OLGA TOKARCZUK EN SANTA MADDALENA
Copyright de la foto: Fondazione Santa Maddalena (Toscana).
Olga Tokarczuk recoge su distinción como finalista del Premio "Gregor von Rezzori" 2019. En la foto: Beatrice Monti della Corte y Alberto Manguel
La ayer galardonada con el Premio Nobel 2018 fue en 2014 residente de la Fundación Santa Maddalena para escritores. Su libro Bieguni (Flights en su versión al inglés; I vagabondi, en su traducción al italiano; Unrast en alemán) fue en 2019 finalista del Premio "Gregor von Rezzori - Ciudad de Florencia".
Una evocación
En 2014 recibí la sorprendente noticia de que la viuda del autor que me
ocupaba por entonces, Gregor von Rezzori, al que dedicaba (y sigo dedicando)
todo mi entusiasmo como traductor y divulgador, me invitaba a la residencia
para artistas y escritores que, con el nombre de Fondazione Santa Maddalena,
Beatrice Monti de la Corte-Rezzori fundó junto a su marido poco antes de que
este muriera en 1998. A partir de ese momento, me convertí --sin hacer nada
extra para ello salvo ser quien soy y asumirme como soy--, en un huésped asiduo
de aquella casa, en la que no solo traduje buena parte de las obras del gran
autor de la Bucovina, sino en la cual investigué muchísimo más sobre su vida y
su obra, frecuentando a mucha gente que lo conoció y que me aportó una información
de mucho valor sobre el escritor.
Hoy, cuando muchos se preguntan quién es Olga
Tokarczuk, he evocado aquella primera visita de 2014, cuando la autora polaca
hoy galardonada con el Nobel visitó también por primera vez esa acogedora
casona de la Toscana, perdida en un camino que discurre por una de las
costillas de los Apeninos, esos barrancos que acaban clavados en el valle del
Arno. Nunca llegué a verla en persona, pero allí estaban sus libros (en varios
idiomas menos en castellano), allí estaban las nutritivas conversaciones en
torno a su figura.
En ese país envilecido que es Hispania Paellae
(lugar con ínfulas que solo sirve, si acaso, para ir a comer. Y no en todos los
sitios, que hay muchas trampas para incautos turistas) apenas nadie sabe nada de
esta magnífica autora. De Handke, en cambio, un mimado del gremio literario,
que ahora un periódico como La Razón celebra como "rebelde" (en un
juego manipulador del lenguaje que intenta degradar la hermosa voz
"rebeldía" a lo que no ha sido más, en muchos momentos, que un
desfasado, mimético y epigonal epater le bourgeois), correrán ríos de tinta en
los días y meses venideros. Handke puede incluso darse el lujo de
rechazar el importe del premio, porque, como mimado que sigue siendo, como
constructo de una editorial (Suhrkamp) y de un mundillo literario muchas veces
envilecido, ganará el doble vendiendo los derechos de cualquier cosa que
escriba a partir de ahora, incluidas sus veleidades de divo.
Su premio es merecido, no lo discuto, existe una
obra sólida detrás (y extensa, sobre todo extensa), y existe un momento de su carrera que fue importante, pero
ello no debe hacernos olvidar en ningún caso todo lo que hay de criticable en
esa pose de "poeta" que el autor de Carintia siempre ha sabido
adoptar con maestría mimética. Me gusta la singularidad del Premio este 2019:
por un lado, la Academia premia un modelo desfasado de escritor, el de la pose
del "genio", el del escritor en su torre de marfil que no se ocupa de
los asuntos de este mundo, que se huele sus propias pestecillas y solo se mira
el ombligo o los sucios espacios entre los dedos de los pies. Y el de una
narradora con una fuerza extraordinaria, joven, activa en el mundo que la
rodea, una escritora que es también CIUDADANA (independientemente de las ideas
que defienda).
Ojalá que el premio no la envilezca, convirtiéndola
en una diva más. Yo, por mi parte, seguiré evocando aquella imagen de la
narradora y mujer extraordinaria de la que tanto me nutrí en mi primera
estancia en Santa Maddalena.
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