ROBERTO A. CABRERA - LA MEMORIA HOLLADA. LEIPZIG, 1999






LA LUZ RASANTE concede al pavimento una vida inédita. Nadie repara en la superficie que hollan con sus pies a diario. El suelo permanece en silencio, humillado bajo el roce de los pies, bajo el peso de los siglos. Los adoquines fueron labrados por manos anónimas, colocados uno a uno, dispuestos al tránsito de mocasines, zapatitos de niña, botas de militar, muletas, neumáticos. Las bombas desventraron manzanas enteras de viviendas, abrieron cráteres en las calles e hicieron volar el pavimento por los aires. Manos silenciosas recogieron los adoquines desperdigados, los apilaron metódicamente, reuniendo adoquines recientes y centenarios que otras manos colocaron de nuevo en las calles, pavimentándolas, a la espera de las bombas que habrán de regresar para retomar el diálogo del aire con las piedras.
 







EL AIRE Y las piedras permanecen. Los hombres no permanecen. Acaso un eco débil de un rumor de pasos, de una muchedumbre de pasos queda, como una pátina melancólica, casi indistinguible, sobre los adoquines. El hombre quisiera plasmar la melancolía de esos pasos, la levedad de esos pies que, aun siendo, ya fueron (y es como si nunca hubieran sido). Pero no está seguro de que la película sea capaz de registrar ese rumor, esa intangible pátina. Pone todo su empeño en fotografiar el adoquinado. A la espera de que los haluros de plata consientan en revelar lo invisible.
Los Sauces, 2013
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Roberto A. Cabrera (S. C. de Tenerife, 1971), además de gran escritor, es un apasionado de la fotografía, género que cultiva con la minuciosidad y el rigor de un profesional. Lamentablemente, las restringidas opciones de edición en un blog no permiten apreciar todo el oscuro e inquietante esplendor de estas dos fotos suyas. El diálogo que se establece entre ellas, pertenecientes a una serie "sobre la memoria", y los textos que las acompañan no necesitaría de otros comentarios. Pero por tratarse de la Memoria, he querido añadir a esta pequeña joya un breve fragmento de una obra en actual proceso de traducción, el ciclo novelístico Aniversarios de Uwe Johnson. Desde el momento en que el arduo trabajo de traducción de esta obra me puso ante este fragmento, supe que el primer dedicatario del mismo sería él, Roberto A. Cabrera. 
"¡Si al menos la memoria pudiera acoger el pasado en los moldes en los que dividimos la realidad! Pero ese estratificado patrón, moldeado por el tiempo terrenal, la causalidad, la cronología y la lógica, al ser usado para pensar, no es servido por el cerebro, donde se rememora lo que ha sido. (Los conceptos del pensar ni siquiera son válidos en su lugar natural; y con ello debemos llevar una vida). El depósito de la memoria no está preparado precisamente para la reproducción. Hasta la evocación de un hecho se le resiste. Por un impulso, por una mera congruencia parcial salida del mero absurdo, proporciona voluntariamente datos, cifras, palabras ajenas, gestos truncados; pero ponle delante un olor a alquitrán, a podredumbre, a fresca brisa marina, ese tenue olorcillo de la célebre ensalada de pescado de Gustafsson, y pídele entonces que llene de contenidos ese vacío que fue una vez la realidad, la sensación de estar vivos, nuestros actos; verás cómo se negará a llenarlo. Ese bloqueo deja que se filtren retazos,  fragmentos, astillas, vidrios rotos que habrán de cernerse para esparcirse luego sin sentido sobre la imagen indefinida que nos ha sido escamoteada, para que pisoteen el rastro de la escena buscada, dejándonos ciegos con los ojos abiertos. El fragmento de pasado, esa propiedad por presencia, permanece oculto en un secreto, cerrado a cal y canto frente al conjuro de Alí Babá, reacio, inaccesible, mudo y seductor a un tiempo, como un enorme gato gris echado tras los cristales de una ventana, visto desde muy abajo, como a través de los ojos de un niño".
© De los textos y las fotos: Roberto A. Cabrera / Del fragmento de Uwe Johnson: Editorial Planeta-José Aníbal Campos




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