MARIO DOMÍNGUEZ PARRA - SOBRE EL TALLER DE TRADUCCIÓN LITERARIA DE LA UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA
si no te das cuenta de que en poesía no
traduces
una palabra, sino una tradición, traduces
mal.
Jeannette L. Clariond[1]
En su introducción al libro Cuaderno de versiones (Barcelona, Galaxia
Gutenberg, 2002), que recoge todas las traducciones de José Ángel Valente, solo
o en colaboración con otros traductores, Claudio Rodríguez Fer, a su vez
encargado de esta compilación de traducciones, escribe esto:
La
preocupación por dar a conocer a un poeta fundamental en la modernidad
literaria y entonces muy poco conocido en España, así como la de aproximarse a
un autor con el que lo habían relacionado antes de leerlo, llevó a Valente a
colaborar con la traductora Elena Vidal, también residente en Ginebra, para
acometer la tarea de traducir al poeta alejandrino Constantino Cavafis
(1863-1933), uno de los autores neogriegos que prefirió prescindir del entonces
ya artificial idioma clásico para expresarse en la natural lengua hablada.
Elena Vidal realizaba primero una estricta traducción literal, de la que luego
Valente acometía una versión poética, de nuevo revisada por ambos para matizar
cuestiones de sentido (p. 18).
La cita introductoria de este ensayo me
parece pertinente, por cuanto que describe uno de los métodos utilizados por el
Taller de Traducción Literaria de la Universidad de La Laguna (TTLULL), que
dirige el señor Andrés Sánchez Robayna. Sabida es la ascendencia de la obra de
Valente sobre la de Sánchez Robayna, así que cuando menos parece un método de
traducción heredado del autor de Tres
lecciones de tinieblas. Lo que parece dudoso es que en el caso de Valente y
los poemas de Kavafis se pueda hablar de traducción y no de revisión/reescritura
poética de una traducción literal. Cierto es que la parte del libro que
contiene estas traducciones está introducida por una página en la que se
puntualiza que esas traducciones están hechas en colaboración con Elena Vidal.
Lo que aquí cuestiono, que entronca directamente a mi parecer con la actividad
del TTLULL, es que Valente tradujera a Kavafis. Lo correcto sería decir que fue
Vidal quien lo hizo y que Valente reescribió esos textos literales para
convertirlos en poemas en español, a la vez que reproducciones lo más fieles
posibles de los originales del poeta alejandrino, por medio de las matizaciones
de sentido que menciona Rodríguez Fer.
Esta digresión, con la que concluiré este ensayo, me sirve para
introducir una serie de críticas al mencionado taller, al menos al tipo de
traducción que realizaron al trabajar con una serie de poemas de Mario Luzi
durante las sesiones a las que pude asistir. A lo largo de este ensayo iré
introduciendo también una serie de apreciaciones de mi colega, el traductor y
ensayista José Aníbal Campos. Un diálogo que mantuvimos por correo electrónico
es el origen de este texto.
El 12 de septiembre de
2012 se publicó en el suplemento cultural El
perseguidor (Diario de Avisos, Santa Cruz de Tenerife, eds. Eduardo García
Rojas y Coriolano González Montañez) mi traducción de un texto de Nasos
Vayenás, titulada «Seferis como traductor de poesía en lengua inglesa». Dicha traducción venía precedida de una nota
introductoria, cuyo autor, por si a alguien no le quedó claro, soy yo. En ésta
pedí al señor Sánchez Robayna que describiera los métodos de su TTLULL. Pero solo
provocó la escritura del texto «El taller y los lobos». Su autor, el
poeta, narrador (y traductor ocasional) Francisco León, que calificó mi nota de
«texto desquiciado», lo publicó en su blog La
galaxia a mediodía[2].
Me referiré a su ensayo porque es la única persona que articuló una respuesta
explícita a mi texto. Una primera idea que quisiera entresacar del texto de
León es ésta:
No soy
traductor, ni siquiera me atrevería a considerarme un iniciado en la
traducción, pese a haber asistido durante más de once años seguidos a las
interesantes sesiones de los martes y aportado mis granitos de arena.
León
continúa su reflexión sobre la figura del traductor, cosa que él mismo niega ser:
«Si el traductor debe ser un transcreador respetuoso, el traductor colectivo
debe serlo doblemente». Dejando aparte la exactitud de la medida que separa
los dos tipos de «transcreaciones» (¿por qué no el triple y por qué la medida
del respeto va en favor del traductor colectivo?), y teniendo en mente que
León, como él mismo dice, no es traductor, me parece sorprendente que se atreva a
pontificar sobre el concepto de traductor colectivo en contraposición al
traductor tipo «lobo estepario» (su aportación personal a la teoría de la
traducción). Como supongo que habrá teóricos de la traducción que no traducen,
quizás León haya adoptado este papel.
En las sesiones del TTLULL a las que yo
asistí, no existió la trans-creación colectiva de lengua de procedencia a lengua
meta. Ese trans-curso lo llevó a término solo quien realizó las versiones en
bruto. El resto es un trabajo de cincel, dedicado a construir un lecho de Procusto
armado, en muchas ocasiones, con endecasílabos, mientras se verifica,
diccionario en mano y con el autor de las traducciones literales, que el
original no haya sido ignorado (como hacía Valente con Vidal en las
traducciones de Kavafis). Los miembros del taller se afanan en «traducir»
colectivamente una serie de poemas de diversas lenguas. Pero traducir, en mi
opinión, no es cincelar en grupo, sin tener contacto con la lengua de
procedencia, una primera versión de una traducción, fruto del esfuerzo de una o
dos personas que sí conocen aquélla. Aunque, para ser justos, tanto en De Keats a Bonnefoy (Valencia, Pre-Textos,
2006) como en Ars poetica (Valencia,
Pre-Textos, 2011), se especifica quién o quiénes han traducido cada grupo de
poemas originales, así como también todas las personas que han cincelado las
traducciones literales. Un dato que debe considerarse es que Sánchez Robayna ha
traducido, en solitario, a Espriu, a Haroldo de Campos, a Junoy, a Stevens, entre
otros: ¿es él también un traductor tipo «lobo estepario», con la negativa
connotación que insufla León a su concepto? ¿Qué traductores pertenecen a esta
categoría? ¿Los que no forman parte de un taller de traducción? ¿Considera León
que su «maestro insular» (llamado así por él mismo en su anterior blog) es un
traductor tipo «lobo estepario»?
Ahora, pasaré a
considerar algunas cuestiones sobre el taller y su forma o formas de trabajar. En
algún momento, Sánchez Robayna habla de «métodos novedosos
en la traducción literaria». En el apéndice
incluido en De Keats a Bonnefoy,
Sánchez Robayna escribe esto:
[…]
el texto es leído en su idioma, con objeto de «auscultarlo» en su realidad
sonora. Se comentan luego sus rasgos constructivos y tropológicos
sobresalientes y se procede, por último, a formular, valorar y discutir
diferentes propuestas de traducción. El proceso puede ser lento o rápido, y en
ocasiones muy lento, pero los «hallazgos» colectivos (las propuestas «corregidas»
por el grupo) no son infrecuentes y constituyen el testimonio más claro acerca
de la incuestionable validez del procedimiento. No siempre hay pleno acuerdo en
cuanto a las propuestas de traducción formuladas; en estos casos se acude a la
votación (op. cit., p. 311).
¿Cómo se puede pasar de auscultar un texto en su realidad sonora a
votar sobre la mejor manera de traducirlo? Me los imagino reescribiendo la
traducción literal de un poema como «Whoroscope» de Samuel Beckett y no votando por una opción de
traducción del título como la que da Julián Ríos, «Zorróscopo» (absolutamente
genial, en mi opinión), solo porque la mayoría no quiera ser tan atrevida.
Una página más tarde,
Sánchez Robayna anuncia un cambio de metodología en el TTLULL: «[…] sus tareas se centrarán en la traducción personal o
individual revisada por el grupo» (op.
cit., p. 312). Incurre más adelante en lo que creo que es una contradicción
muy extendida. Tras invocar a Ezra Pound y su «pedagogía» del hacer poético,
que Sánchez Robayna considera «esencial para los poetas jóvenes. Para todo poeta, en realidad, pues se ha dicho que no hay
mejor aprendizaje del “oficio” poético que el de la traducción» (op. cit., p. 312) y anunciar la
exportación del método del TTLULL a instituciones como Yale University,
escribe: «Traducir es necesario, escribir no»
(op. cit., p. 313). Es un axioma un
tanto extraño, porque sin escritura no hay traducción. Es decir, que para el
desarrollo de la escritura poética es necesaria la traducción (cosa que no
siempre se cumple, pero que en ocasiones tiene sentido y con la que yo
personalmente estoy de acuerdo); en cambio, solo un párrafo después, Sánchez
Robayna promulga con su axioma la superioridad de la traducción sobre la
escritura. Pero es que la traducción también es escritura. Todos los
traductores somos escritores. Escribimos y re-escribimos cada día, como los novelistas,
poetas, dramaturgos y ensayistas de
diversa índole a los que traducimos. Su aspiración a la traducción estética,
que Sánchez Robayna contrapone a la filológica, sin la cual él y su taller no
podrían haber publicado esos dos bellos volúmenes en Pre-Textos, implica la
escritura de un poema en la lengua meta que a la vez sea fiel para con el
original. Le recomendaría a Sánchez Robayna la lectura de los textos del
traductor Martín Schifino en la revista de traducción El Trujamán. En concreto le dejo una cita de su texto «Tres
preguntas incómodas»[3],
publicado recientemente:
«¿Y vos no
escribís?». En apariencia inocente, esta pregunta quiere decir: «¿vos solo
traducís?». «Solo» traducir, cuando se hace sistemáticamente, es más o menos
como «solo» ser abogado, pero no hay manera de hacerle entender esto a cierta gente.
Pero Sánchez Robayna, me parece a mí, sigue cayendo en esa
contradicción. En su introducción al volumen Ars poetica, dice:
Es
difícil, si no imposible, predecir el rumbo y la duración de una iniciativa
que, en el ámbito de la traducción literaria, ha nacido de un desinteresado
impulso de creación y reflexión y funda su método en el trabajo colectivo (p.
9).
Entonces, señor Sánchez Robayna, ¿somos o no creadores los
traductores literarios? Si como usted dice, traducir es necesario y escribir no
lo es, ¿por qué en la página 10 de Ars
poetica, en su introducción, habla usted de «la
traducción entendida, claro está, en su sentido creador, no en su dimensión
–noble asimismo, sin duda– exclusivamente pragmática»? Los traductores literarios, al traducir, también
escribimos, creamos, re-creamos. Su cita pertinente del adagio de Robert Frost,
Poetry is that which gets lost in
translation (op. cit., p. 17) que
yo traduciría como «Poesía es aquello que se pierde
en la traducción», va precisamente, en mi
opinión, por ese camino: lo que los traductores (de poesía en este caso) no podemos
reproducir de la lengua original lo tenemos que crear en la lengua meta, ya sea
por medio de otros efectos sonoros, por una elección del verso que no
corresponde al verso del original, por un cambio en el esquema de rimas, por
(como hace el TTLULL) la evitación de éstas, etcétera. Porque al fin y al cabo
la música de los dos idiomas es distinta, porque en la traducción de poesía los
traductores podemos re-crear un poema a partir del original. El poeta,
narrador, ensayista y traductor estadounidense James Merrill (1926-1995) lo
expresó muy bien en un poema suyo, «Lost in
translation», «Perdido
en la traducción». Cito de la traducción de
Jeannette L. Clariond:
Comprendo
Cuánta
genuina felicidad madurada-al-sol
Dejó
escapar de sus manos Rilke
(Quien
amaba palabras francesas—verger, mûr, parfumer—)
Para
verter con fidelidad el verdadero sentido[4].
Merrill (en la lengua poética de Clariond) se refiere a un poema
de Paul Valéry, «Palme», traducido al
alemán por Rilke. El poema (que narra la relación del yo poético con un aya
alsaciana, que hablaba francés y alemán, pero que escondía este último origen)
trata el problema de la traducción de poesía de una manera diáfana y extraordinaria:
el traductor, Rilke, poeta en lengua alemana (y en lengua francesa también[5]), debe dejar esa felicidad
madurada-al-sol del poema original de Valéry para que su traducción-poema en
alemán conserve el verdadero sentido del original. Merrill conoce muy bien esta
paradoja: también tradujo ese poema de Valéry (vid. James Merrill, Collected Poems, New York, Knopf, 2001, pp. 472-474).
Campos, experimentado
traductor del alemán, tiene esta visión sobre uno de los métodos del taller:
Veamos
una de las «modalidades»: se pide a
cualquier estudiante Erasmus cuya lengua materna sea el polaco o el checo que
haga una versión «en bruto» de un poema, para luego, en grupo (un grupo muy
variopinto, donde muchos no saben nada de cultura polaca o checa, donde los «granitos de arena» de
cualquier neófito, en lugar de «mejorar» un texto, suelen colarse en la entrepierna del poema,
causando graves rozaduras), escribir un poema a partir de esa versión, que a su
vez sea fiel al original. ¿Es esto novedoso? Suena a práctica provinciana de
tertulias decimonónicas. Esta práctica tiene su mérito (defiendo a priori toda labor de traducción),
sobre todo si la tertulia dura veinte años y consigue despertar el interés por
la literatura en algunos alumnos, aun los menos aventajados. Pero, en primer
lugar, ¿quién garantiza que el alumno checo o polaco tenga un conocimiento
profundo de su literatura o incluso un conocimiento amplio de su lengua y su
cultura? No una, sino varias veces, me he visto explicándoles a alemanes
nativos ciertos matices y connotaciones de alguna palabra alemana que
desconocían. Luego, desde un mero punto de vista hermenéutico, una traducción «literal»
es ya una traducción, una interpretación. Y si se partiese de una versión
literal errónea, por incompetencia, digamos, del alumno Erasmus, ¿quién allí
podría corregirla? (Bueno, quizá llamen a Francisco León, que traduce del
italiano, al parecer en solitario, sin apenas dominar ese idioma, razón por la
cual, quizá, no se atreve a someter sus «hallazgos» al criterio de otros, ya
que jamás pone el original de los textos traducidos que ha retocado y
re-publicado a raíz de nuestras mofas a su infamante articulillo. A lo mejor de
repente, descubrimos que también «sabe» checo). El otro argumento insostenible
en la descripción que hace Sánchez de los métodos del Taller (argumento, por
cierto, que denota un profundo complejo de inferioridad que intenta ser
maquillado con dosis grandes de soberbia) es esa contraposición entre
traducción filológica y traducción estética, entre lo que él llama el «experto»
y el «esteta». ¿Cómo puede hablarse de una estética in abstracto, cuando ésta, en cualquier poema concreto, no está
jamás desligada de una lengua o de un ámbito cultural específico, de una época,
ni siquiera de las particularidades y preferencias idiomáticas de un autor
individual? Y otra cosa: ¿acaso no existen «expertos» que, además del dominio profundo
de una lengua, dominan también ese lado estético, que son «estetas y expertos»
a la vez? ¿Cómo podría el «esteta» Sánchez determinar que una versión literal
es fallida en polaco, porque parte de una deficiencia interpretativa del
«experto» polaco enrolado para la ocasión? ¿Cómo podría hacerlo cualquiera de
los demás miembros del taller, sin saber polaco? A mí, sinceramente, lo que se
hace en ese tallercito con algunas lenguas de las que nadie allí tiene un
conocimiento profundo es una tomadura de pelo. Y creo que va siendo hora de
someter a un análisis profundamente crítico todas las publicaciones de poesía traducida
en el seno de ese taller lagunoso, en especial las de aquellas lenguas que
ningún miembro del taller domina o que alguno domina de un modo más bien
elemental. Porque como hobby, pasa (podría ser hasta encomiable), pero no creo
que ese punto específico pueda hablarse de profesionalidad (ni en su parte
«experta» ni en su lado más «estético»). Sólo en un lugar culturalmente tan
atrasado como Tenerife ha podido presentarse tal cosa durante dos décadas,
desde el cómodo e inexpugnable sillón de la Academia, como algo «novedoso».
La
principal perversión en el texto de León, a mi juicio, es dar por sentado que
los traductores a los que no convencen algunos de los métodos del TTLULL (entre los que me
incluyo) padecen de una verdadera fobia a la labor colectiva en este oficio y pretenden
establecer una «caza de brujas» (expresión que él mismo utiliza) contra los
miembros de dicho taller. Nada más lejos de la realidad. Campos, al respecto,
me contó lo siguiente:
No creo que,
fuera del ámbito tinerfeño, se le pueda dar crédito alguno a Francisco León
como intelectual con cierta seriedad, muchísimo menos como traductor. Por mi
parte, fundé en La Habana, en 1995, un taller de traducción, y he participado
en decenas de talleres de traducción de altísima calidad en Europa y América
Latina, talleres donde todos los participantes no solo tienen un dominio
profundo de los pares de lenguas implicados, sino una vasta formación literaria
en los dos ámbitos culturales. He traducido poesía a cuatro manos y en todas
las publicaciones de literatura austriaca contemporánea que yo y otros
traductores conseguimos dar a conocer en Cuba en los años noventa (un número
especial de una revista literaria y una antología poética por los que recibimos
un premio de la República de Austria) participaron varios traductores experimentados,
que se intercambiaron versiones, ofrecieron soluciones y trabajaron como un
verdadero taller renacentista. Lamentablemente, yo no vi ese alto nivel en el taller
lagunero, al menos en la sesión a la que asistí; sin embargo, llama la atención
cómo en alguna parte el taller se anuncia como el introductor de «métodos
novedosos» en la labor de traducción.
Sánchez Robayna, en un reciente artículo,
publicado en el quincenal «El cuaderno»[6],
titulado «De la traducción colectiva a la traducción revisada», escribe sobre
los poetas que han traducido hasta ahora, a los que añadirán, en futuras
ediciones, poetas de otros idiomas: «—con la colaboración de alumnos del
programa Erasmus— el ruso, el sueco, el checo, el polaco y el rumano» (p. 3).
Ésta es otra descripción sucinta de su método:
[…] en primer
lugar se presenta un texto concreto; luego se lee con la mayor atención,
señalando rasgos técnico-estilísticos notables; a continuación se van
sugiriendo propuestas diversas de traducción, frase por frase o verso por
verso; se escoge siempre la versión que más acuerdo suscita; el método es
lento, pero la discusión y la justificación de cada propuesta resultan
enriquecedoras. La lentitud del proceso, sin embargo, nos hizo recurrir a una
variante: la revisión colectiva, en la que se parte de una traducción previa
realizada por un miembro del grupo (op.
cit., p. 3).
¿La
«colaboración» de alumnos del programa Erasmus? Pero si son ellos los que
traducen al español. Esto no es traducción revisada, es revisión de una
traducción literal. Sobre la lentitud del proceso, yo, que hasta ahora he
traducido sobre todo poesía, soy consciente de la cantidad de tiempo que hay
que dedicarle a un único poema, volviendo una y otra vez a la traducción y al
original en busca de nuevas formas de expresión, pensando incluso en posibles
cambios o mejoras una vez publicado el poema.
Jaime Priede publicó en «El cuaderno» una
reseña de Ars poetica, la segunda
compilación de traducciones del TTLULL que publicó la editorial valenciana,
intitulada «Los ojos del lenguaje», en la que escribió esto:
La poética del
proyecto apunta hacia una tarea de traducción entendida en su sentido creador,
entendiendo el texto traducido como creación literaria en sí mismo, razón por
la que se escogen aquellos textos que supongan un reto por su nivel de
elaboración estética, que presenten un grado especial de dificultad o de
complejidad (op. cit., p. 3).
Tras
enumerar una serie de autores traducidos en este volumen, los poetas de otras
lenguas que incorporarán a la actividad del TTLULL y la contraposición entre
traducción filológica y traducción que mira por lo estético, Priede escribe
esto:
[…] la clave de esta edición y de la poética
de traducción que da forma también a la muestra anterior, reside en plantearse
ante cada texto cómo ha de entenderse el esfuerzo creador mismo, tanto en grado
como en forma y límites. Desde ese supuesto, la traducción se ofrece como un
esfuerzo de recreación, de reconstituir en el texto de llegada el mismo sistema
de relaciones de todo tipo presentes en el texto de origen, «incluyendo a
veces, como es natural, determinadas compensaciones allí donde no es posible
reproducir tal o cual efecto». Traducir desde esta perspectiva implica, con
todo rigor, un acto de modernidad por lo que supone de exploración frente a una
misma mudanza, por lo que supone también de diálogo frente a un mero cruce de
monólogos (op. cit., p. 3).
La
traducción que mira por lo estético, si pretende ser rigurosa, también es
traducción filológica (no hay incompatibilidad entre ellas). Sobre la
recreación y las compensaciones: ¿qué diferencia hay con otras aproximaciones a
la traducción poética, individuales o de grupo? ¿Dónde se halla la modernidad
de esta aproximación? ¿A qué se refiere Priede con «un mero cruce de monólogos»?
Creo que se trata del eco que ha provocado el concepto de traductor del tipo «lobo
estepario». En relación con esto, otra de las cuestiones que surgieron en el
diálogo entre Campos y yo fue la reflexión pública sobre el acto de traducir:
Cada vez que
tengo oportunidad —unas dos o tres veces al año—, me siento encantado de
someter en público mi labor traductora al criterio de grupos de colegas, todos
con una preparación que, por desgracia, no pueden exhibir muchos aquí en
Tenerife. Por otro lado, formo parte de un foro en la red donde confluyen a
diario, con dudas y versiones, decenas de los mejores traductores literarios
del alemán al español y del español al alemán, que acuden constantemente a otros
colegas en busca de soluciones para las innumerables dudas que surgen en el
proceso de traducción.
Me llegó una invitación, no directamente de
Sánchez Robayna, para participar en su taller. Ya que en 2012 se cumplió el
centenario del nacimiento de Nikiforos Vretakos (1912-1991), uno de los grandes
poetas griegos del siglo XX, querían traducir en el taller algunos poemas
suyos. Pero rechacé la invitación, alegando que «mis griegos son míos», es
decir, que yo llevo a cabo mis propias traducciones, mejores o peores, pero
mías. No deseo compartir mi trabajo como traductor con nadie a no ser que surja
una colaboración en la que los traductores estén al mismo nivel de conocimiento
de las dos lenguas y trabajen los textos con la misma intensidad, como es el caso
de las traducciones de poesía y prosa de Pierre Joris que Joseph Mulligan,
excelente escritor y traductor estadounidense, y yo hemos llevado a cabo. León
utiliza en su texto en defensa del taller, con tintes peyorativos, la palabra «egótico»
para referirse en general al traductor o traductora que trabaja en soledad:
tómese a traductores tan importantes del griego moderno que individualmente
hayan traducido a autores tan esenciales para León (que tanto han influido en
él y en otros poetas canarios) como Odysseas Elytis, Yorgos Seferis o Yannis
Ritsos: Cristián Carandell para el primero, Pedro Bádenas de la Peña para el
segundo, Selma Ancira para el tercero. ¿En serio se les puede llamar «egóticos»
o «lobos esteparios» porque traducen en solitario? ¿O es que los únicos
traductores del tipo «lobo estepario» somos Campos y yo?
A continuación cito una anécdota sobre el
TTLULL que me contó Campos:
Ofrecí a Sánchez
presentarme ante los miembros del taller con ejemplos concretos tomados de mi traducción Edipo en Stalingrado, la novela de
Gregor von Rezzori, un texto que, aunque escrito en prosa, reúne un sinnúmero
de buenos ejemplos relacionados con la musicalidad del lenguaje y podría verse
como un repaso a la historia de la literatura alemana. Su respuesta fue
tajante: dicha propuesta no cabía, bajo ningún concepto, en su taller. Recuerdo
que, con cierto retintín, me escribió en esa ocasión que la novela se leía muy
bien «sobre el papel», pero que «habría que ver la traducción comparándola con
el original». Me limité a animar a Sánchez a que aprendiera alemán. Mi
intención era someter ante los miembros del taller los resultados de ese
trabajo extremadamente arduo, pero se me dio a entender que mis años de
experiencia no eran bienvenidos allí. Una pena, pues quienes verdaderamente
pierden son los asiduos a dicho «tallerete».
Tanto
Campos como yo creemos en el valor de la traducción colectiva, de los talleres
de traducción, sobre todo en un sentido didáctico. Campos, al respecto, me
escribió lo siguiente:
Es increíble lo
que se aprende cuando te sientas con traductores experimentados y sabios, con
gran sensibilidad literaria, a analizar diferentes versiones de un texto. Es
increíble, incluso, lo que se aprende cuando enseñas a traducir a alumnos menos
experimentados que tú, de sus soluciones, de sus interpretaciones, de su sensibilidad.
Sin embargo, en mi única participación en el taller, tuve la sensación de que
los autores de la traducción de poemas de Jacques Ancet (el refinadísimo Régulo
Hernández y una colega hablante de la lengua francesa), apenas tenían capacidad
de decisión real sobre la versión final que se proponía. Y de ello hubo un
ejemplo estupendo: había un verso que se refería a unos campos con árboles
cubiertos de nieve. La imagen sugería que los árboles estaban «a punto de nieve».
Régulo y su colega, con una intuición certera, habían escogido una imagen que,
aunque todavía no era la óptima, sugería lo «esponjoso» de ese manto blanco que
cubría los árboles. Sánchez propuso que se neutralizara el verso y sugirió el
muy poco poético «árboles cubiertos de nieve» (cito sin tener a mano los textos
ni las propuestas). A mí me parecía, y así lo dije, que aquello significaba
algo más, que era como si dijera que los «árboles estaban a punto de merengue».
Por suerte, cuando ya estaba a punto de «dictarse la definitiva sentencia» sobre
aquel verso (o de hacerse la «votación» en aquel mini-Parlamento de la poesía),
a otro colega (traductor del italiano), muy oportunamente, se le ocurrió buscar
en la red y encontró que, en efecto, la frase hecha en francés significaba «a
punto de nieve (o de merengue)». Por otra parte, recuerdo que aquel día, al
llegar, Sánchez me explicó que antes sí que se dedicaban a hacer «traducciones
colectivas» (es decir, cada cual traía una versión propia del mismo texto o
poema y luego esas versiones se debatían en colectivo), pero que habían
descartado el método porque de ese modo «no avanzaban». Pienso que ése es otro
elemento fallido en ese taller: la verdadera literatura vive de esas diferentes interpretaciones, y ellos no parecen
fomentarlo. La «desventaja» de que cada asistente traiga su propia versión es
que, de diez versiones diferentes, las diez pueden ser brillantes, y todas,
forzosamente, serán distintas. Eso encaja mal en la «productividad» que
pretende el taller. Si cada cual se pone a defender —legítimamente— su versión,
aquello sería la historia de nunca acabar. Creo que ese taller se fundó con el
espíritu de crear una especie de atelier renacentista, pero lo que vi en la
sesión a la que asistí fue una cadena de producción en serie à la Henry Ford,
una especie de Koljós de Producción de Textos Poéticos ASR, S.L.
Yo
tuve la sensación de que las horas que empleé en el TTLULL pasaron viendo cómo
otros traducían, por una cuestión jerárquica, como una clase práctica de
biología en la que no te dejan siquiera abrir el vientre del ratón o de la
rana. Pero sucede que para traducir hay que conocer bien las vísceras de las
lenguas de/y-a las que traduces. Durante las sesiones en que se cincelaba la
traducción literal de los poemas de Mario Luzi (para hablar con propiedad),
solo una vez estuve a punto de coger el bisturí de traductor, antes de
plantearme su metodología: para una palabra italiana, «aspergere», yo propuse «asperjar»,
que es una traducción literal. Pero fue rápidamente rechazada. Ni siquiera pude
sentir el frío del metal en mis dedos. Como me escribió Campos:
Hay otro aspecto
no menos importante que está relacionado con el magisterio de la traducción: el
del respeto ya no solo al poeta original, sino a la versión individual de un
traductor, cuando ésta es respetable. Como docente de la traducción y
organizador de varios seminarios con estudiantes de esa profesión, me he visto
en más de una ocasión enfrentado al dilema de que una versión de un poema,
distinta a la mía, era de una calidad excepcional. Al partir de un proceso
interpretativo individual, el alumno ha dado con una visión del poema que puede
habérsele escapado al maestro, y ello condiciona toda la versión. Es funesto
querer imponer entonces al alumno la visión propia del poema. El deber del
docente es, a mi juicio, limitarse a mostrar la suya y enunciar los porqués de
su versión, de modo que todo proceso de revisión de esa versión del discípulo
ha de llevarse a cabo respetando la interpretación de este último (si es
legítima y el poema así lo revela).
Para finalizar, otro fragmento de la
introducción de Claudio Rodríguez Fer a Cuaderno
de versiones, de Valente:
Traducir a
Cavafis es para Valente una labor ilustrada que hace justicia a un poeta
extraordinario al tiempo que contribuye al conocimiento en España de un
elemento fundamental en la lírica de Occidente (p. 19).
No,
señor Rodríguez Fer, aquí es Elena Vidal la traductora del poeta alejandrino. Una
de las acepciones del verbo traducir en el DRAE, «Expresar en una lengua lo que
está escrito o se ha expresado antes en otra», permitiría la caracterización de
Valente como traductor de Kavafis, puesto que la definición no especifica cómo
llega a una lengua lo que se ha escrito antes en otra. En la segunda acepción, «Convertir,
mudar, trocar», la cuestión sigue siendo ambigua. Pero el caso es que Valente
convirtió un texto escrito en español en otro texto escrito en español, sin
tener contacto con el original griego. Por tanto, es una falacia decir que
Valente es traductor de Kavafis. Campos y yo no estamos de acuerdo con esta concepción,
a nuestro juicio, poco rigurosa de la traducción, de la que, verbigracia, el
TTLULL es deudor (al menos en las sesiones a las que ambos asistimos), porque
parece que su labor se remite a la tercera acepción del verbo traducir: «Explicar,
interpretar», en este caso, reescribir un texto ya traducido, no un texto en
otro idioma. Lo que refuerza la impresión que Campos y yo tenemos: que en
realidad esta augusta institución debería llamarse Taller de Revisión Poética
de Traducciones Literarias Literales de la Universidad de La Laguna (TRPTLLULL).
[1] De una entrevista que Blas
Fernández le hizo a la poeta y traductora mexicana, publicada en el Diario de Sevilla el 9 de diciembre de
2012:
[4] Vid. Harold Bloom, La escuela
de Wallace Stevens: un perfil de la poesía estadounidense contemporánea.
Edición, traducción y notas de Jeannette L. Clariond, España – México, Vaso
Roto Ediciones, 2011, p. 267.
[5] Vid. Rainer Maria Rilke, Poemas
franceses, traducción de Tomás Segovia, Valencia, Pre-Textos, 1997.
[6] http://elcuadernoculturaldelavoz.blogspot.com.es/,
número 39 del quincenal de cultura «El cuaderno», diciembre de 2012, primera
quincena: http://issuu.com/elcuadernocultural/docs/elcuaderno39
PARECE QUE ESTE SEÑOR REALMENTE SABE DE LO QUE HABLA, POR LAS MUCHAS Y ACERTADAS RAZONES QUE EXPONE CON MUCHOS DETALLES TÉCNICOS Y FIRMEZA EN SUS ASEVERACIONES. REALMENTE NO SE SI TENGA RAZÓN, PERO SU GRAN CONFIANZA Y RAZONAMIENTO LE DAN MUCHÍSIMA CREDIBILIDAD. ¡¡ENHORABUENA!!
ResponderEliminarQuerido Mario Domínguez Parra, enhorabuena por tu ensayo y por este blog con José Aníbal Campos. Lo seguiré con interés. Te conozco bien y eres un gran traductor y una de las personas más rigurosas y más constantes que he conocido en mi vida. Tu trayectoria así lo avala. Admiro mucho tus trabajos.
ResponderEliminarY defiendo y comparto esta actitud tuya de libertad, que no solo aplicas a la traducción, sino a todos los proyectos que has impulsado o en los que has colaborado.
Roberto García de Mesa.
Amigos Aníbal y Mario: enhorabuena por el nuevo blog. Un espacio dedicado a la traducción literaria es siempre un motivo de alegría. Empezar con un texto que cuestiona ciertas prácticas de traducción colectiva que se venden como novedosas cuando en realidad no son más que una maquinaria repetitiva y convencional de resultados bastante previsibles (aunque, sin duda, en buena parte de los casos, correctos); empezar con un texto así, digo, valiente, meditado, argumentado y contundente, me parece un buen modo de inaugurar un blog. Llegarán, sin duda, comentarios exaltados. En las incansables fraguas del inframundo estarán ya, quién puede negarlo, ciertos Vulcanos cavilando sus estentóreas respuestas. Pero, ya ustedes lo saben: un bloguero es un gaviero que resiste y se agarra al palo mayor de su libertad, su independencia y su amplitud de horizontes por mucho que las tempestades se desaten a su alrededor con la aciaga intención de derribarlo. ¡Ánimo, pues, blogavieros, y abrazos calurosos!
ResponderEliminarIncluimos un comentario de Orestes Sandoval López, desde La Habana (Cuba):
ResponderEliminarHola, Mario:
No tengo el placer de conocerte pero sí conozco a Aníbal desde hace muchos años, con quien compartí esos talleres de traducción de que habla.
Yo mismo he sido profesor de traducción y he vivido esas cosas que cuenta Aníbal acerca de extraordinarias versiones de los estudiantes. En esos casos yo he ido más lejos de lo que Aníbal cuenta: reconozco en el grupo la calidad de la versión, después de presentar la mía reconozco también que la del estudiante es mejor, etc., fueron experiencias muy bonitas durante más de 15 años.
Me he quedado asombrado de lo que he leído aquí. Una vez más se confirma ese viejo adagio que reza: “En todas partes cuecen habas“. Ese taller no es serio. Es, como dices en algún lugar, una tomadura de pelo, no representa un verdadero taller en el sentido puro de la palabra: fragua de auténtica creación. Me asombra que hayan podido sobrevivir tanto tiempo pasando gato por liebre. Así no se puede traducir nada, y poesía menos. Apúntame en el grupo de los “lobos esteparios“ (a fin de cuentas desde mi época de estudiante he sido un fan de Hermann Hesse; me honra el término). Muy bien por este blog, que se inaugura “bien arriba“, como nos gusta decir a los cubanos. Felicidades.
Orestes Sandoval López es traductor de, entre otros, Heiner Müller.
EliminarHola Mario,
ResponderEliminarComo ya te dije: mi enhorabuena por el blog para ti y para Aníbal. Creo que un espacio para la reflexión abierta sobre la traducción (o cualquier otro campo) es siempre una alegría. Llego un poco tarde a comentar sobre este tema, pero quiero dejar una breve nota al menos. Parece que el tema del Taller trae cola. Yo, que he practicado el “lobo estepario” con satisfacción, afecto y respeto, también participé en el TTULL, y de hecho para mí fue un lugar donde comenzar, en parte, y al que luego volver en mis idas y venidas. Personalmente me pareció un método interesante que creo que es válido tal y como yo lo viví: una experiencia más dentro del trabajo que es la traducción (lo prometo). A veces he estado de acuerdo y otras veces no. Y así lo expresé. Sin embargo, cuando traduje con el TTULL me sumergí en su método con todas sus consecuencias o condiciones: perdiendo el control total sobre la traducción, que se convirtió en un trabajo colectivo, con más énfasis en el pulido de la versión en español y en el caso del sueco, una discusión más sucinta en lo que respecta a los pormenores del original, ya que era yo el único que manejaba el idioma. Finalmente, no quiero extenderme, pero me gustaría precisar que creo que todos los métodos son discutibles y hay que dudar de ellos periódicamente, es decir, someterlos a revisión para que crezcan. Y eso es algo que me resulta enriquecedor del ensayo.
Bienvenido a este debate, estimado David. Estoy plenamente de acuerdo con que cualquier método de traducciòn ha de ser sometido a revisión. Tú dices que con cierta periodicidad, pero yo me atrevo a ir más allá y decir que cada texto al que uno se enfrenta como traductor, cada simple frase o verso, pone al traductor (haga su labor en solitario o en colectivo) ante una revisión de los métodos de traducción que ha aprendido, de las técnicas que le han enseñado en la teoría y las que ha ido adquiriendo en la práctica. A mi juicio, uno de los aspectos que me parecieron dudosos del taller tiene que ver con un mal entendido principio de autoridad ante una traducción X. Por tu experiencia, según infiero de tus palabras, el debate en torno a los pormenores de los poemas originales en sueco no constituyó el centro de la atención en esas sesiones. Yo tuve una experiencia similar la única vez que fui: casi todo el tiempo el debate se limitó a: "esto se dice así en español, esto no se dice asao". La mera Inszenierung (como dicen los alemanes: la puesta en escena), es dudosa. La mayoría de los asistentes están pendientes de lo que aprueba finalmente el maestro de ceremonias, su visto bueno definitivo. En el caso del francés, eso podría ser válido, pues Sánchez, al parecer, sabe francés (al menos lo entiende si lo lee en silencio); pero ¿cómo puede ser alguien que no sepa sueco quien, al final, fuerce con su mero gesto de asentimiento lo que se toma como solución definitiva para un verso?
ResponderEliminarLo que he visto en otros talleres (y he asistido a decenas y decenas de ellos),es que un traductor somete su versión a un colectivo de colegas que, en la mayoría de los casos, tienen una gran competencia en las dos lenguas implicadas. Las reflexiones de los colegas, los conocimientos de unos y de otros, son expresados, pero solo con la intención de que el traductor (la única "autoridad" real sobre el texto en ese momento), decida cuál es la que mejor le viene a "su" interpretación del mismo.
Hay otro aspecto mencionado por ti, David, en el que me interesaría ahondar un poco más. Cuando dices que te sentías perdiendo el control sobre la traducciòn, ¿a qué te refieres concretamente? ¿Puede entenderse esto como que la elección de palabras, de ajustes sintácticos o de versificación tomados en colectivo se alejaban demasiado de tu primera interpretación, basada en un conocimiento profundo de la lengua sueca?
ResponderEliminarYo recuerdo, por ejemplo, unas traducciones del ruso hechas a cuatro manos por el gran poeta cubano Eliseo Diego en colaboración con una colega de origen ruso que conocía bien el español. Aquellos poemas estaban completamente despojados de cualquier espíritu rusa, eran poemas de Eliseo Diego, como una especie de sueño "arrusado" de Eliseo Diego, pero sin salir de la Calzada de Jesús del Monte. Y este bien podría ser otro tema: ¿hasta qué punto es esto legítimo?
Otra cosa que a mí me encantaría saber: ¿cómo eran las traducciones de Elena Vidal de los poemas de Kavafis? Rodríguez Fer las describe como "traducciones literales". ¿Sabe griego moderno Rodríguez Fer, como para describirlas así? Me gustaría que contestara a esta pregunta, porque igual sí conoce la lengua del alejandrino.
ResponderEliminarLo lógico habría sido, ya que Vidal era la traductora de griego, que el editor de "Cuaderno de versiones" hubiese puesto un ejemplo del paso intermedio entre Kavafis y José Ángel Valente (esto es, las traducciones de Vidal), paso sin el cual Valente jamás habría comprendido a Kavafis. Esto me parece particularmente indignante.
Me indigna que Elena Vidal solo aparezca como apéndice de Valente. Sin ella, el autor de "Tres lecciones de tinieblas" no habría podido paladear (ni imaginar que tradujo) la poesía de Kavafis.
ResponderEliminarEstimado Aníbal,
ResponderEliminarEl debate en torno al original sueco, por ejemplo, se daba cuando había dudas sobre la sintaxis en la versión española, la elección de una palabra que a lo mejor en español sonaba forzada, o yo discrepaba de alguna versión por no encajar con el original, etc., en ese caso los asistentes echaban mano de sus conocimientos en la gramática del inglés o el alemán (por la cercanía de las lenguas germánicas), y se discutían matices desde distintas perspectivas. La verdad es que cuando traduje a los poetas suecos con el taller se discutió mucho y se consensuó una versión u otra admitiendo que había en ocasiones varios versos válidos. El principio autoritario (no confundir con la “autoridad” de más abajo) del que hablas yo no lo viví así, a veces se montaban discusiones en las que se podía divagar en torno a una partícula determinada o una acepción, y entonces, aunque era muy divertido dejarse llevar, siempre acababa saliendo un moderador para bajar los pies a la tierra y proseguir con el poema. La figura de este moderador variaba.
El tema de la "autoridad" de la que hablas, yo decidí compartirla en el mismo momento en el que me decidí a trabajar con el taller. Yo puse en este caso el trasvase en bruto y luego, en vez de acometer la segunda (tercera, cuarta, etc.) etapa de la traducción en solitario me senté a discutir y a mezclarme con todas las versiones y diversiones que salían adelante. Para mí es una método de trabajo más, y es tomarlo o dejarlo. Otra cosa que me gustaría puntualizar es que en el taller hay más gente que traduce y maneja el francés, por mencionar algunas M. Privat y C. Curell. Veo también que mencionan el libro de HartCrane en el blog (esto les dignifica y les confiere seriedad, me gusta que puedan criticar y discrepar pero que den cabida a todos), yo también estuve presente en algunas sesiones de esa traducción, una o dos veces, y en esa ocasión había bastantes asistentes que manejaban el idioma de salida y el de llegada (inglés, por si hay dudas. Algún británico dirá que en Brooklyn no se habla inglés, por eso lo puntualizo jajaja).
Bueno lo que quiero decir es que en el taller se trabaja de una manera determinada, que es criticable como todo. Creo que según los idiomas, los miembros del taller toman un rol u otro, según haya más o menos miembros que dominen el idioma desde el que se traduce, y eso me parece interesante. En general es un esfuerzo colectivo por aunar herramientas de trabajo para dar forma a una traducción. Creo que eso no anula los talleres en los que todos los asistentes dominan el idioma del original y el de llegada, ni tampoco anula al solitario traductor y quisiera afirmar que: ni viceversa. Es otra forma de hacer traducciones en equipo.
Por cierto, esto es larguísimo y todavía tengo que responder al segundo comentario, que me interesa mucho... Disculpen que no sea más breve.
Segunda parte, en respuesta a Aníbal y a Mario:
ResponderEliminarEl hecho de perder el control de la traducción quiere decir básicamente que yo no soy el único que trabaja sobre ella. Cuando trabajo con el taller, trabajo con un equipo de personas y no controlo el resultado final sin más, como cuando traduzco en modo “lobo estepario” (me encanta pensar en el traductor como lobo estepario, fue una novela que leí con diecisiete años y me causó una gran impresión, le tengo un gran afecto), sino que actúo en conjunto.
La legitimidad de esta traducción a cuatro manos de la que hablas es un tema que me parece que puede tener esta lectura: siempre y cuando la traductora rusa supiera quéforma estaba adoptando la traducción al español y que estuviera deacuerdo, creo que es un caso de colaboración en el que el carácter de Eliseo Diego impregnó fuertemente el resultado final. Quizá deberían haber tomado distancia y dejar que la traducción se airearse y haberse planteado que podrían caer en lo que señalas. ¿Por qué no lo hicieron? ¿No se dieron cuenta? ¿O quizá les pareció bien como estaba? Al fin y al cabo es la versión que ellos dos hicieron.Me parece legítimo si los dos sabían qué papel jugaba cada uno en todo momento. La cuestión es que lo trabajaron así, luego se puede discutir el resultado.
Leyendo el comentario de Mario me parece que sería muy enriquecedor mostrar el proceso, con una versión primera de Vidal y luego las siguientes versiones trabajadas por ambos hasta la versión final. Así se vería como trabajó Valente, todo lo que aportó, y todo lo que aportó Vidal; cada uno desempeñando el papel que le tocaba en el equipo.
Puedo entender la indignación de Mario porque la figura de los traductores esté tan anulada, pero creo que cabe preguntarse por qué es así siempre, no solo detenerse en algunos casos. En el caso de Vidal se da una combinación de factores que solo intuyo y me atrevo a comentar sin llegar a ninguna conclusión final: Valente poeta consagrado + tirón editorial = Vidal apéndice (lo típico). Puede que también ocurriera con Diego y la traductora rusa (ni siquiera escribimos su nombre); pero si quieren hacer una analogía con el taller, en ese caso, con respecto al taller, creo que hablamos de metodología de trabajo. Yo trabajé con el taller y disfruté.
Estimado David, en lo que me atañe, no puedo menos que celebrar tu intervención y agradecerte (seguramente Mario lo hará en su momento) la coherente, soberana y esclarecedora exposición de tus experiencias en el Taller de la ULL y tus reflexiones sobre los temas planteados. No estaría de más añadir que eres la primera persona que ha asistido con asiduidad a dicho Taller que se digna (o se atreve) a opinar. La única persona que ha salido en defensa del taller lo ha hecho sobre bases tan poco sólidas que apenas se le podían tomar en cuenta sus criterios, aunque, así y todo, mi compañero Mario ofrece el enlace a ese texto en su oportuno ensayo.
ResponderEliminarSobre estos temas abundaré en otro momento, pues me interesan muchísimo. Por ahora, solo deseo reiterarte mi gratitud y animar a otros a que participen.
PRIMERA REFLEXIÓN
ResponderEliminarEmpezaré poniendo sobre la mesa un tema para mí crucial en lo que atañe a la calidad de los debates del taller; un tema que, de cierta manera, ha salido a relucir en las reflexiones de David Guijosa.
La calidad de las sesiones del taller (que se realizan cada martes) depende en gran medida de la composición que tenga la tertulia en un día concreto. Sus integrantes cambian de forma constante, y los que asisten hoy pueden no asistir el martes siguiente o, simplemente, nunca más; puede incluso que esto sea así mientras duran las discusiones en torno a un mismo poeta o poema. Si uno tiene la suerte de acudir un día en que los presentes son casi todos competentes en varias lenguas (y sobre todo en el par de lenguas implicadas), magnífico. Pero, ¿qué ocurre cuando los allí reunidos son uno o dos con conocimientos de idiomas, otros dos que solo conocen uno precariamente, y otros cuatro que solo son aficionados a la poesía (sin importan los libritos que tengan publicados)?
Estoy muy de acuerdo con David en que el método de trabajo del taller es un método más. Pero me temo que a mí, como profesional de la traducción, eso no me basta. Se puede labrar la tierra con un tractor, con un azadón o con un tenedor, y los tres serían métodos distintos, pero el que conduce el tractor tendrá, sin duda, la ventaja. Aquí hemos estado intentando cuestionar, precisamente, la eficacia de ese método y, sobre todo, la excelsitud con la que se anuncia y presenta ante el mundo editorial. Por supuesto que no pongo en duda lo enriquecedor que puede ser, en un momento dado, sumergirse en esas sesiones, experimentarlas y sacar el provecho que se pueda sacar en la práctica futura de la traducción. Aun en mis críticas, siempre he dicho que me parece meritoria la existencia misma del taller, lo que cuestiono es la profesionalidad (cambiante) de su método. Como ritual iniciático en la traducción de poesía y literatura en general, me parece magnífico. Pero a un profesional que acude allí y, por lo visto, tiene la mala suerte que tuve yo, no le quedan deseos de volver, a no ser que busque sentirse arropado un martes por la tarde, como otros van a cursos de danza del vientre. Entiendo que pueda ser enriquecedor, y hasta divertido, pero (en determinadas composiciones) el método del taller, a mi juicio no puede sustituir otras variables de la traducción colectiva, ni siquiera la labor "esteparia" de un buen traductor.
Un debate sobre los matices de la lengua, sobre los recovecos de la sintaxis, aun en medio de un colectivo compuesto por una mitad de gente competente y otra mitad de semi aficionados, puede ser muy enriquecedor (no lo dudo), pero siempre lo será mucho más un debate entre mitades igualadas, entre gente de vasta cultura, con competencia en distintas disciplinas humanísticas y, sobre todo, dominio a prueba de balas de las lenguas y las culturas sometidas a debate.
Por fin, David, una defensa articulada del método, o de los diferentes métodos, del Taller de Traducción Literaria de la Universidad de La Laguna. Me gustaría que los miembros permanentes pasaran por aquí y dejaran un comentario, que mostraran su desacuerdo (o su aquiescencia) con algunas de las cuestiones que mencionamos Aníbal y yo, con la brillantez con la que tú lo has hecho. Quien dirige el taller no ha considerado oportuno contestar a nuestras preguntas sobre traducción.
ResponderEliminarMe parece, David, muy pertinente la operación matemática con la que resumes la presencia en "Cuaderno de versiones" de esas traducciones de Kavafis. Mencioné ese tema y me indigné porque Rodríguez Fer no escribe con propiedad sobre el papel de Vidal en estas traducciones y, como dices, no muestra el proceso que llevó a Valente a presentarse como cotraductor, cuando un cotraductor debería, en mi opinión, ser alguien que conoce las dos lenguas implicadas en el proceso. Si no, ni es "co" ni es "traductor". Yo mismo he hablado sobre mi trabajo de cotraducción, junto con Joseph Mulligan, de una selección de poesía y prosa de Pierre Joris. Los dos conocemos las dos lenguas implicadas.
La crítica aquí expresada no va dirigida a las traducciones de inglés o francés, puesto que hay bastantes miembros que conocen los dos idiomas. Va dirigida más bien al deseo de agrandar el espectro de idiomas de los que traducen, idiomas que no conoce más que la persona que hace la primera traducción (en tu caso, el sueco), convirtiendo un taller de traducción en un taller de revisión de traducciones. Si al menos su director tuviera la honestidad de reconocer esto, no habría problema, sería un alarde de honestidad.
Cambio "un alarde de honestidad" por "una muestra de coherencia".
EliminarY por supuesto, la crítica también enfatiza su atención en algo que oí más de una vez: "Yo creo que lo que dice Andrés está bien". Una cosa es moderar y otra cosa es tener la última palabra sobre fragmentos problemáticos de un poema.
ResponderEliminarUna réplica más para este debate. Ahora, con un poco más de tiempo, quiero apuntar algo al comentario de Aníbal. Sobre todo me parece que se confunden dos cosas en esta discusión: una es el resultado de lo que se trabaja en el taller y otra es el método. El resultado está ahí y queda siempre a juicio de cada crítico, cada cual que juzgue qué tal salió la cosa. Una vez que el libro sale de nuestras manos se defiende solo, verso a verso, línea a línea.
ResponderEliminarMario, mi experiencia fue: "La figura de este moderador variaba."
Más cosas, la prensa que se le ha dado al taller y otros entresijos me son ajenos, incluso si hay miembros que buscan una actividad semanal u otra cosa allí. Yo no discuto sobre eso.
Por otro lado, está el tema de la metodología de trabajo del taller, algo que ni Aníbal ni Mario creen que sea correcta. Ya se ha hablado de cómo trabaja el taller, tiene unos miembros que son permanentes y luego un equipo de traductores o traductor que lleva/n el peso de las primeras versiones del texto a traducir, según la ocasión, y luego se pule y se elabora el material en un debate.
Según yo lo veo, lo que en mi opinión tiene mayor interés (sin sustituir el valor de otras modalidades) es el trabajo en equipo. Creo que Aníbal definió muy bien un tipo de equipo que se puede dar en la labor de traducción, con todos sus integrantes como traductores y a la vez reescritores, y a eso yo añadiría que el taller de la ULL maneja otro tipo de equipo, un equipo donde se reparten las tareas y no todos tienen el mismo perfil. No veo por qué en traducción no se pueda explorar esa forma de trabajo, se hace en muchos otros campos como en la educación, la ciencia o el deporte. En un equipo de baloncesto un base no hace lo mismo que un pivot, no tiene las mismas características, se especializan en una de las labores que necesita el equipo y lo aporta al buen funcionamiento general (disculpen el giro NBA). Se dividen las tareas y cada cual pone lo suyo para que el resultado final sea el mejor posible. Con cuidado y con mimo. Me parece una opción; no es la única, pero es una.
El tema de que la configuración sea cambiante es sinónimo de que se mantiene activo y que los interesados pueden pasa por el taller (añadiéndose a las sesiones de los miembros que lo han mantenido en estos años) y eso hace que puedan sentarse a ver cómo funciona y participar. Que esté abierto no me parece algo malo. Finalmente, los miembros permanentes y el traductor/es principal/es son los que firman los trabajos, no los visitantes ocasionales.
Un abrazo.
(P.D.: la entrevista a Dagmar Ploetz es una joya)
Estimado David:
ResponderEliminarLa analogía con el baloncesto está bien argumentada, pero creo que es conveniente recordar que todos los jugadores, aun estando en puestos diferentes, conocen las reglas del juego con la misma exactitud. De otra manera, un equipo no funcionaría. Aunque si en el taller hay un equivalente a Michael Jordan o Kobe Bryant, que son los que al final suelen decidir los partidos (las versiones finales de las traducciones), las aportaciones serán desiguales. De vez en cuando un Scottie Pippen o un Dennis Rodman, un Pau Gasol o un Metta World Peace, pueden tener un cierto poder de decisión a la hora de "imponer" su traducción, pero la canasta que otorga la gloria editorial del taller no será de ellos.
Desde el principio se ha dicho aquí que el problema no es el resultado final, sino la manera de llegar a él. Se impone aquí, creo, una cierta ética de la traducción. Los visitantes ocasionales aparecen como traductores principales de cada secuencia de poemas. En "Ars poetica" aparecen sus nombres, pero no se aporta ningún dato con respecto a sus estudios, procedencia, edad y publicaciones previas como traductores del ruso, del polaco o del checo al español. Y son ellos, estos estudiantes Erasmus, los que traducen realmente. No me parece de recibo.
Un abrazo.
En todos los equipos hay miembros con más peso específico en unos momentos u otros. El rol que juegan unas figuras y otras viene dado por la experiencia o la habilidad. En el taller, digamos, todos los implicados conocen las reglas del juego aunque no tienen por qué dominar todas las facetas. Eso no va en detrimento del equipo, solo especializa los roles. Creo que con la analogía de las estrellas has tocado un tema que yo veo de manera muy diferente, la "gloria editorial". El taller tiene una trayectoria y una personalidad en A. Sanchez que lleva el peso de mucho de lo que ocurre allí y en los alrededores del taller, las críticas y los elogios le señalan muchas veces a él, es parte de un rol. El taller también se alimenta de su capacidad para conseguir publicaciones y la prensa que tiene, además de su experiencia como traductor y poeta (luego su estilo, su estética, podrá gustar más o menos). Lo del tema de compartir protagonismos siempre es algo peliagudo porque contentar todos los egos es difícil. Sigo reiterando: si juegas en un equipo que tiene una filosofía con la que trabaja desde hace tiempo debes adaptarte al método y si no haces tu propia propuesta. Como hizo Harden cuando salió de Oklahoma City Thunder para liderar a los Houston Rockets con otra filosofía. Ustedes han levantado el blog y han iniciado en ese sentido un trabajo coherente con su propia forma de ver la traducción, aglutinan colaboraciones muy interesantes y hacen una labor de divulgación muy buena. Ahora se trata de que la cosa tenga continuidad y trabajar pensando en como quieren trabajar ustedes; y que los demás hagan su juego.
ResponderEliminarPor otra parte sería interesante que se aportaran más datos de los traductores, como dices (todo se puede mejorar). Así descubriríamos que hay gente en el taller con un gran recorrido y por otra parte también se vería como hay cabida para nuevos traductores con mucho talento (o no, el tiempo lo dirá luego) que comienzan allí la pueda ser una carrera fructífera. Es positivo que se establezcan esas dinámicas, quien comienza se nutre de los que tienen una experiencia más larga y los que llevan un trabajo de más tiempo se contagian de nuevas voces.
Un abrazo
Hola, estimado David:
ResponderEliminarHas tocado otro aspecto clave: los roles en un equipo, en este caso, un equipo de traductores enfrascados todos en el vertido de un único texto. Y has tocado otro tema interesante: el ego.
El ejemplo de Mario, tomado del baloncesto un poco para seguir tu propia metáfora, me parece perfecto. En un gran equipo, todos los jugadores ya no solo conocen las reglas del juego, sino que han sido juntados en un mismo equipo por esas singularidades que hacen que cada uno pueda hacer un aporte especial al conjunto. Y volvemos a lo mismo: eso no es siempre así en el Taller. Cambia cada día, y su mentor principal no domina muchos de los idiomas que se someten a debate. Es como si los Lakers, un día, por ser un buen aficionado, llamaran a jugar al campo a Jack Nicholson. Y en mi criterio, en muchas lenguas, el profesor Sánchez no es más que eso: Jack Nicholson, un aficionado sentado en la grada, el hombre que luego invita a un convite a Kobe (invita-convite-Kobi: aliteración perversa), por haberlo hecho tan bien en un partido específico. El ego lo vi yo en Sánchez el día que fui: allí sentado, como un gurú, con muy poco que aportar aquel día, salvo su fama, su nombre, su mediocridad diluida tras el nombre.
Y tambièn estoy de acuerdo contigo en que se debería potenciar la individualidad, como traductores, de algunos de los colegas que asisten a este Taller semanalmente: a mí, por ejemplo, me parece que Régulo Hernández es un traductor de raza. O Jesús Díaz Armas. Régulo, por ejemplo, estaba dispuesto a hacer conmigo y otros colegas una antología de la poesía suiza contemporánea (a título individual, como Régulo-Traductor), pero no sé qué piensa ahora al respecto.
Desde este blog hemos invitado a algunos de los colaboradores permanentes del taller tanto para que nos presenten traducciones como para que participen en este debate y rebatan nuestros argumentos. Así, que poco más hay que decir. (Aunque seguro que mi colega Mario Domínguez tendrá otros argumentos, tanto más legítimos).
Un abrazo,
Anibal
Siguiendo, David, con la analogía baloncestística: Harden en Oklahoma City Thunders tenía cierto protagonismo, pero con Kevin Durant decidiendo las traducciones (quiero decir, los partidos) poco espacio tenía para su explosión como traductor (como jugador, quiero decir), que se ha producido en los Houston Rockets. Y cuando no es Durant el que decide, Russell Westbrook toma el relevo. Serge Ibaka tiene también ese papel secundario, un jugador con condiciones para ser una estrella.
ResponderEliminarCreo que en el taller hay gente con gran talento para la traducción (los ha nombrado Aníbal), un talento que no pueden desarrollar al máximo mientras solo traduzcan bajo la tutela de Sánchez Robayna. Pero como yo hablo desde mi experiencia, animo a otras personas que quieran ir o que ya hayan participado que nos transmitan sus opiniones sobre esta forma de traducir.
No concibo, como dije en otra ocasión, un taller de traducción como una estructura jerárquica.