JOSÉ ANÍBAL CAMPOS EN EL CLUB DE TRADUCTORES LITERARIOS DE BUENOS AIRES
© Roberto A. Cabrera
El blog
del Club de
Traductores Literarios de Buenos Aires, que modera el traductor Jorge Fondebrider, viene realizando estas últimas semanas una encuesta entre traductores al español de todo el mundo. Entre los encuestados, nombres como los de Miguel Sáenz (traductor de Thomas Bernhard, Joseph Roth o Günter Grass), Gerardo Lewin (de poesía hebrea contemporánea y clásica), Pura López Colomé (de Emily Dickinson y H.D.), Andrés Ehrenhaus (de William Shakespeare y Edgard Allan Poe), Circe Maia (de Odysseas Elytis y Robin Fulton), Carlos Fortea (de Alfred Döblin y Anna Seghers), Olivia de Miguel (de Marianne Moore y George Orwell).
El mencionado blog publicó el 23 de febrero de 2013 las encuestas realizadas a José Aníbal Campos y a Ariel Magnus. Publicamos la encuesta hecha a Campos, traductor de Edipo en Stalingrado, de Gregor von Rezzori (novela de la que Guillermo Belcore escribió una elogiosa reseña) y de Anton Webern.
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1) ¿En que se parecen la traducción y la
escritura? ¿En qué se diferencian?
Me gusta comparar el acto de traducir con
la cópula (una palabra que me parece preciosa, aunque no tanto como el acto en
sí). Y creo que en ello radican fundamentalmente tanto la similitud como las
diferencias entre traducción y escritura. Un adolescente siempre practica la
cópula, en solitario, a través de la masturbación. En ese acto secreto, en el
que el adolescente pone todo su empeño y su imaginación, un chico se inventa
poses, posturas, cuerpos, su mente se llena de imágenes de formas voluptuosas,
seductoras. Y algo así pasa con la erótica de la escritura. El autor saca de sí
su mundo interior, las imágenes que lo acompañan y lo han marcado desde niño, e
intenta darles a esas marcas vitales cierto erotismo, cierta voluptuosidad (no
importa la temática, aun la más cruda, siempre hay un erotismo de la palabra,
de la sintaxis). El traductor, en cambio, que también fue adolescente, sabe que
cuando tiene que hacer el trasvase entre dos textos se produce una fricción
erótica, y ha de recordar a un tiempo sus experiencias masturbadoras (o más
turbadoras), y actualizar de nuevo la suma de sus cópulas (digamos, de sus
lecturas, del conocimiento que tiene del autor específico al que traduce, de su
lengua, su cultura). Porque lo que tiene delante, como tarea, es la fricción de
dos cuerpos, un intercambio de flujos, de salivas, hasta de impurezas; son
lenguas que se funden y entrelazan; son rozaduras en las entrepiernas por las
fricciones demasiado impetuosas o imperitas, son las carnes de gallina por
culpa del roce tierno, de la caricia; es, también, el atrayente malestar de
estómago de lo amado que se aleja o que no resiste el tiempo para el éxtasis.
Escribir es, según este modesto criterio, masturbarse (la eyección del yo, el
vertido, digamos, "egoísta" de lo propio); traducir, en cambio, es
entrega abnegada, es renuncia para adaptar nuestro cuerpo, nuestro ritmo,
nuestras deficiencias y virtudes, al cuerpo ajeno; porque en definitiva, al
final, el resultado es una nueva criatura que debería hacer gemir, en un éxtasis
que no es místico ni sexual, a los lectores de la traducción. Escribir algo
propio (como imaginar), no tiene tantos límites como el traducir, donde es
preciso entregarse, sí, pero donde hay, a la vez, que tomar cierta distancia, a
fin de respetar la particularidad del otro "cuerpo".
2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de
que un texto sea traducción de un original?
La verdad es que cuando alguien ha
elogiado una traducción mía diciendo que "parece escrita en español
original", no sé muy bien cómo tomarme el elogio. Si algo ha de notarse,
es que se trata de un texto traducido, porque el mérito más alto al que debe
aspirar un traductor es el de introducir momentos nuevos en los moldes de
pensamiento de su cultura, en las estructuras de su lengua. Ése sería el más
honroso resultado, a mi juicio, de esa cópula a la que me refería al principio:
una nueva criatura, un pequeño ser que respira y habla parecido a nosotros,
pero que ya no es el mismo. Son contados con los dedos de una mano los
traductores a los que les es dado introducir esos momentos nuevos en una
lengua, en un ámbito cultural. Un buen ejemplo lo habéis tenido aquí en esta
magnífica sección: don Miguel Sáenz.
3) ¿Debe ser más visible el traductor que
la traducción?
En alguna ocasión escribí una especie de
aforismo que dice: "Soy traductor, soy una sombra. Una sombra que
fracasa". El traductor jamás debería aflorar en la traducción, pero
traducir es un acto tan precario, que es inevitable que algunas preferencias
del traductor afloren. Enlazándola con la pregunta anterior, creo que si bien
el autor, al escribir, despliega ante un lector imaginario (lo quiera o no) su
esencia, sus virtudes o taras, el traductor, en cambio, está obligado a mantenerse en una lucha
perenne por ocultar las suyas.
Muy buena entrevista y muy buenas respuestas. Disiento en una pequeña cosa: al menos en poesía, la escritura va más allá de ese acto "sexual", hacia un extrañamiento de la realidad circundante y un alejamiento de ese ego, es decir, de esa concepción romántica del poema y el poeta.
ResponderEliminarSaludos cordiales.
Estimado Antonio:
ResponderEliminarGracias por tu asiduidad y tus comentarios, en especial este: lo que intento establecer en mi primera respuesta es la oposición entre escritura (masturbación) y traducción (cópula). En la primera el acto "erótico" solo cuenta con la imaginación individual del escritor, escriba poesía o prosa (un extrañamiento de la realidad circundante, un mundo creado fuera de ella lo es también la autosatisfacción erótica).
La traducción, en cambio, nos obliga a tener en cuenta el cuerpo ajeno, tenemos que adaptar nuestras herramientas a ese cuerpo, sea un poema, un cuento o una novela.
Un saludo
La Dra. Ulrike Prinz, especialista alemana en varias disciplinas humanísticas como la mitología, los estudios de género, las culturas indígenas de la Amazonía y la cultura de la memoria, co-directora y co-editora, además, de la prestigiosa revista Humboldt (Goethe Institut), nos envía este comentario:
ResponderEliminarHola Aníbal:
Tus reflexiones acerca de la traducción me parecen bien. Ahora bien, quizás por ser mujer, prefiero el término “erotismo” al de “cópula”; me seduce más la idea de una unión entre traductor y texto traducido de una forma más suave, más de acercamiento a lo que es el texto original. Concuerdo totalmente en lo que dices de que la traducción a la lengua y cultura del traductor o traductora (cualquier traducción, creo), no puede ser siempre un 100% fiel al original, sobre todo cuando hay una distancia cultural entre las lenguas del escritor o escritora y el traductor. Muchas veces hay que ser infiel a la palabra para ser fiel al sentido... Pero esto lo sabrás tú con tu experiencia más que yo.
Un abrazo,
Ulrike Prinz
CARTA DE AGRADECIMIENTO DEL TRADUCTOR ARGENTINO JORGE FONDEBRIDER A LOS COLEGAS QUE PARTICIPAMOS EN LA ENCUESTA ORGANIZADA POR EL CLUB DE TRADUCTORES LITERARIOS DE BUENOS AIRES
ResponderEliminarEstimados y estimadas,
Este mail es para agradecerles que hayan participado en la encuesta para traductores del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires.
Creo que entre todos hemos logrado una serie de respuestas a algunas de las muchas cosas que se preguntan muchos traductores y, desde ya, una parte del público lector. Me alegra mucho que se hayan animado a hacer el esfuerzo y, desde ya, se los agradezco profundamente.
Ahora, al cabo de un mes, con toda la encuesta colgada y unas cincuenta respuestas, hoy he colgado un resumen realizado por Leonora Djament, una crítica y teórica de la literatura, quien amablemente se ha tomado la molestia de intentar una síntesis. Ojalá algunas de esas conclusiones den lugar a algún tipo de discusión. Si no fuera así, que al menos queden como testimonio.
Como siempre, ya saben que el blog del Club es la casa de todos para lo que gusten. Les mando un abrazo y mis mejores deseos en el borde del verano porteño.
Jorge Fondebrider
Hola!
ResponderEliminarSoy Ana Agud, Profesora de Indoeuropeo en Salamanca y traductora sobre todo del alemán y del sánscrito, pero también de y a otros idiomas. Hace tiempo publiqué un artículo sobre "Traducción y Eros", un poco menos "explícito" que las respuestas de Campos pero básicamente en la misma línea. En él relacionaba entre otras cosas el erotismo traductor con las disquisiciones de Sócrates, en los diálogos platónicos sobre la progresión desde el amor a los cuerpos bellos, pasando por el amor a los discursos bellos, hasta llegar al amor a la verdad de los buenos discursos. Mi experiencia como traductora de textos que amaba por la cantidad de verdad que había en ellos ha sido ciertamente erotismo de alto voltaje, y celebro que al fin el tema estalle en la discusión pública entre profesionales. Muy sugestivo lo de Campos.
Mi artículo se llama, en la versión original alemana, "Übersetzung und Eros - oder Ich bin deine Sprache. Was bist du sonst noch? In-ein-ander-übersetzen", y está publicado en "Translation und Interpretation, Wilhelm Fink Verlag 1999. Puedo suministrar mi propia traducción al castellano a quien me la pida. Mi correo es anaagud@usal.es