ÓSMOSIS (XX) - JAVIER HERNÁNDEZ FERNÁNDEZ

 

Nací en la isla de La Palma (Islas Canarias, 1979); yo, Javier Hernández Fernández, y desconozco aún el porqué. Pero me gusta y me agrando el corazón con las manos y la boca para que quepa tal isla y la otra en la vivo, Gran Canaria. No conforme con ello, mantengo en forma mis fibras cardíacas porque soy curioso nato de nacimiento y no me ato a lugares. Los amo o no, y si me quedo en medio es para disfrutar la búsqueda de otros lares, otras cumbres, otras cuevas, otras lenguas... Pero esto es algo que sé ahora. Hasta llegar aquí anduve por caminos diversos... Nací en 1979, un 31 de diciembre.
            Obviamente también esparcí el tiempo en otros pareceres mientras buscaba, sin saberlo aún, la respuesta a mi “¿Qué?”, “¿Cómo?”, “Quién?” y “¿Por qué?”. Así es que estudié (inacabadamente) telecomunicaciones para luego decidirme por la informática y, por fin, los idiomas y la lengua, la Letra... Casi al mismo tiempo que recién comenzaba la licenciatura de Traducción e Interpretación y aceptaba lo que era, lo que quería hacer, dedicar gran parte de mi tiempo a la Poesía, a satisfacer el compromiso que ella pedía, los riesgos inevitables y la eterna duda, el sacrificio que se pide cuando el aprendizaje es, por naturaleza, constante... A este aprendizaje contribuyó el escritor Francisco Ramírez Viu, Isaac Rodríguez Morales (maestro de lucha de garrote canario), R. Alzala, Federico J.Silva, la profundidad de Charles Bukowski y Roger Wolfe y José Larralde con su música... Entre tanto veía la luz el proyecto del colectivo literario 9Puertas y todas las actividades de éste, recitales, crítica literaria y, finalmente, el libro antológico “Confluencias” (Beginbook, 2010). El fin del tiempo de 9Puertas; el comienzo que daban los “primeros poemas”.
            Finalmente, después de tanto y todo y con tanto, sigo navegando la Poesía, la creación literaria, la traducción, además de la crítica literaria en el proyecto “Mierda Perro, literatura canaria a punta de calima” (mierdaperro.wordpress.com) y con dos libros inéditos y en ciernes, a la espera, siempre aprendiendo, cuestionándolo todo... porque todo es lo mismo, pero nada se parece...



1) ¿Qué importancia tuvieron, en su formación como escritor, las traducciones de obras de otras lenguas y ámbitos culturales?

            Si la importancia en la formación como poeta y crítico literario puede medirse de diferentes formas, todas ellas más o menos subjetivas —o con una objetividad lograda en mayor o menor medida—, esta existiría (sin duda) a pesar de parecer la labor del traductor (¿padecer?) una de profunda modestia, modestia inducida o condenada (¿amor por la Letra?); esa extraña voluntad de veneración y respeto (¿amor, una vez más?) hacia el texto original y la traducción, y sin esperar nada a cambio —el respeto (para el traductor) se dio por hecho... aunque no ha sido así—. La importancia, el valor de las obras traducidas es aquel que inyecta en las lecturas, modos y formas, en las convenciones e imaginarios de la cultura propia (también en sus bestiarios), genes nuevos, entes extraños, “otros” que de manera más o menos consciente hemos elegido para darles permiso de entrada... y que, una vez dentro, es imposible controlar la influencia, la mezcolanza, la mistura, la combinación genética o la mutación que provocan (¿convocan?)... Porque tras la lectura, todo es un laissez faire casi en silencio.

            Así ha sido en mi caso, aunque me resulte casi imposible aportar ejemplos precisos sobre los efectos beneficiosos y nocivos del intercambio y posibilidades que ofrece la traducción del autor de “otros mundos”, sobre mi propia obra y evolución. Cuando el autor no convence, no llega, no se siente “cercano” (¿universal como nosotros?), y recibe el mismo trato que un autor en lengua propia; pero, cuando llega y gusta y conmueve y provoca, recibe un pequeño “trato de favor” respecto a los autores “compatriotas” (si lengua fuera patria). Pero no se trata de un favor gratuito pues, de alguna manera, extremadamente sutil, la traducción hace que el autor, antes extranjero, pase a formar parte de los ecos de la lengua propia. En este último caso, tal o cual autor se viste con un aura a medias mítica, a medias exótica, otro tanto de venerable... Se le da (o regala) más que a un autor paisano que lograra tales efectos en nosotros...
           
            La importancia, por tanto, existe y se siente con más claridad que los efectos palpables de su influencia pues se trata de un valor reunido en torno al placer que provoca, a los conocimientos y experiencias que se amplían; las usadas imágenes y metáforas de la cultura madre se ven renovadas, inventadas como nuevas con pequeños complementos, ingredientes y combinaciones, señalando un camino donde, antes, sólo se podía leer “Dead End”...
            … Tanto es el valor de las traducciones —entregadas, humildes, vocacionales, de rigor y vigor científico, con el arrojo del artista y el guerrero, la pesada espada de Damocles de la duda eterna del agnóstico; navegantes voluntarios de las preguntas, del dolor y la pérdida; eternos aprendices...— que la cultura, toda la cultura de la Humanidad sería mas pobre y estaría más cercana a la muerte sin Ella, sin al Traducción. Además, las traducciones aportan los nutrientes y el ejercicio necesario para aumentar y flexibilizar la propia visión y el entendimiento del Mundo, la posibilidad de ensancharlo... Independientemente de lo que, luego, “hagamos” con ellas como lectores.

2) ¿Qué traducciones recuerda como las que más contribuyeron a crear su propio estilo?
 
                “Arder en el agua ahogarse en el fuego”, poesía de Charles Bukowski desde 1955 hasta 1973 (La Poesía señor hidalgo, 2005; traductor: Eduardo Iriarte Goñi); “Ensayo sobre la ceguera”, de José Saramago (traductora: Pilar del Río); “¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!”, de Walt Whitman (Mondadori 1998; traductor: Francisco Alexander).
 
 
 
© De las respuestas: Javier Hernández Fernández
© De las preguntas: ARTE-SANÍAS

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