JACQUES YONNET - JULIA ALQUÉZAR (I)




La traductora Julia Alquézar (1981) ha llevado a cabo traducciones al español de más de sesenta libros. Presentamos una selección de esos títulos (traduce del inglés, del francés y del catalán):

Brian Campbell, Historia de Roma: desde los orígenes hasta la caída del imperio, Barcelona, Editorial Crítica, 2013

Gilbert Murray, Esquilo, Madrid, Gredos, 2013.

Kitty Ferguson, Stephen Hawking: su vida y obra, Barcelona, Editorial Crítica, 2012 (traducido junto con Ana Guelbenzu).

Honoré de Balzac, La paz del hogar, Barcelona, Sd·edicions, 2012.

Georges Chapouthier, Kant y el chimpancé, Barcelona, Proteus libros y Servicios editoriales, 2011.

François Déroche, El Corán, Barcelona, Davinci Continental S.L., 2011.

Guy de Maupassant, La cita y otros cuentos, Barcelosa, Sd·edicions, 2011.

Jean-Michel Thibaux, En busca de Buda, Barcelona, Roca Editorial, 2008.

Además, mantiene un blog donde publica textos narrativos de su autoría: http://fabularios.com/

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Publicamos hoy un primer fragmento del libro Calle de los maleficios, del escritor francés Jacques Yonnet (1915-1974), que Alquézar tradujo para Sajalín Editores (2010). El responsable de la corrección del texto traducido es Güido Sender.

La obra literaria de Yonnet comprende sólo dos libros de poemas, además de la novela Gagne ta guerre! y este libro. Yonnet fue poeta, historiador aficionado, periodista, dibujante y combatiente durante la II Guerra Mundial (fue un miembro activo de la resistencia parisina). Este libro se publicó por primera vez en 1954. Raymond Queneau lo consideró el mejor libro escrito sobre París. La escritora y traductora Isabel Núñez reseñó la traducción de Alquézar. Incluimos también otra reseña de la traducción, a cargo de Manel Haro.

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Capítulo 1

Una ciudad muy antigua es como una charca, con sus colores, sus reflejos, su frescor y su cieno, su efervescencia, sus maleficios y su vida latente.

La ciudad es mujer, con sus deseos y repulsiones, sus impulsos y sus renuncias, y su pudor, sobre todo su pudor.

Para penetrar en el corazón de una ciudad, para conocer sus secretos más sutiles, hay que actuar con infinita ternura y con una paciencia a veces desesperante. Hay que rozarla sin hipocresía, acariciarla sin segundas intenciones, y hacerlo durante siglos.

El tiempo trabaja para quienes se sitúan fuera de él.

No puede considerarse de París, no puede llamarla su ciudad, quien no conoce sus fantasmas. Impregnarse de sus grises, confundirse con la sombra indecisa  e insulsa de los ángulos muertos, unirse a la multitud húmeda que, siempre a las mismas horas, surge o rezuma del metro, de las estaciones, de los cines o de las iglesias; o ser el hermano silencioso y distante de quien pasea solo, del soñador inmerso en una soledad desconfiada, del iluminado, del mendigo, del borracho incluso. Todo esto requiere un largo y difícil aprendizaje, un conocimiento de las gentes y los lugares que sólo se consigue trás años de paciente observación.

En épocas turbulentas aflora el verdadero temperamento de una ciudad, y con más razón todavía en el caso de París, que se sustenta sobre un magma de cerca de setenta pueblos. Me he  pasado los últimos trece años tomando notas de todo tipo, sobre todo historiográficas, ya que ése es mi oficio. En ellas se cuentan una serie de acontecimientos de los que fui testigo o su muy humilde protagonista. Un cierto pudor o miedo inefable me impidió hasta hoy iniciar esta obra.

Debido quizás a ciertas condiciones  particulares, me pareció que los sucesos irracionales que se van a tratar aquí correspondían al ámbito de lo fantástico, aunque lo fantástico a la altura del hombre.

A través de la observación de las situaciones más intrascendentes, he descubierto hechos extraños y coincidencias, una lógica hasta tal punto rigurosa que, movido por mi preocupación constante por ceñirme a la verdad, me he visto obligado a entrar en escena mucho más de lo que hubiera sido necesaria. No obstante, era esencial definir la época, y yo, que estuve involucrado en ella hasta la médula, la he vivido con más intensidad que nadie. A fin de cuentas, jamás se me hubiera ocurrido contar una aventura personal sin antes constatar que estaba íntimamente ligada a la de la Ciudad, infinitamente más compleja y digna de interés.

Aquí no hay cabida para personajes ficticios ni historias que proceden únicamente de la imaginación del narrador, que podría ser cualquier otra persona.

Entiéndase este libro no como el más inquietante sino como el más inquieto de los testimonios.


© De la traducción: Julia Alquézar
© De la nota de presentación: Mario Domínguez Parra

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