JOSÉ CARLOS CATAÑO
© Foto: Iván Pagant
A la
intemperie de mi propia historia
(Una
conversación con José Carlos Cataño)
por José
Aníbal Campos
En vez de seguir hacia Sri Lanka o
Myanmar, José Carlos Cataño permaneció en Barcelona desde que en 1974 abandonó
La Laguna de Tenerife, donde había nacido veinte años antes. En algunas solapas
de sus libros se dice que ha vivido por temporadas en el norte de Marruecos, y
también en Israel y Martinica. Converso al judaísmo lo es, como queda reflejado
con pelos y señales en su novela sefardí De tu boca a los cielos, y
antes, en libros de poemas como Disparos en el paraíso o Muerte sin
ahí. Alguna vez ha querido volver a Tenerife, pero le ha bastado el espacio
africano de El cónsul del mar del Norte. Ama, cada vez más, los países
nórdicos. Como no concibe el asombro sin el desconocerse y el perderse, le gusta
callejear por las muchas ciudades que hay en Barcelona, y luego lo refleja en
el diario que espera edición, El porvenir del horizonte. Antes publicó Los
que cruzan el mar. Diarios, 1974-2004, que revolvió a la intelectualidad
del nacionalismo más castizo y a los popes del misticismo doméstico. Sus
ensayos los reunió en Aurora y exilio. Escritos, 1980-2006. Su
compromiso con la palabra se pone de manifiesto en su último libro de poemas, Lugares
que fueron tu rostro. La palabra también se ha hecho trazo, imagen, dibujo.
Por eso ha expuesto un par de veces y en estos días lo hace con Cristales
de ultramar, una selección de fotomontajes en la galería barcelonesa de una
francesa nacida en Adís Abeba. En las imágenes, como en las palabras, aparecen
las islas que fueron, las islas que ni existen ya en la memoria, la desvanecida
memoria sobre la que se extiende el océano púrpura de la vida.
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Como escritor canario
«exiliado» (así podría decirse), ¿qué piensa de la muy extendida opinión de que
Canarias es un lugar con una aureola especial para la poesía?
Todo
lo que está cercado tiende a una compensación interior. Pero no toda
compensación interior provoca una aureola especial. A su manera, las
mariposas noctívagas viven en un imán de luz y solo dan lugar a un polvillo
efímero. Canarias tiene buenos poetas, pero hay que atender a las
circunstancias de afuera que los han propiciado, si las visitas de los
trasatlánticos, si la correspondencia con Darío, Unamuno, Juan Ramón Jiménez o
Salinas, si las propinas de la gente de paso. La insularidad puede matar. La
insularidad metafísica conlleva serios riesgos de verborrea a lo divino. Eso de
«exiliado» hace tiempo que me preocupa, porque no hay nada más nocivo que
establecerse en una condición. Digamos que de tanto exilio ya siento que estoy
exiliado de mi exilio. Libre, por fin, a la intemperie de mi propia historia,
que hace y deshace sus raíces conforme nos disolvemos.
¿Metafísica insular o
patafísica isleña?
Eso
de insular o isleño me recuerda las fórmulas ingeniosas para designar, pero
elevándolo a la categoría de altar, la condición de la isla. Me refiero a todos
esos atributos de aislados, isolanos, asolados... Mire, uno trabaja con su
sangre, aunque ésta circule por un lugar rodeado de mar, de alisios o de
tramontana, de páramo o de nieve. Volviendo a la primera pregunta, y lazándola
con ésta, le diré que en Canarias también se ha dado mucho poeta cazurro, y
ensimismado, y llamado por el dios a misiones portentosas, sea leer el mundo
como quien lee la carta del merendero, sea para bucear en la historia de las
Hespérides desde poco antes de la noche de los tiempos, como hace J. J. Padrón.
Tenemos entendido que,
rastreando entre viejas ediciones, ha encontrado el momento (bien podría
decirse que histórico) en que la i latina de
cierto apellido se convierte (por arte de birlibirloque), en y griega...
Tendría
que poner al lector en antecedentes, para que se entienda mejor el
«descubrimiento». Cuando apareció mi diario Los que cruzan el mar, el
afamado profesor Sánchez, uno de los principales agraviados del libro y de una
ambición en la línea del vate Padrón, me puso de vuelta y media. Con el coraje
que lo caracteriza, no mencionaba ni el título ni el autor. Eso sí, llamó a uno
de sus estómagos agradecidos, uno que vela para reseñarle todo papel que
publica, y le encargó que me diera la vuelta completa. Me acusaba éste, entre
otros ataques extraliterarios, de que a Sánchez lo nombrase solo con el primer
apellido. Un día, en un asilo de libros huérfanos de Las Palmas, di con Tiempos
de efigies, la primera cosa que sacó Sánchez, y en
la cubierta figuraba Andrés Sánchez, y luego, en el colofón, el segundo apellido, Robaina. Por lo que deduzco que o bien no sabía escribir ni el apellido
materno o bien le metió una y griega
que profetizaba sus futuros desmayos en los archipiélagos de Grecia.
Esa mutación de la i, aparte
de lo meramente anecdótico, me hace (mal)pensar que el utilizar el nombre de Syntaxis para una revista fue un ardid semiótico
pensado para que las sinuosidades de la letra griega establecieran una perenne
asociación con el nombre de su director. Pero, volviendo al tema de la
insularidad y la poesía (una idea que también se afianzó en mi isla natal,
Cuba, allá por los años 40, con el Grupo Orígenes, en especial con los arrobos ensayísticos
de Cintio Vitier). Aunque se la impugne, la idea está tan arraigada, que un
jovencísimo poeta canario, muy talentoso, con dominio fluido de varios idiomas,
llegó a escribirme un día que lo que necesitaban los poetas canarios era que
les dejaran crear en paz, que –otra vez— la condición de isla los destinaba a
escribir una poesía grande, de calidad excepcional. Como usted bien ha
señalado, hay poesía grande, incluso mejor, en todas las zonas climáticas y en
todas las orografías. Y yo me he preguntado, y ahora le pregunto: ¿Puede que se
haya ejercido cierta influencia algo perversa desde la cátedra, desde la academia
y, lo que me parece peor aún, que el aislamiento en cuanto a posibilidades de
publicar haya sido instrumentalizado –de modo sutil o menos sutil— para crear
una especie de dependencia de las tesis y los gustos de quien, al parecer, ha
sido uno de los pocos que, desde Canarias, ha tenido en las dos últimas décadas
abiertas las puertas de los medios editoriales, de la prensa cultural nacional,
etc.? A mí, reacciones como las de este joven (de
cuya sinceridad y talento no dudo) me desconciertan. Pues debería suceder al
contrario. El aislamiento debería despertar una avidez mayor por entrar en
contacto con el mundo, no esta especie de autofagia, que es lo que se nota en
una buena parte de los escritores de Canarias, en especial de Tenerife.
Fui invitado a
colaborar en Syntaxis desde el principio, como también me invitaron a
colaborar en Literradura… La apertura, el universalismo, todo eso me
llevó a seguir de cerca la revista. Pero me chocaba el dogmatismo, lo contrario
a la crítica y el riesgo, el «bretonismo» de su director. Por eso no figuré –ni
lo pretendí— en consejo asesor o cosa parecida, que no son más que canteras para
mayor gloria del oficiante. No me interesa hablar (más de lo que ya hice en Los
que cruzan el mar) del director. Solo añadiré, por si no ha quedado claro,
que no ha habido ninguna iniciativa suya que no haya sido diseñada para el
encumbramiento personal, lo que choca en alguien que se pretende tan radical y juanramoniano. Tesis, elogios, dedicatorias, críticas…, todo han sido
peldaños para elevarse y extender sus dominios. Por eso aludía antes a
su parentesco con el vate Padrón, quien invitaba a los miembros de la Academia Sueca
a navegar en su yate por aguas de Canarias. Lo mismo se puede hacer, con más
finura o disimulo, en los corredores catedralicios. Yo creo que por mi poesía
ronda, digamos, el mar de las Islas, pero el mar es el mar en cualquier parte;
y el dolor y la angustia son universales. Todo eso de la teleología de la
insularidad, como la machaconería de la poesía del lenguaje, me sacaba
sanamente de quicio y me empujaba a las estepas o a las frondas de Tanganica,
como se pone de manifiesto en El cónsul del mar del Norte. La
independencia se paga. La entrega a un proyecto propio, el repudio de sectas y
consignas, y aun la insubordinación al tiempo que nos toca, como pedía Marina
Tsvetáieva. Todo eso se paga. Con el ninguneo y
con el boicot. Porque estamos hablando de gente muy cultivada, con gustos
artísticos rayanos en lo sublime, y de actitudes color mafioso.
Este tema que hemos abordado en la pregunta
anterior me lleva a pensar que aquí, en lo literario, se vive entre algunos una
especie de alucinación colectiva. Porque esa excepcionalidad no se sostiene
sobre la base de ningún hecho concreto. No hay un solo escritor canario que
haya sentado verdaderas pautas en la literatura de habla española (bueno, quizá
Galdós, cuya «canariedad» es bastante discutible). El escritor canario contemporáneo
más conocido –que no es ni con mucho el más importante ni el mejor—, Andrés
Sánchez, puede mostrar una obra que, estirándola mucho, llegaría a tener un
valor histórico-literario en el ámbito del reino de España, pero quedaría
bastante atrás en el escalafón si se entiende el término «poesía española» como
la suma también de las poesías mexicanas, argentinas, cubanas, venezolanas,
nicaragüenses, etc., etc. Aquí están muy orgullosos, por ejemplo, de Silvestre
de Balboa (reclamado por los historiadores de la literatura cubana como el
primer ejemplo de literatura en esa otra isla). Pero la obra de Balboa, Espejo de paciencia, si se la
compara con lo que ya se escribía en la época, es de una pobreza
descorazonadora.
El complejo de
inferioridad rebosa suficiencia y sobreabundancia, qué paradoja. Cuando no
tendría por qué existir ningún sentimiento de inferioridad, si hay vocación y
entrega, pasión y arrojo. Tan duras pueden ser las circunstancias canarias como
las de un poeta de la estepa, o las de un poeta de expresión castellana en la
Cataluña nacionalista. Permanecer en la queja es estéril, pero los réditos son
la mar de sustanciosos. Estar pendiente de lo que se dicta en Madrid (o Nueva
York) es muy propio de quien no tiene otra cosa que hacer. Llegado el caso, hay
que hacer las maletas como hizo Antidio Cabal, ese magnífico poeta apenas
conocido. Uno escribe en el tiempo que crea su escritura y en ningún lugar,
solo en ese espacio de aspiración y expiración.
En eso a lo que alude usted, las influencias
externas, ¿cómo cree que influyeron o pueden influir las traducciones en la
formación de un gusto literario, de un estilo, de una postura abierta a otros
ámbitos culturales?
En mis
comienzos, buscando una vía propia, pasé de lado por la tradición española a la
que se suponía que debía obediencia, y busqué la extranjeridad también en mis
lecturas. Leí a Lowry y a Joyce en traducciones mexicanas y argentinas, a Rilke
en las versiones de José María Valverde, a Kavafis en las de Lázaro Santana… Y
así podría seguir, porque no tengo conocimientos de inglés, ni de alemán, ni de
ruso…No es algo que recomiende, ni renegar del ámbito de la propia lengua, ni
leer poesía según qué traductores o versionistas. No obstante, la fuerza de Dostoievski
rebasaba las limitaciones de Cansinos Assens o Augusto Vidal. Todo eso crea un
universo sonoro, visual y de ideas, paralelo al original y frente al cual se
ejercita la lengua de uno. He seguido cotejando traducciones y muchas veces me
ha defraudado el trabajo del especialista. Los Tres poemas escondidos de
Seferis, por ejemplo, yo sólo puedo verlos en el verso de Jaime García
Terrés. Ocurre también que sobre la traducción opera la remembranza del
sentimiento que te produjo el poema, y todo ello es una sombra, o una luz, que
te sigue. Dialogas con el poeta extraño desde tu extrañeza, como si no existieran
los muros de los idiomas distintos, como si él y tú pensaran y sintieran en la
misma lengua.
¿Qué le parece la tendencia entre ciertos poetas a
establecer muy a menudo (demasiado tal vez), una relación entre palabra y signo
pictórico? Es un aspecto siempre presente entre algunos poetas canarios. A mi
juicio, sin embargo, esto no se hace siempre de un modo enriquecedor, como sí se da en la
obra de otros artistas plásticos (canarios incluidos, como el escultor Román Hernández y
muchas de sus exquisitas colaboraciones con escritores y poetas), sino en
ocasiones de un modo algo impostado, forzando esa relación. Hace poco, en una
exposición en el TEA del artista bosnio Stipo Pranyko, pudo verse algo
realmente interesante. La obra de Pranyko es grandiosa. Sin embargo, salvo por
un par de poemas (como uno de Goretti Ramírez u otro de Melchor López), había (y
esto es un criterio muy personal, de alguien reacio a que las obras de las
artes plásticas le sean comentadas por la palabra escrita) muy poca relación
entre obra pictórica y texto. Más aún: la grandiosa obra de Pranyko dejaba en
vergonzosa evidencia la insignificancia de muchos de los poemas. ¿Cobijará siempre
buena sombra al que se arrima a buen árbol?
Más allá y más
acá de la tendencia a la que usted alude, me parece evidente que de pronto, en
un sector de la poesía española que iba contra los analfabetos de la poesía de
la experiencia, comenzó a ser señal de buen tono «dialogar» con Tàpies y cosas
parecidas, como Ràfols Casamada o Hernández-Pijoan, figurativos o informalistas
decorativos, arte de macramé y buenas intenciones. El resultado fue conmovedor.
Era todo tan pulido, que no costaba esfuerzo imaginar el escenario: los
cuadritos modernos, los muebles de madera de pino, la estancia pulcra y los
lápices ordenados… Son gente que no ha conocido el rayo. Ahora bien, la
churrería pictórica hacía de correlato de la churrería textual. Está en la onda
del misticismo de Ikea, o el de isla griega…Todo medido y aséptico. No sé si
siguen por ahí, porque ya me cansé de reírme de la bobería ilustrada. El
poeta tiene que entrar en la obra tremenda como lo hace con cualquier
manifestación del mundo. Y entrar significa abandonar las palabras aprendidas,
los trucos, los efectos. Tiene que rozar su escritura con el lenguaje plástico,
y arriesgarse. Una vez más, frente a los aseados y los obedientes, la cuestión
es arriesgarse.
Estimado José Carlos Cataño. Muchísimas gracias por esta conversación.
© De la entrevista: José Carlos Cataño / José Aníbal Campos
/ ARTE-SANÍAS
© De la nota de presentación: Joan Alguer
Nuestra colega Teresa Ruiz Rosas nos envía desde Lima este especial saludo para José Carlos Cataño:
ResponderEliminar"¡Qué gusto! ¡A José Carlos lo conocí en la Barcelona de los ochenta!
Saludos desde Lima
¡Con un gran abrazo!
Teresa"
Estimado Sr. Cataño:
ResponderEliminarHe leído su entrevista con mucho interés. Su franqueza, y la independencia de sus ideas, con las que comulgo y me solidarizo, me confirman que la independencia y el espíritu crítico son excepción. Saludo, pues, y celebro sus palabras y su actitud intelectual.
Muchas de las ideas apenas insinuadas podrían profundizarse. Pero el escenario donde se ha producido este episodio de sectarización de la cultura es tan ínfimo, tan irrelevante... que cabría pensar si no es preferible destinar las energías a empresas más elevadas. Estas islas minúsculas, perdidas en la soledad de los vientos del Atlántico, convertidas de pronto en el "axis mundi"... En el fondo, reconocible una de las formas del provincianismo: el complejo de inferioridad, la medianía investida de autosuficiencia: creerse el centro del mundo, la reserva espiritual de la modernidad... Menuda carcajada podría oírse desde Berlín, Mannhattan o la estepa siberiana... Porque, efectivamente, dónde están los hechos, las obras, los escritores que justifican esa excepcionalidad de "destino en lo universal", de piedra fundamental en la república de las letras que son las islas metafísicas llamadas Canarias, en cuyas playas únicamente tiene garantizada, al parecer, asilo perpetuo la "modernidad". Mediocridad provinciana y arrogancia sectaria. Sirva, para ilustrar, algunas páginas penosas de "Piedra y cielo": verbigracia, los diarios de Alejandro Krawietz, que tiene, por supuesto, todo el derecho a ser mediocre pero al que cabe pedírsele un pudor consecuente, y una mayor prudencia cuando se erige en vocero de la "patafísica isleña" (léase, por ejemplo, el canto en do mayor que se recoge en el texto suyo de presentación del primer número de la primera época de "Piedra y cielo"). Porque de quien se erige en adalid de la resistencia de la modernidad y proclama la excelencia de su posición intelectual y creativa cabe exigírsele una obra en consonancia. Y no la hay.
Y conste que señalo al señor Krawietz porque con él es más fácil señalar lo que también se apunta en la entrevista acerca del señor Sánchez Robayna. Al menos la obra del señor Sánchez es estimable. Y aunque se diera el caso de que su valor, como se dice en la entrevista, haya de circunscribirse en el marco de las fronteras del Reino de España, lo que ya tiene su mérito, es evidente que su figura no puede parangonarse ni con Juan Ramón Jiménez, ni con Rilke, ni con Celan. Algo que se olvida pronto en las provincias (y es un síntoma diáfano de provincianismo) es el saludable sentido de las jerarquías. Por eso, como yo sé que no debo medir el alcance de mi voz literaria por el eco con que resuena en estas islitas atlánticas, me esfuerzo por colocar mi pequeña obra incipiente ante Rulfo, Dostoievski y Proust. Entonces sé cuál es mi lugar y cuál el camino que queda por recorrer. Si el señor Krawietz y sus colegas de secta hicieran lo propio a lo mejor el vocerío arrogante se mutaría en un silencio acaso más digno y comenzarían a caminar por sus propios pies por la estepa del espíritu buscando el camino propio al que han traicionado por su fidelidad a las sectas.
Un cordial saludo,
Roberto A. Cabrera.
Estimados compañeros:
ResponderEliminarEs verdad que el poeta José Carlos Cataño, al que yo admiro, se caracteriza por su independencia intelectual: Lo que manifiesta aquí lo manifiesta en Pekin y ante las narices de las personas aludidas y no me cabe duda de que no lo hace como algo personal sino como intelectual que es. Una actitud muy difícil de practicar.
Yo que sé mucho de dimes y diretes me sitúo justo en la misma postura que nuestro poeta, un poco cansado de tantos tiquismiquis, con la diferencia de que sigo aquí cerca y no tan lejos. Aunque una cosa si les pregunto:¿qué es cerca-lejos en los tiempos que vivimos?
Otra cuestión, todavía no he tenido tiempo de leer del todo la revista Piedra y Cielo al completo y desconozco absolutamente la poesía del poeta que se nombra. Cuando la analice, expresaré mi opinión, más bien la escribiré, sólo sobre la poesía, como es de rigor. Independientemente de que sean ciertas o no tales afirmaciones estilísticas, no me parece apropiado comentarlas en esta revista (aunque cada uno tiene la libertad de opinar lo que le parezca), sobre todo, por el gran respeto que siento por el trabajo inmenso que están desarrollando José Aníbal y Mario en esta Arte-sanías ( sé que van por muy buen sendero), y porque justo aquí al lado, a la derecha, tenemos muchísimos enlaces de intelectuales que seguro van a pensar así como yo, aunque hablen distintas lenguas. Como sigamos así, no van a cambiar ni los unos ni los otros, vamos a ser todos unos provincianos.
Lo digo sin ánimo de contrariar a nadie, ni de tomar partido, sino, como Cataño, con toda la independencia y expresando mis respetos por todos y todas los y las personas que se acerquen por aquí que, seguro, serán muchas.
Mis saludos cordiales.
Antonio.
Muy estimado Antonio:
EliminarAnte todo deseamos agradecerte el apoyo que has estado brindando a esta bitácora. Desde este blog admiramos tu independencia para opinar, y admiramos asimismo la independencia intelectual de José Carlos Cataño. Nuestra admiración por algo tan elemental no surge de la nada, viene del hecho de que hemos pretendido hablar de frente y sin tapujos sobre el ambiente cultural de estas islas, aunque no sea la intención primordial de este blog.
En nuestra opinión, no se trata de hacer que la gente con la que no estamos de acuerdo cambie de criterio con respecto a las cuestiones que hemos expresado –y seguiremos expresando— aquí. Hay gente que nunca va a cambiar, y esas personas están en su derecho de criticar nuestro blog, nuestras actitudes, etc. Nosotros también estamos en nuestro derecho de criticar alguna publicación o cualquier actitud que nos parezca endeble o nociva en el ámbito de la cultura en Canarias. La diferencia es que nosotros vamos de frente, sin anónimos, no invocamos a cada momento la persecución como única salida, el victimismo, sin responder realmente a las críticas, y tampoco comulgamos con la manera en que algunos suelen afrontar estos debates: con insultos, con mofas burdas, con advertencias disuasorias para que otros escritores o colegas no colaboren con nosotros, etc. Las páginas de este blog están abiertas para todos, y estamos dando buena prueba de ello. Basta ver desde los sitios del mundo que nos leen.
Tus opiniones nos son muy valiosas, tan valiosas como las de Roberto A. Cabrera. En este blog caben todos los criterios, siempre y cuando vengan firmados. Los diarios de Krawietz nos parecen un auténtico espanto, esperpento egocéntrico de alguien con escasísima obra que cree a pie juntillas en el interés que pueden tener reflexiones tan pobres para un público lector amplio. Lo hemos criticado de la manera que se nos da mejor, la sátira, sin ofender a nadie. Nosotros no pretendemos que nuestro blog sea perfecto, ni siquiera aspiramos a que esté entre los mejores de España. Y mucho menos vemos ninguna necesidad de «cercenar la lengua» a nadie, ni siquiera de «limpiársela».
Te agradecemos tus opiniones y agradecemos también la intervención de Roberto A. Cabrera.
Un saludo afectuoso
Mario Domínguez Parra
José Aníbal Campos
Entiendo perfectamente, amigos. Lo dice alguien que ha crecido como persona (que es lo que importa también en la escritura) aceptando las opiniones contrarias. Yo incluso huyo de las manitas sobre el hombro y de las capillas, y una de esas es precisamente está ahí aludida. Por José Carlos y por Roberto A. Cabrera; pero eso está olvidado y el victimismo conduce a la autoanulación, como ustedes muy bien dicen.
ResponderEliminarCrítica constructiva hace falta y mucha.
Un saludo afectuoso a todos.
Antonio Arroyo..
Anibal que alegria saber de ti y que bueno disfrutar de tu escritura. Un gran beso
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