MARTIN MOSEBACH - CLAUDIA CABRERA


 
 

Lo que pasó antes
(fragmento)
 
5. Una pluma blanca
Los salones de la Villa Hopsten habían lucido muy diferentes al momento de la construcción de la casa; de cómo lucían, daba una cierta idea el volumen ilustrado de los años veinte, expuesto visiblemente sobre la mesa de libros para visitantes, aunque, a decir verdad, más por las leyendas bajo las imágenes que a través de las fotografías opacas, algo borrosas, sobre el papel amarillento. Los propietarios evidentemente dieron en ese entonces un paso que los sacó de la sombría ostentación guillermina y los llevó a la no menos ostentosa oscuridad de un Art déco de fuerte colorido y que transformó las habitaciones, no particularmente grandes, en gabinetes tan fastuosos como cajas de caudales. Lo que aparecía como un algo negro grisáceo en las fotos, fueron alguna vez chimeneas de lapislázuli, plafones con hoja de oro y recubrimientos de paredes de pergamino. Nada de ello había llegado a finales del siglo veinte, pero Rosemarie Hopsten había permitido, por supuesto, que el pasado la inspirara. Al contemplar el libro de fotos en cuestión, que Bernward había hallado en una librería de viejo, Helga Stolzier había lanzado un gritito de embeleso. Era de todo punto posible que sus paredes grises de stucco lustro, de un resplandor mate, así como los sillones de laca negra forrados con piel de cabra de un amarillo azufre, les hubieran gustado a quienes construyeron la casa. En ese entonces, como se infería de una foto, un Picasso del Período Azul había colgado en el cuarto en el que ahora un gran Botero mostraba a un general sudamericano, inflado como un globo y que lucía como si torturara a sus enemigos no con choques eléctricos, sino con crema batida. La profusión de pequeños y preciosos objetos distribuidos sobre las mesitas, alféizares y la repisa de la chimenea hacía que la habitación fuera una sala de espera ideal, mientras que frente a las ventanas se extendían verdes praderas a la manera de un parque, como si en ellas nunca hubiera pastado vaca alguna.
         Rosemarie Hopsten me había dejado solo, dijo que tenía que resolver un asunto allá afuera. De qué se trataba me enteré sin dificultades, pues los cuartos de la servidumbre, en los que planchaba una esbelta brasileña negra con unos lentes color de rosa sobre la nariz, no estaban tan lejos como para que la conversación que en ellos se sostenía resultara inaudible. La señora de la casa sonaba molesta, pero la brasileña también hablaba alzando la voz. Ni siquiera tuve que aguzar el oído para seguir la discusión.
         “¿Por qué no vino ayer?”
         La brasileña no hablaba nada bien alemán. Que había estado enferma.
         “¿Y entonces por qué no llamó por teléfono?”
         Que eso no había sido posible, como ya había dicho: “La batería se había acabado.”
         Las personas modernas no se dicen mutuamente y en su cara que creen que el otro es un mentiroso, pero esa consideración o cautela tuvo como consecuencia una congestión emocional en Rosemarie: no le creía a la chica ni una sola palabra y cada vez se ponía más furiosa.
         “¡Si ya no quiere venir, dígalo abiertamente!”
         Que ya había dicho varias veces que sí quería venir –era otra vez la chica–, pero si estaba enferma, pues entonces no se podía.
         “Esto no puede seguir así… por teléfono se puede llamar siempre…”
         El diálogo tenía el carácter de un rondó, pero con cada giro inconcluso ascendía más en espiral. En ese momento se cerró una puerta y las voces ya sólo me llegaban atenuadas e ininteligibles. Quedé de nuevo a merced de mí mismo y de los objetos en esa cámara de tesoros.
         Entonces alguien carraspeó, un extraño gorgoteo siguió. Recién ahora descubría yo una jaula grande, en forma de pagoda china. En ella se hallaba una cacatúa blanca como una flor. Había inclinado la cabeza hacia un lado y me miraba, mientras que el pico color pizarra cascaba y ronzaba algo quedamente, como si hubiera tomado un granito de maíz de la escudilla de porcelana que había en su percha.
         Después me enteré cómo había llegado la cacatúa a la casa: no había sido por amor a los animales, sino porque Rosemarie echaba de menos algo precioso y vivo en la composición de su entorno, algo que se moviera sin tener que darle cuerda. Incluso en un gran acuario con peces raros había pensado por un momento, pero Helga la había disuadido: por muy fino que fuera, un acuario al final siempre resultaba muy burgués. ¿Pero un ave magnífica?
         “Las plumas están ahora muy de moda.” Por parte de Helga no había habido objeción alguna a la cacatúa. Y en cuanto ésta hubo entrado a la casa, se evidenció que poseía una inesperada fuerza vital, suficiente como para conquistar su lugar entre los habitantes de la casa, no entre los bibelots. Rosemarie estaba satisfecha con su aspecto y Bernward comenzó a adorarla. Ni siquiera el delicado tufo del tibio y dulce olor, no desagradable, del excremento del ave, que tan sólo de vez en cuando recorría el cuarto, provocaba repugnancia en nadie. Para los amigos de la casa era una imagen familiar ver a la cacatúa en el hombro de Bernward, con su pico pétreo y con forma de caparazón de caracol, que a pesar de su redondez podría tirar un fuerte picotazo, tan cerca de los suaves labios indefensos.
 
Sobre el autor

 
Martin Mosebach (Fráncfort del Meno, 1951) cambió su traba­jo de jurista por la literatura. Es autor de diversas novelas, obras de teatro, ensayos y libros de viajes, entre los que destacan Das Bett (1983), Ruppertshain (1985), Westend (1992), Die Türkin (1999) y Eine lange Nacht (2000), entre las novelas, o Häresie der Formlosigkeit. Su ensayo Die römische Liturgie und ihr Feind (La liturgia romana y su enemigo, 2002), en la que el autor reclamaba una vuelta a las formas litúrgicas anteriores al Concilio Vaticano II, desató una amplia polémica en Alemania. De interés es también su libro de ensayos Schöne Literatur (2006). En el año 2002 recibió el premio Kleist en reconocimiento a su obra dramática, y en el 2007 fue distinguido con el premio Georg Büchner, el galardón más prestigioso de las letras alema­nas.
 

Para los lectores que quieran indagar más en la obra de Martin Mosebach, se recomienda su novela El príncipe de la niebla, trad. de José Aníbal Campos, Barcelona, Acantilado 2012.  Véanse también los siguientes enlaces:
 
 
 

Sobre la traductora 
 
Claudia Cabrera (Ciudad de México, 1970). Con una trayectoria de más de 15 años como traductora literaria del alemán, Claudia Cabrera ha consolidado una muy sólida carrera profesional. La calidad de su trabajo le ha merecido reconocimientos tanto en el medio mexicano como en el circuito internacional, entre los que destacan la organización y codirección en el Primer Taller Mexicano-Alemán de Traducción Literaria (Instituto Goethe/Deutscher Übersetzerfonds [Fondo para Traductores Literarios de Alemania]) dentro del marco de la Feria Internacional del Libro Guadalajara 2011, la estancia en la casa para traductores Haus Looren en Suiza (2010), y la la residencia en Dresden Hellerau (2013), beca otorgada por la Fundación Cultural de Sajonia y el Goethe-Institut, por mencionar los hitos más recientes. Siendo experta en cultura alemana y en literatura contemporánea de los países germanoparlantes, sus preferencias la llevaron a especializarse en traducción de narrativa y de dramaturgia, áreas en las que ha participado en diversos talleres de formación y de producción. Robert Musil y Franz Kafka, Monika Maron y Hansjörg Schertenleib, en prosa, y Roland Schimmelpfennig, Anja Hilling y Falk Richter, en literatura dramática, se cuentan entre los principales autores que Claudia Cabrera ha vertido a nuestra lengua, entre 15 piezas de teatro y más de media docena de libros de narrativa para editoriales como Almadía, Sexto Piso y Herder, así como para el Instituto Goethe. Las obras más recientes que ha traducido son Ciudad Gótica I (Gotham City I) [teatro], de Rebekka Kricheldorf (Goethe Institut México, 2011), La orquesta de lluvia (Das Regenorchester) [novela], de Hansjörg Schertenleib (Sexto Piso, 2012) y Hemmersmoor [novela], de Stefan Kiesbye (Almadía, próxima publicación).
 
© De la traducción: Claudia Cabrera

© De la nota de presentación: Gonzalo Vélez

(Por razones técnicas, no hemos podido publicar el texto original de este fragmento. Los interesados en el mismo pueden solicitarlo a la dirección del blog: artesaniastraduccion@gmail.com. Rogamos disculpas por las molestias que esto pueda ocasionar.)  

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