MARIA GABRIELA LLANSOL - ATALAIRE






 
Atalaire es el nom de plume del tándem de traductores formado por Mercedes Fernández Cuesta y Mario Grande (socios de acett) desde 1998. Sus traducciones publicadas del francés, inglés, italiano y portugués al castellano se acercan a las trescientas. Entre ellas, Memorias de Guerra, de Charles De Gaulle (La Esfera de los Libros) y Regreso a África, de Valérie Dayre (Alfaguara), ambas del francés; El hombre que quiso entrar en Auschwitz, de Denis Avey (Temas de hoy) y El castillo soñado, de Dodie Smith (Salamandra), ambas del inglés; El bosque-raíz-laberinto, de Italo Calvino (Siruela) y Las noches difíciles, de Dino Buzzati (Acantilado), ambas del italiano; El Ateneo, de Raúl Pompeya (Gallo Nero) y La mentira sagrada, de Manuel Rocha (Suma de Letras), ambas del portugués.

Desde 2008 Atalaire es miembro de Espaço Llansol, Asociación de Estudios Llansolianos, radicada en Sintra.
 
Maria Gabriela Llansol (1931-2008), escritora portuguesa, exiliada durante la dictadura salazarista, dos veces ganadora del Premio de la Asociación de Escritores Portugueses (1991, 2005). Autora de más de una  veintena de obras que componen una de las tres grandes cosmogonías en lengua portuguesa, junto con Os Lusîadas de Camôes y Mensagem de Pessoa, al decir de algunos críticos. Traductora de Verlaine, Rimbaud, Apollinaire, Éluard, Baudelaire y Rilke al portugués.

El Libro de las Comunidades trata de la gestación de la comunidad de rebeldes a partir de la voluntad creadora de la mujer que no consigue separar lectura de escritura, que atiende a la petición de Thomas Münzer para escribir, que habla en san Juan de la Cruz para expresar lo inefable y que hablará en Nietzsche para romper el tiempo. Comunidad de rebeldes que partirá al exilio tras la derrota en la batalla de Fankenhausen (1525).


        

EL LIBRO DE LAS COMUNIDADES

Maria Gabriela Llansol

Traducción del portugués: Atalaire

(Publicado por Vision Net, 2005)

Lugar 1 ¾

en ese lugar había una mujer que no quería tener hijos de su vientre. Pedía a los hombres que le trajesen los hijos de sus mujeres para educarlos en una gran casa de una solo cuarto y una sola ventana; usaba un chal negro pegado a la cara; tenía una manera distante de hacer el amor: con los ojos y con la palabra. También a través del tiempo, pues desde los tiempos de su bisabuela, siempre era posible regresar a cualquier época. Al moverse, a veces miraba con fijeza a un sitio       el más hermoso de su casa       toda la casa       porque toda la casa era hermosa y comenzaba con esa mirada ora el tiempo de los niños ora el tiempo de los hombres. Mujeres no había más, aparte de ella, y nunca pasaban de la entrada, que daba a la tierra, tierra de jardín donde se podían dar paseos. Los hombres se quedaban contentos porque ella decía todas las veces no eres tú quien me importas, es el siguiente. Así se aseguraban de que, un momento antes, habían sido el próximo. Se sentaba en su cuarto(en todas partes) y se daba la palabra con el dedo índice ligeramente curvado como si se sirviera un aperitivo o un pescado. Nunca pensaba que tal vez se situase en el fragmento de un astro frío o que podría, como una planta poderosa, envenenar      pero, aun no habiendo otra mujer en la casa, había muchas voces que, desde los distintos rincones, parecían ir todas a su cuerpo y que, si no, callaban cuando hablaba

              había un cortinaje en la ventana

que servía de lugar de retiro espiritual a los niños que, algunas veces, deseaban partir para que la mujer, a cambio, recibiera nuevos amantes

allí copiaban la Subida al Monte Carmelo, de San Juan de la Cruz, reían, oían la voz que leía pausadamente lo que ellos habían escrito y que, al final, hasta les imitaba la risa         hay que saber que un alma    risa     debe generalmente pasar primero por dos noches que los místicos llaman purgaciones

    risa         o purificaciones del alma y a lo que nosotros aquí daremos el nombre de noches       risa       porque el alma camina como de noche y en la oscuridad; hay que decir que para estos niños risa no significa escarnio; por pura y extrema ignorancia, otros niños inventaban tuve en esta sala una silla con la tapicería rasgada por donde se oía el mar, apenas poníamos en ella el oído; ahora los muelles ya están estropeados         el gato de la casa entraba         tú vives en la disyuntiva de ser un gato real o un objeto regio           y los papeles resbalaban al suelo sin que le importase: papeles, niños, amantes, siempre habría San Juan de la Cruz: cuando se levantó porque una niña la llamó al locutorio lugar del jardín por detrás de una pared de la casa, ya sabía que la chiquilla deseaba hablarle; escuchaba tan atentamente lo que ella exponía que, pasadas dos horas, sentía dolores en la nuca y también en el cráneo; le parecía, como siempre que conversaba durante mucho tiempo, que las palabras le caían directamente en los ojos, se los dilataban y ahondaban; la chiquilla quería obtener una respuesta y ella recordaba que no existían precedentes; no obstante, lo iba a pensar, estar con algunos niños y los papeles, y tal vez con San Juan de la Cruz, al que encontraría en cualquier parte.

Oculta por la mesa y siempre dispuesta a escribir, soñó con un grupo de hombres y San Juan de la Cruz, carmelita descalzo, sentado enfrente de un horno, asando carne de cordero; la cabeza empezaba a tostarse, roja, entre vaharadas de olor; se veía, por la fijeza de la expresión, que entraba en la noche oscura y que su libro o sus manos o sus pies estaban ahora echados en la bandeja y atravesaban llamas y circunstancias de resultados imprevisibles. Y que no escribía: había metido el puño dentro de la manga y a través de la transparencia del tejido apenas se reconocía la imagen

de quien pedía que fuese recibido el prisionero; soñoliento en la silla, un humo de tabaco le subía entre los dedos, mientras una mujer daba vueltas a la pulsera alrededor de la muñeca:

nunca más me traigas un mensaje que no sepa decirme lo que deseo. La puerta se cerró con un ligero

movimiento de aire

que agitó el chal

que escribía para buscar el libro; pequeña frase, una vez encontrada, volvió a perderse; levantó la mano para hacer una pregunta ya olvidada; miraron en sentido contrario, la pregunta surgió en la mujer bajo la forma de una sonrisa; dudó en la s, como si fuese a escribir San; del cuerpo de San Juan de la  Cruz canonizado subía el humo y la pregunta, fuego dulce de la muchacha. Apoyó el pelo en el respaldo de la silla mirando para arriba y cuando miró para delante llevaba el ritmo con los dedos a través de un largo camino de contemplación oscura y de aridez; tuvo que recorrer muchas líneas hasta encontrarlo en mitad de la página después de un espacio horizontal en blanco que parecía otra imagen allí en la página.

 
***


Lugar – 1

 

nesse lugar havia uma mulher que não queria ter filos de seu ventre. Pedia aos homens que lhe trouxessem os filhos de suas mulheres para educá-los numa grande casa de um só quarto e de uma só janela; usaba um xaile preto junto de seu rosto; tinha uma maneira distante de fazer amor: pelos olhos e pela palavra. Também pelo tempo, pois desde os tempos de sua bisavó, voltar a qualquer época era sempre possível. A mover-se, olhava por vezes, fixidez um sítio            o mais belo de sua casa             a casa toda           porque toda a casa era bela e começava nesse olhar ora o tempo das crianzas, ora o tempo dos homens. Mulheres, não havia outra, além dela, nunca ultrapassavam a entrada, que dava para a terra, terra de jardim onde se podiam dar passeios. Os homens ficavam contentes porque ela dizia todas as vezes não és tu que me importas, é o seguinte. Certificavam-se, por tanto, de que, no momento antes, haviam sido o próximo. Sentava-se no seu quarto (em toda a parte) e dava-se a palabra sobre o dedo indicador ligeiramente curvado como se servisse um aperitivo ou um peixe. Nunca pensava que talvez se situasse no fragmento de um astro arrefecido ou que poderia, com uma planta poderosa, envenenar            mas, não havendo outra mulher na casa, havia muitas vozes que, dos vários cantos, pareziam todas vira o seu corpo e que se não calavam quando falava

havia um cortinado na janela

que servia de lugar de retiro espiritual às crianzas que, algunas vezes, desejavam partir para a mulher, em troca, receber novos amantes

ali copiavam a Subida do Monte Carmelo, de São João da Cruz, riam, ouviam a voz que lia pausadamente o que elas tinham escrito e que, no fim, até mesmo lhes imitava o riso  é preciso saber que uma alma       riso    debe geralmente passar primeiro por duas noites  a que os místicos chamam purgações        riso             ou      purificações da alma e a que nós aquí daremos o nome de noites     riso             porque a alma caminha como de noite, e na obscuridade; é preciso saber que para estas crianças este riso não significava escarnio; por pura e extrema ignorancia, outras crianças inventavam houve nesta sala uma cadeira de estofo rasgado onde se ouvia o mar, mal lá púnhamos o ouvido; agora, as molas já estão estragadas

o gato da casa entrava            tu vives na alternativa de seres um gato real ou um objecto de realeza        e os papéis resvalavam para o chão sem que se importasse: papéis, crianças, amantes, São João da Cruz sempre haveria: quando se levantou porque uma criança a chamou ao locutorio lugar do jardim por detrás de uma parede da casa, já sabia que a rapariga lhe desejava falar; escutava tão atentamente o que ela expunha que, passadas duas horas, sentia dores na nuca e também no crânio; parecia-lhe, como sempre que conversava durante muito tempo, que as palabras lhe caíam nos própios olhos, os dilatavam e afundavam; a rapariga queria obter uma desposta e ela lembrava que não existiam precedentes; no en tanto, ia pensar, estar com algunas crianças e os papéis, e talvez, com São João da Cruz, que encontraria em qualquer parte.

Encoberta pela mesa e sempre pronta para escrever, sonhou com um grupo de homens e São João da Cruz, carmelita descalço, sentado em frente de um forno, a assar carne de carneiro; a testa começava a broncear, vermelha, entre ondas de cheiro; percebia-se, pela fixidez da expressão, que entrara na noite obscura e que ou o seu livro, ou as suas mãos, ou os seus pés estavam agora deitados no tabuleiro e atravessavam chamas e circunstâncias de resultados imprevisíveis. E que não escrevia: recolhera o punho directo dentro da manga e pela transparencia do tecido reconhecia-se apenas a imagen

de quem pedia que fosse recebido o prisioneiro; a sonoler na cadeira, um fumo de tabaco subia-lhe entre os dedos, enquanto a mulher rodava em torno do pulso o bracelete:

nunca mais me tragas uma mensagem que não saiba dizer-me o que desejo. A porta fechou-se com uma ligeira

deslocação de ar

que agitou o xaile

que escrevia para procurar o livro; pequena frase, uma vez encontrada, voltou a perder-se; levantou a mão para fazer uma pregunta, então esquecida; olharam em sentido inverso, a pregunta surgiu na mulher sob a forma de um sorriso; hesitou no s, como se fosse escrever São; do corpo de São João da Cruz canonizado o fumo subia e a pregunta, fogo doce da rapariga. Apoiou o cabelo no espaldar da cadeira olhando para cima e quando distinguiu em frente ritmada com os dedos a través de um longo caminho de contemplação obscura e aridez; teve que percorrer muitas linhas até o encontrar no meio da página depois de um espaço horizontal branco que parecia uma outra margen ali na página.     
            

© De la traducción y la nota de presentación: Atalaire
© Del texto original: Maria Gabriela Llansol

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