios metros de la misma familia: heptasílabo, eneasílabo, endecasílabo y alejandrino. Esta variedad me permitiría mantener una cierta regularidad métrica y al mismo tiempo dotar a los poemas de una ductilidad y una ligereza mayores que las que hubieran tenido si me hubiera limitado a un único tipo de verso.

Tuve la enorme fortuna de poder ponerme en contacto con el propio William Cliff, a quien envié la traducción con algunas dudas y preguntas que se me habían planteado. Recibir sus anotaciones, y saber que venían de quien en su momento había traducido a Ferrater y a Gil de Biedma al francés, me llenó de satisfacción al tiempo que confería a la traducción una cierta garantía que de otro modo no hubiera obtenido. Y digo “cierta” porque una traducción no es nunca sino una propuesta de aproximación a un texto, un tanteo en la oscuridad, tanto más en unos poemas como estos de William Cliff, en los que cada palabra está en el lugar justo y cada acento acentúa una emoción.

Quiero agradecerle, por lo tanto, a William Cliff su lectura y revisión de la traducción de El pan cotidiano.

 

TRES POEMAS DE EL PAN COTIDIANO

 

la vigueur l'âpreté le resserré
le sens exact des mots disant les choses
dans la crudité du matin dans l'é-
trave du jour fendant l'aurore rose
le corps vidé de ce qui l'indispose
le mal de tête d'avoir mal dormi
la vue de la rue où quelque fourmi
humaine continue sa course sotte
dans l'attention du vers toujours remis
sous l'oeil méchant d'un puissant microscope
 

                                                                      Marché au Charbon,
                                                                                12 avril 2003

 

el vigor la aspereza lo apretado
el exacto sentido de los términos
que en la cruda mañana declaran cada cosa
en la roda del día que desgaja la aurora
el cuerpo vaciado de lo que le indispone
el dolor de cabeza de haber dormido mal
la visión de la calle en la que una hormiga
humana continúa su tonto recorrido
en la atención del verso siempre puesto
bajo el ojo malvado de un fuerte microscopio

 

                                                                     Marché au Charbon,
                                                                          12 abril 2003

 

ce matin en me levant je n’avais
aucune envie de faire quelque chose
pas même de ramasser un navet
même l’idée de manger m’indispose
je vois quelqu’un qui passe mais je n’ose
frapper au carreau car en ce bas monde
cela ne se fait pas il est immonde
d’interpeller quelqu’un sur le trottoir
même si la beauté qui tant abonde
nous fait croire à je ne sais quel espoir


lundi 10 novembre 2003, à Sart-Risbart
où un jeune passe en promenant son chien

 

después de levantarme hoy no tenía
ningunas ganas de hacer nada
ni tan siquiera recoger un nabo
la idea incluso de comer me turba
veo a alguien que pasa pero no oso
golpear en el cristal pues en esta bajeza
de mundo eso no se hace y es inmundo
interpelar a alguien en la acera
hasta si su belleza generosa
nos hace que creamos en no sé qué esperanza

 

                              lunes 10 noviembre 2003, en Sart-Risbart,
                              donde un joven pasa paseando a su perro

 

dans la saison que l’on dit « de l’arrière »
je suis parti à la tombée du jour
pour ramasser quelques pommes de terre
abandonnées là-bas sur les labours
le soleil enflambait de couleur rouge
tout le ciel en s’enfonçant dans les champs
les tubercules pesaient lourdement
dans le sac où je les avais jetés
et en marchant j’avais l’air d’un manant
qui emporte un trésor qu’il a volé

 

Gembloux, 10 novembre 2003,
rentrant de ma promenade à Penteville


 

en la estación llamada el “otoño tardío”
salí hacia la caída de la tarde
a recoger unas patatas
allí abandonadas en tierras de labranza
quemaba el sol con un color rojizo
el cielo todo hundiéndose en los campos
muchísimo pesaban los tubérculos
en el saco en que habían sido lanzados
y andando parecía yo un villano
que se lleva un tesoro que ha robado

 
                                                                                   Gembloux, 10 noviembre 2003,
                                                                              volviendo de mi paseo a Penteville



                                                                                  [Traducción de Rafael-José Díaz]
 
 
 
 
 
 

 


Comentarios

  1. Muchas gracias, Rafael, por esta fabulosa lección de profesionalidad, de belleza poética, de pericia traductora, de sensibilidad. Hay luciérnagas a las que nadie les puede pinchar los ojos.
    Un abrazo

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  2. Gracias a ustedes, queridos Aníbal y Mario, por acoger este prólogo y algunos poemas de muestra en un blog que se ha convertido ya, en mi opinión, en un espacio de referencia para todos aquellos que, desde Canarias o desde cualquier otro territorio "extraterritorial", es decir, desde la extrañeza, la porosidad y la diferencia, se preocupan por la traducción literaria. William Cliff es, además, un autor al que nunca se lo difunde demasiado, pues es tan bueno que cada texto de él al que se puede acceder compensa cualquier esfuerzo. Están ustedes llevando a cabo una labor impagable, una labor que puede y debe coexistir con otras centradas también en la traducción literaria practicada en o desde o más allá de estas islas. Creo que solo de este modo, en la coexistencia y hasta en la confrontación de diferentes modos de traducir y diferentes posturas ante el hecho pluridimensional de la traducción, puede dejarse atrás la casposa inmovilidad en la que hemos estado empantanados durante tantos años. Para ti, Aníbal, para Mario y para todos los lectores de este blog vayan, además, mis mejores deseos de un buen año 2013 lleno de felicidad y, entre otras cosas, de estupendas traducciones literarias. ¡Abrazos!

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