NILO PALENZUELA

 
 

© Ceferino López

 
 
¿Cómo traducir las palabras del otro? ¿Cómo no traducirlas?
 
Una entrevista a Nilo Palenzuela
Por José Aníbal Campos
 
 
 
Un punto es un comienzo, una cópula, un cabo, un fin, el lugar hasta el que llega la memoria cuando nosotros ya estábamos aquí. Cabe preguntarse: ¿de dónde?
Nilo Palenzuela, Parada para salir al campo
 
 
 
Cuando buscaba yo todavía, con fundado pesimismo, orientarme en el famélico mundillo intelectual, literario y artístico tinerfeño, cayó en mis manos un número del suplemento El perseguidor con una nutricia entrevista al entonces para mí desconocido Nilo Palenzuela (núm. 78, diciembre de 2011). Lo que allí se decía me cautivó de inmediato: frente al trascendentalismo con el que había estado tropezando a cada paso, el profesor Palenzuela hacía una defensa de la mirada escéptica, del humor («El humor quita […] importancia a la trascendencia y al dogmatismo, permite reírnos de nosotros mismos»); hablaba de la fragmentación de la mirada («Mi mirada es fragmentaria […] Los fragmentos, como en los sistemas nerviosos, permiten desplazarse a la vez en diversas direcciones»); cuestionaba el valor absoluto de la Academia como orientadora del presente creativo («Cuando los profesores se convierten en guías “creadores” de escritores o artistas del presente, el arte y la creación se vuelven académicos, un desastre») o abogaba por la aceptación de un concepto no reduccionista de las realidades insulares («Aceptar una realidad más compleja del mundo insular, más abierta en todos los sentidos, menos sujeta a dogmas, mitos e invenciones»). A la estupidez y la anemia literaria que, a mi juicio, campeaban a sus anchas en ciertos círculos académicos o literarios de aquella isla, Nilo Palenzuela oponía, con la sencillez y la serenidad de los auténticos sabios, la lucidez, el rigor, la mirada verdaderamente alucinada ante la vida misma.
De inmediato empecé a buscar sus libros y descubrí que era el autor no solo de una obra ensayística sólida, sino el «germinador» de un universo poético que, no por discreto y, si se quiere, minimalista (como corresponde a la esencia escéptica y auto-rigurosa de su autor) dejaba de ser orgánico y fascinante. Leí con fruición Los hijos de Nemrod, y he leído con devoto deleite, entre algunos otros textos sueltos, esos fragmentos de sobrecogedora y cioranesca lucidez recogidos en Parada para salir al campo. Aunque me reprocharé siempre el haber llegado con cierta tardanza a la obra de Nilo Palenzuela, sé al menos que a partir de ahora ésta ya no me abandonará más. Y sé que no soy el único que piensa de ese modo.
Para esta entrevista, planificada desde los primeros días de este blog, hemos querido abordar a algunos intelectuales y escritores canarios y preguntarles cómo definirían al profesor Palenzuela en unas pocas palabras. He aquí una pequeña muestra del resultado: «El mejor ensayista que tenemos en Canarias»; «intelectual honesto»; «el conocimiento como una fiesta permanente»; «autor de obras que son producto de un trabajo serio y meditado»; «la amistad como un torbellino de cariños, seducciones y sorpresas»; «un estilete poético (un creador de sentidos), sabe llegar al fondo de un texto con un gusto por la lengua sensacional».


Estimados lectores de ARTE-SANÍAS: este blog, cuya vocación inicial ha sido y seguirá siendo la universalidad, se honra hoy, muy especialmente, con la presencia en sus páginas de un intelectual que mira con ojos azorados al universo, sin olvidar ni por un instante su frágil condición humana: Nilo Palenzuela.
 
José Aníbal Campos  



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¿Qué importancia han tenido en su formación, tanto personal como en su condición de autor y profesor, las traducciones que le llegaban de niño y, más tarde, las que fueron alimentando su afán de lectura?


En cierta manera no sé si uno supera por completo la infancia. Cuando no se domina la propia lengua se hace un esfuerzo para comprender mejor, para conocer los sentidos de las expresiones, para traducir aquello que leemos a un sistema comprensible. Sin darnos cuenta, no obstante, ese ejercicio de “traducción” nos transforma, permite instalarnos en otros espacios, en otras situaciones, en otras culturas. Al paso del tiempo advertimos que lo mismo ocurre en el terreno de la traducción, en estricto sentido, de otras lenguas. Nos asombra lo que sienten seres de diversas épocas, de diversos países. Es importante saber que ellos nos dicen, nos indican, nos inventan, nos orientan.
En el dominio profesional puedo decir que no es menos asombroso comprobar que buena parte de la tradición “fuerte” de la cultura europea, la que viene del Renacimiento, surge de un enorme ejercicio de traducción. De los clásicos griegos y latinos y de los provenzales se llega a los “italianos” renacentistas, de Petrarca y sus seguidores a los españoles, franceses, ingleses, todo en un complejo ir y venir de traducciones y recreaciones. Las lenguas se fundan y crecen en la traducción. Incluso las identidades de las lenguas respiran en la traducción. Y también las naciones, lo que implica más de una sorpresa para los nacionalismos. No podría haber dado un paso sin haber leído a los escritores anglosajones, a los portugueses, a los franceses, o a los estudiosos de épocas, de autores. En versiones españolas o en lecturas directas, todo  se trata para mí de traducción. Esto implica aceptar la posibilidad de extravío y de provisionalidad, algo que normalmente no se acepta en los medios académicos en los que me muevo. Naturalmente no se trata de hacer una lista de nombres ni de acudir a tópicos muy conocidos para mostrar cosas que me han llamado la atención: el “simulacro” de traducción cervantino, por ejemplo; el laboratorio de traductores en La città del sole, de Campanella. Pero señalo nombres importantes para mí: Nietzsche, Thomas Mann, Pessoa y Francis Ponge.
Por otro lado, como me interesan particularmente los procesos de interculturalidad, los intercambios, los diálogos de lo uno y lo otro  y sus manifestaciones concretas, siempre admiro el esfuerzo de las publicaciones periódicas en su deseo de mantener el contacto entre las lenguas, y lo advierto en revistas como Europe en Francia, El Hijo Pródigo en México, Orígenes en Cuba, Gaceta de Arte en Canarias… Sin traducir a los otros, sin escuchar a los otros, a las lenguas occidentales les entra anemia, y a sus hablantes cierta incapacidad para saber que son parte de un movimiento de trasvase de sentimientos, de percepciones, de pensamientos. Todos traducen de todos. Nos identificamos y nos identifican, allí o aquí, con nuestras lecturas, con nuestras traducciones (“recreaciones”, decía mi admirado Eugenio Trías). Nos disolvemos también en todo ese espléndido desplazamiento. También esto nos modifica, nos saca del ensimismamiento y de la estupidez.

 
Tenemos entendido que ha ejercido usted la traducción. Aparte del valor intrínseco de traducir a nuestra lengua un texto desconocido, ¿hay alguna experiencia importante que haya podido sacar de la traducción para su propia escritura, para ese proceso de cobrar una conciencia más nítida del valor de la palabra? ¿Podría, una labor de traducción concienzuda, contribuir a consolidar una especie de ética de esa plastilina que es la palabra, sobre todo la palabra escrita, la palabra literaria?

 
Traducir es un acto de escritura. Y es una gran responsabilidad. Es difícil respetar al otro que habla en su lengua, escuchar los rumores que se hallan en sus decisiones, en su memoria… Si se traduce en serio se advierte enseguida que tus horizontes verbales, tu mirada, se amplían, adquieren otras modulaciones, otras texturas. Sin condición ética, me parece, no se puede traducir, pues se confunde enseguida lo que creemos con lo que realmente está en la lengua de partida. Si no se mantiene la tensión entre las dos bandas del lenguaje todo se precipita. Hay traducciones de García Terrés, el mexicano, que son estupendas, hacen que algo expresado en otra lengua funcione en español. Si no se incide con acierto en la “plastilina”, las palabras no adquieren vida y el esfuerzo resulta vano. Cuando se acierta, las ondas expansivas de la traducción son enormes. Pienso en la versión que hace  Zubiri del heideggeriano ¿Qué es metafísica? Sin la lectura de ese libro, publicado en México en 1941, sería difícil entender lo que modificó el pensamiento de Octavio Paz, por ejemplo.
Mis ejercicios de traducción son constantes, en el sentido antes expuesto, y muy limitado.  Prefiero reconocer mis debilidades y no publicar textos traducidos de otra lengua que sean de naturaleza creativa. Prefiero leer a Rafael Cañete Fuillerat en su “traslación” de Petersburgo, de Andréi Bieli. De paso veo cómo “siente” mi idioma alguien de mi misma edad. Tengo que fiarme además del traductor, pues nada sé del ruso. Como en todo, como en la vida, vivimos “de fiado”.

 
Nos interesaría mucho que nos hablase de un proyecto que usted dirigió, aunque con vida efímera, llamado "Horizontes insulares". De por sí, en el contexto de Tenerife, la palabra "horizontes" ya tiene un sonido grato. ¿En qué consistió el proyecto, quiénes participaron y cuáles fueron sus resultados más palpables?

 
A partir de algunas reflexiones de Derek Walcott, de la isla caribeña de Santa Lucía,  y de Malcolm de Chazal, de Île Maurice, situada en el otro extremo del mundo, quise plantear el contacto soterrado de las culturas insulares. Conté para ello con escritores de tres lenguas europeas, el español, el francés y el portugués, que tienen  enorme presencia en el Caribe, en el Atlántico o en el océano Índico. Todos los escritores proceden de islas que se encuentran muy vinculadas a Europa, incluso de manera conflictiva. La isla de La Réunión, por ejemplo, es territorio francés, como Martinique, Guadeloupe, aunque poco tengan que ver con el panorama continental francés. Por razones de vínculos históricos con Canarias, conté además con escritores de Puerto Rico, de Cuba y de República Dominicana. También, por razones similares, quise invitar a autores de Açores, de Madeira y Cabo Verde. Se trataba para mí de poner en relación a narradores y poetas de diversas lenguas que se desconocen y que viven en sus propias áreas  lingüísticas. Martinique y Puerto Rico, por ejemplo, a menudo se ignoran. Los  boricuas están más cerca de la lengua inglesa que de la francesa por razones obvias. Conté así con doce escritores de origen insular distinto, y dediqué un pequeño libro a cada uno. Los volúmenes estaban constituidos por dos traducciones y el texto en lengua original. Por tanto: español, portugués y francés. La presencia de la escritura “primera” era tan importante para mí como las versiones a las otras dos lenguas. Busqué para ellos a traductores de obras literarias. Algunos eran, asimismo, escritores. Todos debían traducir a sus lenguas maternas. Tres ejemplos: la poeta cubana Reina María Rodríguez fue traducida por un poeta de lengua francesa, Jean Portante, y por José Agostinho Baptista, poeta portugués; la caboverdiana Vera Duarte fue traducida por el español Ricardo Pérez Piñero y por la francesa Nicole Siganos; el narrador reunionés Jean François Samlong fue traducido al portugués por Ana Isabel Moniz-Thierry Proença dos Santos y, al español, por el canario Antonio Álvarez de la Rosa (que, por cierto, ha traducido recientemente El cordón umbilical, de Jean Cocteau).
El proyecto era todavía más ambicioso, pues en cada volumen participan artistas contemporáneos de cada espacio insular con imágenes que dialogan  muy libremente con los textos. De Guadeloupe, por ejemplo, participaron Ernest Pépin y el artista Michel Rovelas; de Puerto Rico, la novelista Mayra Santos-Febres y el artista Charles Juhasz-Alvarado. Hay que añadir que “Horizontes Insulares” formó parte de una exposición itinerante que en 2010 viajó a La Habana, Santo Domingo, Martinique y Madeira, y a las capitales canarias, Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria. Yo me ocupé de los doce volúmenes y el “curador” Orlando Britto Jinorio eligió a doce artistas (distintos a los elegidos por mí), y se ocupó de las exposiciones y el catálogo. Contó además con teóricos y conocedores de arte de Cabo Verde, Madeira, Cuba, Puerto Rico y del espacio francófono. También el catálogo está publicado en tres idiomas. El  proyecto recibió el apoyo del Gobierno de Canarias.
Creo que contribuimos a mantener el diálogo entre lenguas, entre islas diferentes, entre artistas y escritores distintos. En realidad continuamos una idea concebida en el Centro Atlántico de Arte Moderno de Las Palmas con la exposición Island/Islas de 1997. Tengo la esperanza de que ideas como estas vuelvan a proyectarse, quizá en alguna web o en algún blog. No sé. La realidad es que el proyecto interesó mucho, yo mismo fui invitado por Francisco J. Hernández y Michaeline Crichlow para hablar de la experiencia en la Universidad de Duke, en North Carolina, en el seminario “Island, Images, Imaginaries”. En suma, si se sale del ensimismamiento insular advertimos cómo culturas africanas, americanas, asiáticas o europeas, dialogan soterradamente o contienden sin cerrar por completo viejas heridas. Basta poner en contacto islas conquistadas, independientes o “europeas”, para que surjan visiones complementarias, y también contradicciones que permiten conocernos y entender mejor las diferencias. Para ello hay que dejar de soñar, desde luego, con la unidad y, más bien, dar con el sentido de los desplazamientos de seres, de culturas, de ideas, de lenguas, dar con los diversos cauces de la creación, a veces para percibir de golpe el rumor persistente de tragedias que quisimos olvidar.

 

El catedrático de Lenguas Romances de la Universidad de Potsdam, Ottmar Ette (un intelectual polifacético que es especialista en la literatura y la cultura latinoamericanas, autor de una biografía intelectual de Roland Barthes, editor de la obra de Alexander von Humboldt y un largo etcétera), ha venido retomando la teoría del "pensamiento archipélico", del martiniqueño Édouard Glissant, la cual reivindica el "deslumbrante valor no sólo de los mestizajes culturales sino, mucho antes, de las culturas de mestizaje que nos preservan quizás de los límites o de las intolerancias que nos acechan". Glissant también plantea que las "interrelaciones culturales proceden mediante fragmentaciones y rupturas igual que por simbiosis. Son tal vez de naturaleza fraccional, y de ello proviene que nuestro mundo sea un mundo-caos". ¿Cómo ve usted, en ese marco de pensamiento, la tan preconizada singularidad de las Islas Canarias que, en ocasiones, parecen replegarse en sí mismas en lo intelectual? ¿No sería más fructífero ver estas islas en el contexto de esa interrelación? ¿Tenía algo que ver con eso el proyecto "Horizontes insulares"?

 
Diría que en ese proceso de conciencia de tradiciones culturales diversas, de mestizajes, de interrelaciones, hay varias fases que preceden o siguen a Glissant. Por un lado sus precursores, sobre todo Aimé Césaire y la vindicación de una cultura de la negritud. Si aquí se indaga un poco se advierte que las posiciones de Césaire y de Tropiques vienen asimismo de la traducción, de la lectura de los escritores del movimiento Harlem Renaissence de Nueva York, conocidos en ediciones francesas de los años treinta. Césaire y el senegalés Léopod Sédar Senghor, leyeron a Langston Hughes, a Claude McKay…, en París. El martiniqués Glissant viene de ahí, pero da un sentido mucho más complejo al “discours antillais”. Lo sitúa en plena caída de los grandes valores de uniformización, observa la complejidad del mundo criollo y del mestizaje, y lo hace con una lúcida mirada sobre el mundo actual: promueve la “relation des Divers”. Glissant escribe: "Lo Diverso, que no es lo caótico ni lo estéril, significa el esfuerzo del espíritu humano hacia una relación transversal, sin trascendencia universalista. Lo diverso necesita a los pueblos, no como objeto para sublimar, sino como proyecto para poner en relación. Lo Mismo requiere el Ser, lo Diverso establece la Relación” (¡ay, la traducción!). La siguiente generación de escritores e intelectuales de Martinique y Guadeloupe dan un paso más y hacen un Éloge de la creolité, donde la oralidad y la reapropiación de los autores contemporáneos más radicales se dan cita. Bajo las novelas de Patrick Chamoiseau, Raphaël Confiant o de Ernest Pépin, despuntan las voces de los ancestros africanos, pero también Faulkner o Saint-John Perse, ese curioso poeta francés, de nacimiento antillano, que mueve sus palabras en una dimensión cósmica, siempre “en marcha”. Sin duda, Glissant es un autor esencial para las siguientes generaciones. Su discurso es muy importante si se quiere pensar desde el desplazamiento, desde la  traducción, desde la traslación. Si se ha sentido que el centro se reproduce, multiplica y varía en todas partes, entonces el territorio se hace “rizomático” y necesita del nomadismo, como indicaron Guattari y Deleuze. Por cierto, Glissant dedica su Tout-monde a Félix Guattari.
Pero volviendo a uno de los puntos de pensamiento de Glissant y de sus continuadores, no se puede olvidar el tema del créole: En lengua criolla coinciden fronteras, se provocan traslaciones, se intercomunican los pueblos. Ernest Pépin, J.F. Samlong, Lyne-Marie Stanley, Nicole Cage Florentiny,  colaboradores de “Horizontes Insulares”, son escritores en francés, pero también en lengua criolla. Cuando estos, como Glissant, acuden al criollo están rompiendo la cuerda de la jerarquía y del poder, están dejando surgir otras voces que nada tienen que ver con las obsesiones “arborescentes” de un pensamiento que se manifiesta en las tradiciones escritas de las lenguas europeas. El mundo-caos reaparece, está a la vista, lo escuchamos, si tenemos paciencia y emprendemos la traducción. Pero ¿cómo afrontar la traducción del créole? Mientras trabajábamos en “Horizontes Insulares” no sólo tuvimos que plantearnos este problema, aunque no pudimos abordarlo, sino que fuimos conscientes de la enorme complejidad del fenómeno. Por ejemplo, la caboverdiana Vera Duarte incluye en sus poemas en portugués términos del crioulo que se habla en São Vicente, pero también otras voces procedentes de la isla de Santo Antão. Nuestros traductores tuvieron que afrontar este tema. Evidentemente el criollo de Cabo Verde se diversifica en este archipiélago, y, al tener como base la lengua portuguesa, está próximo al mismo fenómeno en Brasil, y muy lejos del créole de base francófona.
Las fracturas que se provocan en las expresiones de los pueblos, en las manifestaciones verbales, pero también artísticas, ponen ante la vista la complejidad de mundos que se desplazan en diversas direcciones. En este sentido el ensimismamiento y las singularidades promovidas con nostalgia ontológica, ya con anemia incurable, saltan por los aires.
Veo que me he puesto demasiado "estupendo". Si usted me lo permite, es mejor acabar este encuentro con ARTE-SANÍAS con un tono menos duro y con más humor. En la isla de La Réunión, Orlando, nuestro amigo Jack Beng-Thi y yo visitamos a un artista que había nacido en el Caribe. Ingenuamente, para trabar el hilo de la conversación, le pregunté: "Entonces, eres de Martinica". Cortó el hilo por lo sano: "Je suis créole". Como puede verse, la lengua criolla es también una patria, una identidad, y las palabras, una defensa contra la predeterminación y los prejuicios. Estimado Aníbal, el mundo de la traducción, el mundo mismo, tout-monde, son realmente complejos. ¿Cómo traducir las palabras del otro? ¿Cómo no traducirlas?




Nilo Palenzuela (Canarias, 1958).
 
Escritor y catedrático de Literatura en la Universidad de La Laguna. Participa habitualmente en encuentros sobre arte, literatura y filosofía.


Entre sus libros: Visiones de “Gaceta de Arte” (Las Palmas de Gran Canaria, 1999). Los hijos de Nemrod: Babel y los escritores del Siglo de Oro (Madrid, 2000),“El Hijo Pródigo” y los exiliados españoles (Madrid, 2001), En torno al casticismo: los exiliados españoles (Santa Cruz de Tenerife, 2003). Parada para salir al campo (Fragmentos, con grabado del artista norteamericano Denis Long. Asphodel, 2004). Encrucijadas de un insulario (Santa Cruz de Tenerife, 2006).  Moradas del intérprete (México D.F.-Madrid, 2007). Hendiduras sin nombre (Poemas, con dibujos de José Herrera. Mérida, 2008). La cámara oscura (Relato, con fotografías de Carlos Schwartz. Las Palmas de Gran Canaria, 2009), Pasajes y partidas (Santa Cruz de Tenerife, 2011), La hoja seca (poemas inéditos), Animales impuros (en prensa).
Ha colaborado en conocidas publicaciones de arte, filosofía o literatura: Revista de Occidente, Quimera, Er-Revista de filosofía, Ínsula, Syntaxis, Cuadernos Hispanoamericanos, Anthropos, Letras Libres (México)… Ha colaborado con ensayos y conferencias en numerosos centros culturales y de arte: Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM) de Las Palmas de Gran Canaria, Fundación César Manrique, Círculo de Bellas Artes de Madrid, La Casa Encendida..., y en diversas universidades europeas y americanas.
Ha realizado ediciones de obras de Agustín Espinosa, Pedro García Cabrera, Ángel Sánchez y del filósofo hispano-venezolano Juan Nuño. Ha sido editor de libros colectivos como Las islas extrañas (CAAM, 1998), Apariciones y desapariciones. Arte, literatura, pensamiento (CAAM, 2009). En 2010 fue co-comisario del proyecto internacional Horizontes Insulares, con la colaboración de numerosos artistas y escritores caribeños, franceses, portugueses y caboverdianos.

(La publicación de la foto que encabeza esta entrada ha sido autorizada expresamente por su autor, el afamado Ceferino López, importante fotógrafo de la "movida" madrileña. Una buena prueba del respeto y, a la vez, el cariño que multiplica por todas partes un intelectual como Nilo Palenzuela, está en la manera en que el señor López respondió a nuestra solicitud: "Tratándose de Nilo, puede usted publicar la foto sin problemas".)    

Comentarios

  1. No es frecuente que una entrevista sirva al mismo tiempo para crecer, para viajar y para aprender. Gracias a Nilo y a Aníbal por esta conjunción y por seguir tirando del tórrido hilo de las palabras. Un abrazo.

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