CARLOS FORTEA


 

Es algo difícil conocer a Carlos Fortea (Madrid, 1963) y no sentir que se está ante alguien que, aparte de un gran intelectual, un gran traductor, un gran profesor, es un hombre que nos invita a mantener un equilibrio ejemplar en todo: no encaja ni con la solemnidad del académico de rango que le correspondería, ni con el entusiasmo desmedido que pegaría tan bien con su gran sentido del humor, porque para cualquiera de esas dos situaciones Carlos Fortea tendría un giro que nos descolocaría. El asombro ante la cordialidad que emana de un hombre de su altura (no física), Fortea ya lo da por sentado, sin petulancias, porque para él los demás (estudiantes, subordinados, colegas o aprendices) son  sus iguales.
Aunque nuestros lectores en el reino de España no prestan mucha atención al nombre de los traductores de los libros que leen, debo decir que a partir de ahora deberían fijarse más en un detalle: si algún día piensan comprar un libro que lleve bajo el título y el autor el nombre de Carlos Fortea, que sepan que se llevan no solo la joya literaria que les promete el autor, sino la esencia alfarera de uno de los grandes artesanos de este oficio: la traducción literaria. Y esa persona se llama Carlos Fortea, traductor y maestro de traductores.              
 
«Los traductores tenemos que enfatizar que la unidad de la lengua reside en su diversidad»

Una conversación con Carlos Fortea

José Aníbal Campos

 

JAC.: Para introducir al lector en el tema, quisiera que nos dijeras, en este debate que se aviva con cierta frecuencia (el de las distintas variantes del español), ¿cuáles son las posiciones más marcadas?

CF.: Simplificando mucho, hay una postura que defiende la necesidad de crear, conformar o modular una suerte de «español neutro» que permita leer nuestras traducciones de manera cómoda a todos los lectores en español de las dos orillas del Atlántico (y del Pacífico). Hay otra que sostiene que esto es conceptualmente inviable, que ese «español neutro» es tan neutro como el café descafeinado o la leche desnatada. Cada uno escribimos en nuestra variante y así debe ser. El verdadero problema no surge, en mi opinión, de este hecho, sino de la no menos cierta realidad de que hay ciertas prácticas editoriales que tienden a imponer a los traductores variantes locales en función de objetivos comerciales. En el rechazo a estas prácticas creo que no debería haber debate alguno, sino completa unidad de criterio.

El tema rebasa el ámbito de la traducción, pues tiene que ver más bien con  ciertas normativas editoriales (y parte fundamentalmente de España). Pero son en esencia los traductores latinoamericanos los que hacen el reclamo más enfático de poder traducir en su variante castellana también para editoriales españolas. Tú mismo has definido esa aspiración como «fáustica». ¿Qué papel podría corresponderle al traductor en todo este debate?

Empiezo por matizar que yo no califico de «fáustica» la aspiración de los traductores, sino la de las respectivas industrias editoriales. Los traductores tenemos que enfatizar que la unidad de la lengua reside en su diversidad. Si yo leo sin problemas a García Márquez, tengo que poder leer sin problemas a un traductor que escriba como García Márquez. Si leo sin problemas a Julio Llamazares, tengo que poder leer sin problemas a un traductor que escriba como Julio Llamazares. Es injusto y aberrante que se imponga a algunos colegas una modalidad lingüística concreta.

Quisiera puntualizar una cosa algo más in extenso: si al hablar de un castellano «neutro» se alude una especie de castellano normativo, delimitado por la Academia (o por las editoriales), muchas veces sin tener en cuenta todas las variantes del español, creo que el reclamo es más que legítimo; ahora bien, a mi modo de ver, es un castellano «neutro» el que yo siento que hablo, si con neutro me refiero a que es un castellano contaminado, mestizo, mezclado. En mi caso, por ejemplo, siendo cubano de origen, me he visto gratamente obligado a aprender el castellano más castizo para traducir para un público español, pero no lo veo como algo que me perjudique (y no lo digo económicamente), sino como algo enriquecedor para mis conocimientos del idioma. Como es enriquecedor el haber aprendido variantes de diferentes regiones de España que uso indistintamente, a veces de manera inconsciente. Y creo que es así como nosotros, los traductores, podemos contrarrestar ciertas prácticas impositivas. ¿Cómo lo ves tú?

 Todo aprendizaje es enriquecedor cuando no es impuesto por la fuerza. La aspiración a un castellano mestizo es exactamente lo contrario de un castellano neutro. Por seguir con la metáfora del café, es café puro y leche entera. Que yo pueda emplear «chapalear» en vez de o además de «chapotear» me parece perfecto.

Por otro lado, no estoy tan plenamente de acuerdo con el ejemplo de García Márquez aplicado al caso de los textos traducidos. Cuando leemos a García Márquez, a Carlos Fuentes o a Sábato estamos, por lo general, leyendo textos ambientados, respectivamente, en un entorno colombiano, mexicano o argentino. Pero una novela como Berlín Alexanderplatz, por ejemplo, donde abunda la jerga berlinesa, llena de mexicanismos, me parecería un horror. Primero, porque no la entendería (lo cual perjudica el principio básico de toda traducción: la comunicación; y segundo porque técnicamente estaría fuera de lugar, podría ser hasta risible, como aquellas novelas rusas traducidas por españoles emigrantes en las que un mujik hablaba como un paisano de la meseta castellana en otro siglo, con «¡Recórcholis!» y «¡Diantres!» incluidos). Y ahora me pregunto (te pregunto): ¿Cómo defender legítimamente estas posiciones desde la traducción?

Una traducción llena de mexicanismos te parece tan mal como una llena de madrileñismos. Pero eso no es objetar una clase de español, sino objetar en contra de los casticismos, que creo que son un error de traducción generalmente reconocido como tal. El problema surge cuando se trata de delimitar qué es casticismo y qué simple variante. En ese caso de duda, yo abogo por que cada uno emplee el que quiera. El que le nazca dentro. La capacidad de delimitar está en la profesionalidad del traductor, en su dominio de los registros de la lengua. A eso me refiero.

Sí, claro, tampoco madrileñismos. Tu última afirmación resulta fundamental para estar de acuerdo con lo que has dicho antes. Yo añadiría que está, asimismo, en la pericia del traductor para actuar de contrabando, pues creo que solo con ese trasiego «ilegal» se llegará a ese mestizaje necesario. Y  los traductores somos, en el mundo de las letras, los «contrabandistas» de la «mercancía» literaria. Y en más de un sentido. El «gobierno» editorial nos trata muchas veces como tales. Nos necesita para mantener vivo su negocio, pero nos pasa la mala paga de trasmano y sin darnos muchos apoyos. Sería preciso aprovechar esa condición outlaw para ir colando nuestra «adulterada y mezclada mercancía» (en este caso nuestros castellanos «con cafeína»). Solo así lo veo posible. Pero, hablando de otro tema. ¿Crees que en España, en general, hay una postura cerrada a la asimilación de otras «melodías» del castellano o incluso de otras lenguas? Una de las cosas que siempre me han llamado la atención es el generalizado bajo nivel de conocimientos de lenguas extranjeras, que ha seguido siendo un problema en España después de 1975. Como curiosidad, he notado que es quizás uno de los pocos lugares del mundo donde pronunciar un nombre extranjero correctamente te convierte en blanco de burlas de tus interlocutores.

Bueno... yo no creo que los españoles sean menos permeables a otras voces, de hecho a veces hay modas que se extienden con mucha rapidez. Lo del aprendizaje de lenguas extranjeras es otra cosa. Es, en mi opinión, una herencia más de la dictadura, la herencia de un país de fronteras cerradas que, además, contaba por fortuna con una lengua internacional propia. Considero probado que herencias como esa necesitan décadas para ser superadas -es posible advertirlo en otros ámbitos-, pero soy optimista: los chicos que llegan a la Universidad vienen con un nivel de inglés incomparablemente más alto que antes, tienen conciencia de la importancia de aprender idiomas, las escuelas oficiales de idiomas tienen largas colas en las fechas de matrícula... Avanzamos.

Lo que dices sobre los estudiantes de las últimas generaciones me parece alentador. Pero también has tocado un tema interesante: el de los modismos. Algunos expiran con bastante facilidad al cabo de poco tiempo, sin embargo, otros van imponiéndose con el uso diario. Algunos son verdaderos disparates, pero otros son indudables hallazgos por su ingeniosidad, su carácter gráfico. Como traductor, ¿qué piensas de los intentos por atajarlos (muchas veces desde posiciones puristas)? ¿No crees que, al final, es ese organismo vivo, la lengua, la que termina imponiéndolos?

La verdad es que mi opinión ha evolucionado bastante en esto. Tuve una época purista (supongo que todos las tenemos), pero el paso del tiempo me ha permitido ver que la lengua sigue sus propios caminos. Hay modismos que tienen corta vida y otros que terminan incorporándose al lenguaje común. Te diré que a veces, cuando traduzco, me permito importar alguna expresión que encuentro más expresiva que su equivalente. Asumo el riesgo, pero siempre me digo que hay cosas que alguna vez en el pasado un colega trajo hasta el español desde otras latitudes... ¿Por qué no probar?

Estoy plenamente de acuerdo con asumir ese riesgo. En mi caso, soy de los que defiende incluso que si una frase hecha en alemán (que tiene su equivalente bien delimitado en el diccionario español) es más expresiva, viene mejor al contexto y puede entenderse perfectamente dentro del marco en que se inserta, se importe tal cual. Es también ahí donde nos toca jugar ese papel de «contrabandistas» (y lo mismo vale quizá para nuestras variantes del castellano). Traducir es esa cópula de dos cuerpos que da lugar a criaturas nuevas.
Por lo demás, estimado Carlos, solo me queda darte las gracias, no solo por esta oportunidad de charlar, sino por todas las magníficas traducciones que los lectores de hablas hispanas debemos a tu esfuerzo y a tu talento. Y también me tomo la libertad de hacerlo en nombre de todos los alumnos que han tenido el privilegio de tenerte como profesor. En esta profesión en la que jamás se termina de aprender, en la que uno está encontrando siempre nuevos maestros, solo puedo decir que tú estás, para mí, entre esos... Muchas gracias.


Muchas gracias, Aníbal, por tus palabras y por tu estimulo. Ojalá esto sea parte de un largo diálogo con mucha más gente.

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