ÓSMOSIS (VI) - ROBERTO A. CABRERA



  © Foto: Ismael Cabrera Armas

 


Siendo todavía casi un niño, Roberto A. Cabrera estuvo a punto de co-romperse, de quedar para siempre sobornado por las administraciones de cierta inmaculada poesía. Ganó no se sabe muy bien cuántos cupones en las loterías poéticas, y hasta le regalaron una vistosa estilográfica. Su cabeza, aunque nunca se llenó demasiado de humos, empezó a colmarse con toda clase de elementos: borrones de tinta azul, partículas de polvo receloso, piedrecillas lanzadas por manos envidiosas, gases de menosprecio, brumas de incertidumbre y témpanos de autocrítica. Las bruscas agitaciones de la juventud y la precocidad terminaron haciendo lo suyo con todo el material acumulado en aquella craneana coctelera. Y un buen día la prometedora cabeza de Roberto A. Cabrera vivió su particular big bang.
Tras una larguísima temporada de angustioso coma de silencio, los fragmentos esparcidos con la explosión empezaron a juntarse poco a poco. Los átomos de palabras, las gaseosas estelas de un par de frases sueltas fueron uniéndose para crear un primer meteoro de disgregaciones que, como si quisiera rendir tributo a su origen explosivo, derribaba con sus bandazos las paredes de todos los géneros. Ya para entonces, su permeable fe agnóstica estaba bien asida entre las armadas manos de una idea: las de la maculada concepción.  Su extraña religiosidad se dedicó ahora a concebir otros mundos voraces y  profanos, a pro-crear múltiples universos prosaicos, a dar forma, entre sus hábiles dedos, a dos nuevos y alborozados planetas de humanidad.
Roberto A. Cabrera nunca ha abandonado del todo cierta poesía, pero la suya es una poética no administrada por el adorno. Aunque se ha empeñado en negarlo, las desperdigadas estaciones de sus años nunca se extraviaron, y las escleróticas sandalias del poeta adolescente, que un día él mismo incineró en la estufa que usa para quemar los malos recuerdos de una época aterida, han dado a luz un sol necrólatra bajo el que se calienta un estremecedor y vivificante humus estético.
 
José Aníbal Campos


_________________________

 


Para información más concreta sobre Roberto A. Cabrera, véanse los siguientes enlaces:


 Fábulas:

http://narradorescanariosactuales.wordpress.com/2011/09/05/fabulas-seguido-de-suenos-claridades-enigmas-roberto-a-cabrera/

El sacrificio:




***
1) ¿Qué importancia tuvieron, en su formación como escritor, las traducciones de obras de otras lenguas y ámbitos culturales?

En otras ocasiones he manifestado mi deuda con Hermann Hesse. La lectura y relecturas compulsivas en mi temprana adolescencia de dos novelas suyas: Demian y El lobo estepario, despertaron, estoy enteramente seguro de este hecho, no solo mi conciencia literaria y mi vocación de escritor sino, a la par, cierta forma de concebir la escritura como un camino de autoconocimiento. En el origen de mi vida como escritor se hallan, pues, dos novelas escritas originariamente en una lengua extraña que, entonces como ahora, desconocía. El azar quiso que leyera Demian en la impagable versión de Genoveva Dieterich y que conociera El lobo estepario a través de la excelente traducción de Manuel Manzanares. Adquirí pronto conciencia de la calidad de estas traducciones cuando, en plena adolescencia, tuve ocasión de hojear una traducción de una editorial (no recuerdo ya si mexicana o argentina) de Demian. La lectura de párrafos que conocía casi de memoria a través de la versión de Dieterich dejó al desnudo la torpeza y la mediocridad de la otra traducción. Y no me refiero aquí a cuestiones técnicas sobre justeza o propiedad (que no estoy en condiciones de juzgar), sino a la calidad estilística, al valor literario que las páginas en lengua española de la versión de Dieterich indudablemente tienen. A ese temprano descubrimiento debo la costumbre y la preocupación (casi maniática) de escoger, cuando dispongo de diferentes traducciones de un libro, aquella versión que me parece más autorizada y de mejor calidad literaria.

            No me considero, pues, un lector que desprecie el trabajo de la traducción. Antes al contrario, soy un lector –y por ende un escritor– plenamente consciente de mi deuda para con el trabajo de quien hace legible en mi lengua lo escrito en lenguas ajenas. Voy más allá incluso de esto. Mi aprecio por el buen hacer de un traductor no se limita a un mero reconocimiento de la dimensión, digamos, artesanal de su oficio cuando traslada un texto de una lengua a otra. Mi reconocimiento se extiende al talento literario que se pone en juego en dicho trabajo: el traductor es, también, un escritor que recrea el texto de otro escritor. Si yo como escritor quedo a merced del lector que soy, no es menos cierto que las traducciones me llegan gracias al escritor que vive en el traductor. Por tanto, el camino que parte del libro originario en una lengua que me es ajena se halla siempre bajo la luz de la creación: en el momento en que el libro es concebido por el autor, en el momento en que es reescrito por el traductor y en el momento en que es leído creativamente por mí en tanto que escritor.

2) ¿Qué traducciones recuerda como las que más contribuyeron a crear su propio estilo?

Es difícil responder a esta cuestión de manera precisa. Dado que nos limitamos a las traducciones, debo dejar de lado a aquellos autores que han escrito en español y que me han influido mucho.

            No me es posible señalar traducciones concretas. Es cierto que las novelas que he mencionado más arriba dejaron en mí una huella profunda. Sin duda, tuve la fortuna de leerlas en una traducción de calidad literaria indiscutible. De haberlas leído en una versión mediocre hubiera sido difícil para el escritor en ciernes escapar de una influencia nociva. Esto me trae el recuerdo de unas palabras de Julio Cortázar, quien, en una entrevista televisiva, declaraba el daño estilístico que a los escritores de su generación había hecho el leer la gran literatura europea en las traducciones disponibles en América entonces, traducciones que, a juicio del escritor, eran pésimas.

            No me atrevo a afirmar si alguna traducción ha contribuido a crear mi propio estilo. Si amplío la formulación de la pregunta y vamos más allá del estilo y consideramos la influencia en mi formación como escritor me gustaría mencionar a Dostoyevski, reescrito por Augusto Vidal, y a Thomas Bernhard, inconcebible sin la meritoria reescritura de Miguel Sáenz.

Roberto A. Cabrera,

Los Sauces, 7 de enero de 2013.
 
 



© De la entrevista: Roberto A. Cabrera / ARTE-SANÍAS
© De la presentación: José Aníbal Campos

 



 

Comentarios

  1. Llevo unos meses leyendo compulsivamente a autores canarios, por cortes de desnivel, verticalmente, y acabo de terminar La Estación extraviada y de descubrir la A que separa Roberto de Cabrera (no entendía nada). Es lo mejor que he leído, ¡qué solidez!
    José María Lizundia

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

No aceptaremos comentarios anónimos.

Entradas populares