JOHN CLARE - ANTONIO RIVERO TARAVILLO

 
 
Antonio Rivero Taravillo (Melilla, 1963) es Premio Andaluz a la Traducción Literaria por sus versiones de John Keats (Poemas, 2006), y Premio Comillas de Biografía por Luis Cernuda. Años españoles (1902-1938) (2008). Es autor de los poemarios, Farewell to Poesy (2002), El árbol de la vida (2004) y Lejos (2011).
Ha publicado traducciones de libros de poetas como Alfred Tennyson, Robert Graves, Ezra Pound, Christopher Marlowe, John Milton, o Gerard Manley Hopkins, así como la Poesía completa de William Shakespeare y la Poesía reunida de W.B. Yeats, además de antologías de poesía norteamericana, irlandesa medieval y gaélica escocesa (todas en traducciones directas). También ha traducido novelas, volúmenes de relatos y artículos de Jamie O’Neill, Jonathan Swift, Flann O’Brien, Liam O’Flaherty y numerosos otros, así como el tratado Biathanatos, de John Donne.
En prosa, su obra incluye Las ciudades del hombre (1999), Los siglos de la luz (2006), Con otro acento. Divagaciones sobre el Cernuda “inglés” (2006, Premio Archivo Hispalense de la Diputación de Sevilla), Viaje sentimental por Inglaterra (2007), Las líneas de otras manos. Esbozos de crítica literaria (2009), Macedonia de rutas (2010) y Afán de permanencia (2011). En 2011 publicó la segunda parte de su biografía de Cernuda: Luis Cernuda. Años de exilio (1938-1963).
Ha impartido talleres de escritura y traducción y coordinado el módulo de poesía del Máster en Creación Literaria de la Universidad de Sevilla. En 2011 le fue concedido el Premio Feria del Libro de Sevilla, y en 2012 el Premio Estado Crítico por el segundo tomo de su biografía de Cernuda. Ha dirigido las revistas Mercurio. Panorama de Libros y El Libro Andaluz y ha sido director literario de Paréntesis Editorial. En la actualidad es columnista en la edición sevillana del diario El Mundo.



EL TEJÓN, UN POEMA DE JOHN CLARE


En la historia de la literatura inglesa, dos personas al menos han creído ser en algún momento de su vida Lord Byron. Una fue el aristócrata autor de Childe Harold; el otro un campesino casi indigente que enloqueció y, como Coleridge, como Hölderlin, pasó sus últimos años recluido. En la locura de John Clare, el episodio de creerse Byron es sólo uno más, tal vez el menos trágico; también se creyó Robert Burns, y como tantos enfermos mentales seguramente padeció más en su estado cuerdo, durante esa serie de acontecimientos y coyunturas que le llevaron a perder el juicio.

Clare (1793-1864), nacido en Helpstone, en el condado de Northamptonshire, donde pasó toda su vida, canta a una Inglaterra que desaparece, mas sin impostar la voz en ningún momento: nos cita junto a un nido, en un paraje que sólo aparece en los mapas más detallados; nos hace admirar la robustez de un árbol en particular, ya centenario cuando él escribe y talado sin embargo por el progreso (son los años en que se cercan los campos y el positivismo y la Revolución Industrial imponen su ritmo y nuevos modos de vida, que constituyen la muerte de los antiguos: los de Clare y su comunidad).

Su naturaleza, menos exaltada que la de Wordsworth, se nos presenta tal cual, en la lengua, en la mano que transcribe, apéndices estos de unos ojos conocedores y en íntima familiaridad con ella. Sus pájaros, por ejemplo, no son los más convencionales de Shelley o Keats, no son el pretexto de ninguna idea: son por el contrario la pura delectación de contemplarlos, el embeleso de posar la mirada sobre unos accidentes más –como una roca o un arroyo– de la tierra nativa.

Los hechos que precipitaron su enfermedad mental fueron una doble separación: la de su amor de juventud, Mary Joyce, y la de su aldea. Antes de ese fatídico año de 1837, publicó un puñado de libros cuyos títulos hablan por sí mismos –tomemos prestado un título de Muñoz Rojas– de las “cosas del campo”, del paso de las estaciones y su reflejo en la vida diaria: Poems Descriptive of Rural Life (1820), The Village Minstrel and Other Poems (1821), The Shepherd’s Calendar, with Village Stories and Other Poems (1827), y The Rural Muse (1835). Aún en sus años de asilo escribió cientos de poemas de los que afortunadamente se ha salvado la mayoría.

Al resaltar su locura, sé que he sido injusto con Clare, pues ésta está lejos del exceso y el desvarío inconexo, y sólo tiene como efecto en su poesía, que es lo que más nos importa, un ahondamiento en la sensibilidad, una hiperestesia e indefensión a veces que producen, entre otros, ese poema estremecedor que es “I Am”.

Aunque gozó de un instante de reconocimiento y éxito, su lengua dialectal chocó con el elegante gusto londinense, contrariado además por su gramática “incorrecta” y casi total falta de puntuación. También sufrió su obra un cambio en las inclinaciones del público, que, muertos Shelley, Keats y Byron, empezó a darle la espalda a la poesía para favorecer a la emergente novela. A pesar de ello, el siglo XX y sus últimas décadas en particular, con el comienzo de éste, han visto una nueva apreciación de la poesía de John Clare, que está más cerca de lo que parece de un contemporáneo como Ted Hughes, tan telúrico, o, cruzando el mar, del hijo de labrador Seamus Heaney.

Harold Bloom ha escrito de él que “se halla notablemente libre de afectación, una libertad que otorga a sus mejores poemas una espléndida pureza y una franqueza elocutiva. Poseen una inmediatez muy poco común en la poesía de cualquier época.” También ha escrito Bloom que “John Clare es con frecuencia un poeta mayor, una eminencia oscurecida por la proximidad de Wordsworth, Coleridge, Byron, Shelley y Keats.” Y eso se nota también en la suerte que ha corrido como objeto de traducción, pues apenas ha sido vertido a nuestro idioma. “El tejón”, poema en que no es difícil ver la soledad del poeta y el hostigamiento al que siente que lo somete el mundo, reúne muchas de las características de Clare. Junto con otros que ya adelanté en la revista Clarín y muchos inéditos compone una antología bilingüe de próxima publicación. Sigo aquí la edición de Eric Robinson y Geoffrey Summerfield.

ANTONIO RIVERO TARAVILLO

 ***

EL TEJÓN

El tejón que en el bosque gruñe y corre
peludo y con su hocico rayinegro
arraiga en los arbustos y arboledas
y hace en los helechos un gran surco
a paso desgarbado corre gacho
y siempre queda el último corriendo
el perro del pastor le hace escapar
hasta su madriguera y lo persiguen
hombres y canes van los leñadores
de caza nocturna en pos del zorro 
y aprisa entre el helecho y los arbustos
no ven los agujeros del tejón
y a veces entre matas hasta el cuello
caen en esos huecos de cabeza.

Cuando es medianoche la jauría
llevan a la guarida del tejón
los hombres y se apostan con un saco
hasta que pasa el viejo gruñidor
y oye que liberan al más fuerte
el zorro viejo deja atrás el ganso
el cazador furtivo tira y corre
y medio herida va la anciana liebre
casi rozándolo cogen una horquilla
para prenderlo y chillan a los perros
y lo llevan al pueblo y todo el día
lo hostigan con los perros y se ríen
y lo asustan con puercos que lo corren
él huye veloz y muerde a todos
y gritan con jolgorio entre el estrépito.

Se vuelve para hacer frente a las voces
y empuja a los rebeldes a sus puertas
y le lanzan pedradas por do va
cuando ataca el tejón a todo bicho
jalean a los perros y los hacen
sumarse a la refriega y él se gira
los pone en fuga y si menor y parvo
lucha horas enteras y los vence
el pesado mastín en la reyerta
se echa a lamer sus patas y se aleja
bien conoce el bulldog a su adversario
y se enfría el tejón saca los dientes
y no da un paso atrás sigue el gentío
pisando sus talones y él les muerde
jurando el borrachín se tambalea.

Las mujeres se llevan a los niños,
el canalla se ríe y va a la liza
quiere alcanzar el bosque a paso torpe
mas palos y garrotes lo detienen
él se vuelve de nuevo y pone en fuga 
a la turba ruidosa y la jauría
se escapa y gana a todos y liberan
a todo perro y contra él lo azuzan
se desploma cual muerto y lo patean
los hombres y los mozos luego brinca
y les saca los dientes y de nuevo
los ahuyenta y cede y gruñe y muere.

Algunos un tejón tienen que ceban
manso como un cochino y como un perro
dócil les sigue y vence indemne y marcha
absorto cual dormido y no se escapa
y trinca a cualquier perro que se acerca
criado igual que un perro nunca muerde
al hombre pero asusta a todo perro
y va a su madriguera donde al poco
lo obligan a salir y bocabajo
le colocan un rastra donde lucha
con todo el pueblo y lame aquella mano
que lo acaricia y juega y nunca muerde
y escapa al ruido en árboles quemados
por niños que paneles codiciaban.


 

[THE BADGER]


The badger grunting on his woodland track
With shaggy hide and sharp nose scrowed with black
Roots in the bushes and the woods and makes
A great high burrow in the ferns and brakes
With nose on ground he runs an awkward pace
And anything will beat him in the race
The shepherd’s dog will run him to his den
Followed and hooted by the dogs and men
The woodman when the hunting comes about
Goes round at night to stop the foxes out
And hurrying through the bushes to the chin
Breaks the old holes, and tumbles headlong in

When midnight comes a host of dogs and men
Go out and track the badger to his den
And put a sack within the hole and lie
Till the old grunting badger passes bye
He comes and hears they let the strongest loose
The old fox hears the noise and drops the goose
The poacher shoots and hurries from the cry
And the old hare half wounded buzzes bye
They get a forked stick to bear him down
And clap the dogs and take him to the town
And bait him all the day with many dogs
And laugh and shout and fright the scampering hogs
He runs along and bites at all he meets
They shout and hollo down the noisy streets

He turns about to face the loud uproar
And drives the rebels to their very door
The frequent stone is hurled where e’er they go
When badgers fight then every one’s a foe
The dogs are clapt and urged to join the fray
The badger turns and drives them all away
Though scarcely half as big demure and small
He fights with dogs for bones and beats them all
The heavy mastiff savage in the fray
Lies down and licks his feet and turns away
The bulldog knows his match and waxes cold
The badger grins and never leaves his hold
He drives the crowd and follows at their heels
And bites them through the drunkard swears and reels

The frighted women take the boys away
The blackguard laughs and hurries on the fray
He tries to reach the woods an awkward race
But sticks and cudgels quickly stop the chase
He turns again and drives the noisy crowd
And beats the many dogs in noises loud
He drives away and beats them every one
And then they loose them all and set them on     
He falls as dead and kicked by boys and men
Then starts and grins and drives the crowd again
Till kicked and torn and beaten out he lies
And leaves his hold and cackles groans and dies

Some keep a baited badger tame as hog
And tame him till he follows like the dog
They urge him on like dogs and show fair play
He beats and scarcely wounded goes away
Lapt up as if asleep he scorns to fly
And seizes any dog that ventures nigh
Clapt like a dog he never bites the men
But worries dogs and hurries to his den
They let him out and turn a harrow down
And there he fights the host of all the town
He licks the patting hand, and tries to play
And never tries to bite or run away
And runs away from the noise in hollow trees
Burnt by the boys to get a swarm of bees


© De la nota introductoria y de la traducción: Antonio Rivero Taravillo

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